Armando es un seminarista de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos) que pasó algunos meses trabajando en Casa Juan Diego este verano.
Las palabras de Marcos Zwick: “En Casa Juan Diego tratamos de implementar la Biblia en lugar de hablar acerca de ella”, quizá no signifiquen mucho para quienes no han tenido la oportunidad de trabajar como voluntarios en este lugar. Afortunadamente, ese no ha sido mi caso. En efecto, durante un par de meses, el pasado verano, fui testigo de las luchas, sufrimiento, alegrías, frustraciones y logros vividos por Marcos y Luisa y todos de Casa Juan Diego a través de su compromiso por implementar lo que la Biblia dice con respecto al servicio de los más pequeños, desarraigados y pobres de la sociedad. Para Casa Juan Diego, ellos son los migrantes latinoamericanos indocumen-tados.
Pude darme cuenta que difícil es ser fiel con un compromiso semejante cuando no se recibe ninguna clase de ayuda económica del gobierno, cuando hay que idearse la manera de conseguir los fondos necesarios para continuar con dicho proyecto: el sueño de brindarle a aquellos extraños considerados “los Don Nadie”, simplemente por no tener papeles o documentso que avalen su entrada por vías legales a los Estados Unidos, la posibilidad de ser tratados como seres humanos, un techo donde vivir, comida y un trabajo decente. Sin embargo, también experimenté los frutos de permanecer fiel a dicho compromiso al ver con mis propios ojos el amor de Dios en acción a través del trabajo desinteresado de various voluntarios y voluntarias en Casa Juan Diego. Estas personas encuentran en el ejemplo de Marcos y Luisa y los otros Trabajadores Católicos un poderoso aliciente para continuar sus trabajo y un poderoso testimonio de vida cristiana, especialmente en el servicio a los más pobres migrantes latinoamericanos.
Durante mi permanencia en Casa Juan Diego, conocí a muchos migrantes latino-americanos e inclusive personas de tierras tan lejanas como Angola y Sierra Leona. Algunos de ellos compartieron conmigo sus historias, sueños, sufrimientos y esperanzas, aquello que los obligó a dejar patria, familia, lengua y cultura para embarcarse en la ruta hacia “El Norte” (estados Unidos). Este viaje para alcanzar “el sueño” está plagado de increíbles y dolorosos episodios: largas caminatas por el desierto, llevando sólo agua y soportando temperaturas infernales o tomando rutas desoladas y peligrosas para evadir a “La Migra” (Patrulla Fronteriza Norteamericana), corriendo el riesgo de morir en el intento, víctima de deshidratación o al ser mordido por las serpientes venenosas que pululan por tales lugares. Ademas, los migrantes tienen que vérselas con los tristemente célebres “coyotes”, personas en su mayoría inescru-polosas, quienes no dudan en abandonar a los migrantes a su suerte en medio de inhóspitos lugares con tal de salvar su pellejo cuando advierten que un peligro inminente se cierne sobre ellos. Abandonados y desorientados los migrantes enfrentan el riesgo de una muerte casi segura.
Otros migrantes han perdido compañeros de viaje, quienes han sido arrollados o mutilados por los trenes de carga. A pesar de todos estos obstáculos y tribulaciones, los migrantes nunca pierden su fe en Dios, a quien constantemente agradecen por haberles permitido llegar vivos a los Estados Unidos y por la oportunidad de contar con techo, ropa, comida y trabajo en Casa Juan Diego.
Tuve el privilegio, de ser parte del grupo de voluntarios en Casa Juan Diego, quienes trabajan para tratar de hacer menos difícil el choque inicial de los migrantes con la nueva cultura norteamericana. Enseñé algunas clases de inglés y de Doctrina Cristiana a varios huéspedes de Casa Juan Diego, quienes me impresionaron con su fe simple y sencilla. Igualmente colaboré en otras actividades programadas para nosotros tales como distribución de ropa y comida. Dirigí algunas discusiones sobre la vida y obra de Dorothy Day para el grupo de Trabajadores Católicos de la casa de los hombres, y participé en conversaciones sobre la filosofía y los principios teológicos y cristianos que fundamentan el Movimiento del Trabajador Católico.
En verdad me sentí implementando la razón de ser de Casa Juan Diego, que no es otra que cumplir lo escrito en San Mateo 25, 31-46, cuando participé en todas estas actividades a favor de los migrantes más pobres.
Marcos y su esposa Luisa son en verdad un ejemplo de la maravillosa realidad del Reino de Dios aquí y ahora. Con su compromiso de vivir la pobreza voluntaria y de servir sin restricción alguna a los migrantes más pobres, los Zwick son como “la voz que clama en el desierto” (San Juan 1, 23) y desafía a la, en ocasiones intransigente e intolerante, política migratoria norteamericana. Casa (San) Juan Diego es un refugio donde los migrantes pobres e indocumentados descubren que en el Reino de Dios nadie es un extraño o extranjero, sino que todos y todas son bienvenidos. Dios me concedió la fortuna de formar parte de “la locura de Dios” (1 Corintios 1, 25) para la mayoría de esta sociedad, pero para quienes aun creemos en la utopía de un mundo sin fronteras, donde la justicia, la paz, la tolerancia y el respeto sean normas universales, lugares como Casa Juan Diego y las personas que lo han hecho posible representan “el poder y la sabiduría de Dios” (1 Corintios 1, 24) en acción.
Trabajador Catolico de Houston, Vol. XXII, No. 7, diciembre, 2002.