Soy hondureña. Amo mi país, pero me tocó dejarlo. ¿Por qué? No hay trabajo. Donde yo trabajaba, cerraron la maquila, dejándonos sin trabajo a una gran cantidad de personas.
A pesar que trabajámos de 7:00 a.m. a 5:00 p.m., sólo nos daban 40 minutos para almorzar. Para tomar agua había que pedir permiso. No se podia levanter si su trabajo era sentado. Si era su labor trabajar parado no se podia sentar. Lo amonestaban, le ponían una meta de 1,000 piezas de vestir, depende la operación que le tocaba hacer. Si lo hacía rápido, al día siguiente le estaban subiendo o multiplicándo el trabajo y bajándo el precio de la operación o el precio para que uno se matara trabajando pero que no ganara lo que había ganado antes. Yo pensaba y sigo pensando que eso es injusto, que es un robo, porque el obrero es digno de su salario, de lo que gana. No importa si trabajas todo el día, pero que paguen lo que tienen que pagar. Cuando nuestro gobierno puso un poco de presión que pagaran overtime (horas extra), varias compañías sacaron sus maquiladoras de Honduras para ir a otros países aun más baratos. Dejaron miles y miles sin trabajo.
Donde me ví sin un trabajo decidí venirme de emigrante porque tengo dos hijos que mantener. Sin trabajo no podia darles lo que ellos necesitaban.
Pero mi corazón no lo pudo hacer. El me dio un poco de dinero para eso, pero con el dinero emprendí mi viaje, con cinco meses de embarazo.
El 11 de abril a eso de las 10 de la mañana me despedí de mis hijos y les dije que si no nos veníamos a ver que no olvidaran de los Buenos costumbres que les había enseñado, que se portaran bien.
Salí sin saber el camino. Sólo supe que venía para los Estados Unidos. Primero me encomendí al Señor y le dije que me apartara todo obstáculo del camino, culebras, ladrones,.de todo, y que me enviara un angel guia por donde yo fuera, que su presencia fuera mi luz y mi guia, y emprendí mi viaje.
Vine a Guatmala, ahí empiezo la historia. Llegamos a la frontera de Guatemala. Nos cobraron por darnos un permiso y dijeron que eso no servía. Cuando habíamos pagado para solo el sello nos sacaron fuerte cantidad de dinero y la policia lo rompió. Después está la patrulla a cada dos kilometros cobrando 100 quetzales por cabeza como si fuéramos animals de exportación. Yo decidí no viajar en autobus, sino caminar y caminar, cruzando pueblos, montañas, veces llorando, veces riéndome de la suerte del pobre caminante, porque yo no traía dirección, solo sabía que venía para los Estados Unidos. Pero no sabía la forma de llegar hasta aquí donde estoy. En el camino de mi peregrinación, me juntaba con coyotes y las personas que traían. Me pegaba atrás de ellos y me preguntaron, ¿Tiene alguien que responda por usted? “Sí,” decía. No, ellos no me ayudaban,
Crucé la frontera de Guatemala. Cuando iba a cruzar la frontera de Guatemala con México, nos siguieron unos ladrones. Me tendieron un arma. Amenazaban que si no me paraba, iban a disparar. Yo corrí y corrí desesperada. No sentí cuando se me dobló un pie y me lo descompuso o me fracturé. Un señor me ayudó. Me llevó a su casa, donde su esposa me cuidó bien, me trababa muy bien y digo que esa era una persona enviada de Dios. Porque yo le llamaba el todopoderoso a Jesucristo:, “Acompañame Señor. No me deja,” y él no me dejó porque él es fiel. A los ocho días volví a intentar, ya con mi pie vendado. Crucé la frontera de Guatemala y México a caminar de nuevo. Toda la noche caminamos. En mi mente rodiamos el batallón, pero venimos a salir en frente del batallón, solo por caminar tanto tiempo para querer evader el batallón. Caminé y siempre fui con el batollón. Me siguieron. Corrí y corrí y siempre me alcanzaron. No me querían soltar, decían que era muy peligroso, por ya eran 12:30 p.m. de la noche, pero yo los rogué que me soltaran. “Déjenme ir,” les decía: “El peligro va por mi propria suerte, Dios va conmigo no me pasa nada.” Tanto rogarles me dejaron seguir mi camino. Caminaba y caminaba. Cuando escuchaba que iba o venía un carro me tiraba al monte, porque tenía miedo que me fueran a matar.
Así seguí caminando por pastos poblados, montañas, la vía del tren. De repente me encontré con un coyote que traía otras nueve personas. Me les pegué atrás. Me preguntaron que con quien venía y si tenía alguien que respondiera por mí para poderme ayudar, y les dijo, “Vengo a solas, no tengo dinero para pagarme un pollero. Venía atrás de ellos y dijo el coyote, “Déjenla. Nadie le ayude con su bolsa, hay que dejarla botada porque ella no puede pagar.
Pero resultó que nadie conocía el camino, porque el coyote era primera vez que cruzaba por esa frontera por donde nos venimos. Cruzábamos un camino y no sabíamos. El coyote nos mandaba a preguntar, a tocar puertas a medianoche a algún rancho o pueblo cercano para que alguien nos diera dirección y así pasamos cuatro noches y cinco días. Las cuatro noches de camino perdidos. Caminábamos por la noche y a las 4 de la mañana estábamos pensando donde nos ibamos a esconder. Yo no dormí todo ese tiempo porque les tenía miedo a ellos.
Era extraño para mí. Hablaba con Dios y le decía, “Señor, no permitas que me abandonen.” Uno de esos días me quieran dejar botada en un rancho y me dijeron “quédese, no va a aguantar el camino,” y una mujer les dijo. Ella va con nosotros no la podemos dejar botada. Ellos quisieron que me quedaran en un corral donde estaban los terneros o hijos de la vaca. No quise quedarme y seguí con ellos, ya con los pies llegados, pero así caminaba adelante de ellos. Llegamos a un lugar donde no había donde esconderse. Corrimos y corri-mos. En eso se me sofó o sea descompuso mi pie en una caída por ir corriendo y corriendo. Y así caminé toda la noche.
Entonces sí, me dejaron botada a eso de las 3 de la mañana. Dijeron, “No puede seguir con nosotros,” y les dije, “No hay problema, he caminado sola y es mejor andar sola que mal acompañada.” Porque como ya habían hallado el camino, me dejaban botada en un cañal de azucar que me costó salir al poblado porque era lejos. Ahí me mandé a tallar o a sobar el pie y yo con mi pie vendado seguí mi camino. Venía embarazada, caminando por pastos, pero el bebé me molestaba para caminar. Parecía que ya iba a nacer o iba a caer; yo deseaba eso pasar al pensar cuanto me podría faltar para llegar a los Estados Unidos. Que no tenía quien por mí a donde iba a nacer mi hijo. Es mejor que se muera en cambio que sufra.
Por momentos no me dejaba caminar. Descansaba y volví a seguir el camino. Costó que llegara a Matamoros, pero nunca intenté regresarme, seguía en mi meta. En Matamoros yo caí supuestamente con migración. Me trataron mal, dijeron, “usted tiene quien la reciba en los Estados-“Sí,” dije, y les dí un número de teléfono. Le vamos a conseguir un coyote, me dijeron: y me llevaron a una casa donde llegan exagerado de coyotes con gente ilegal o emigrantes. El teléfono no lo contestaron y la mujer encargada de nosotros me dijo, “La vamos a tirar a su país. Y le dije a cual, “Yo soy mexicana. Es prohibido que me tengan aquí. Tenía ese valor de decir que los iba a demandar porque eran $200 dólares para la comida más el dinero que había que pagarle al coyote. Eran dólares y eran solo dos veces que comía al día. Yo, embarazada deseando comer algo bueno, durmiendo en el suelo, pidiendo permiso para ir al baño, porque era mucha gente la que iba a un solo sanitario. En unos días entró exagerada variadad de emigrantes, salva-doreños, hon-dureños, guatemaltecos de un monton de países. Habían veces que no había donde acostarse a tantas personas con el sueño americano. Tantos coyotes estafando la gente durmiendo como perros y las personas pagando gran dineral. Yo preguntaba cuanto está pagando para que lo lleven, decían $4,000 mil dólares, otros 5,000 mil depende el coyote. Si no le pagaban retenía a la persona y la trataba muy mal. Yo rogaba que siquiera me ayudara a pasar el río, pero no quiso. Pero me soltaron y me fui a buscar refugio o alguien que pudiera nadar para que me pasara el río Pregunté donde podia pasar una noche. Me dijeron hay un albergue en Matamoros y se llama Casa Juan Digeo.
Llegué ahí, estuve 5 días, y llegaba hasta el río a ver como podia pasarlo, pero me era muy dificil, porque no tenía el dinero que cobraba la persona para cruzarme al otro lado.
Pero de repente llegó un muchacho o jóven y eso me pasó con otros jóvenes. Así crucé el Río Bravo y pisé por primera vez suelo americano. Gracias a Dios. Tanto que me costó.
Llegué a Casa Romero con otras mujeres. Alguien me regaló dinero para llegar a Houston. No tenía a donde llegar en esta ciudad, pero gracias a Dios por poner el pensar, el querer, el hacer, el fundar Casa Juan Diego. Dios bendgia lo fundadores, les de salud prosperido y fuerzas para trabajar, sabiduria para poder tratar con cada persona. Esa casa fue donde me tendieron la mano. Me ayudaron en todo. Gracias a Dios, gracias a todos los de la Casa Juan Diego, a los de buen corazón por traer donaciones a esta casa. Soy una mujer emigrante agrdecida sobre todas las cosas. Gracias, muchas gracias por lo bueno que han hecho por mí.
Dios los bendiga en todo, fundadores, donantes.
Gracias por perdonar mis errores, mi mala letra.
Cuando llegué en Casa Juan Diego ya tuve mis nueve meses de embarazo. Los doctores me dijeron que el corazón del bebé no estaba dien, que estaba bajando. Pero, gracias a Dios, cuando nació, ya estaba sano.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXII, No. 7, diciembre 2002.