La economía descrita aquí es muy similar a la economía recomendada por el movimiento Trabajador Católico y G. K. Chesterton; que frecuente-mente ha sido llamada distributismo y esta íntimamente ligada al personalismo y a las encíclicas sociales católicas.
Empecemos asumiendo lo que parece ser verdad: aquello llamado “crisis ambiental” está ahora bien establecido como un hecho de nuestra era. Los problemas de contaminación, especies en extinción, perdida de parques salvajes, perdida de granjas de cultivo, perdida de tierra para arar, pueda que sean ignoradas o burladas pero no pueden ser negadas.
Interés por estos problemas ha adquirido cierta importancia, cierta posibilidad para discussión, en la prensa y en algunas instituciones científicas, académicas, y religiosas.
Esto está bien, por supuesto; óbviamente no podemos esperar resolver estos problemas sin incrementar la información y el interés público. Pero en una era tan cargada de “publicidad,” tenemos que darnos cuenta que en cuanto estos asuntos suben en la popularidad también sube el riesgo de la sobre simplificación. Hablar de este peligro es especialmente necesario al confrontar nuestra destructiva relación con la naturaleza, que es el resultado, en primer lugar, de la sobre simplificación.
La “crisis ambiental” ha sucedido por que la ambientación humana o economía está en conflicto en casi todos sus puntos con la ambientación de la naturaleza. Hemos construido nuestro medio ambiente bajo el supuesto que el ambiente natural es simple y que puede ser utilizado simplemente. Hemos asumido crecientemente durante los ultimo 500 años que la naturaleza es solo un proveedor de “materia prima,” y que podemos usar estos materiales sin riesgo, solamente tomándolos. Este tomar, conforme han crecido nuestros medios técnicos, ha consentido siempre en menos reverencia o respeto, menos gratitud, menos conocimiento local, y menos habilidad. Nuestras metodo-lógicas de utilización de tierras se han extraviado de nuestros viejos intentos simpáticos de imitar los procesos naturales, y cada vez más y más nos hemos venido pareciendo a la metodología de la minería, aunque cuando la minería se ha hecho mucho más poderosa técnicamente y más brutal.
Así es que ¿estaríamos equivocados si tratamos de corregir lo que percibimos como problemas “ambientales” sin antes corregir la sobre simplificación económica que los ha causado? Esta sobre-simplificación es ahora una cuestión de comportamiento corporativo o de comporta-miento bajo la influencia del comportamiento corporativo. Esto es suficientemente claro para muchos de nosotros.
Lo que no está suficientemente claro, tal vez a ninguno de nosotros, es nuestro grado de complicidad, como individuos y especialmente como consumi-dores individuales, en el comportamiento de las corporaciones.
Lo que ha pasado es que la mayoría de la gente en nuestro país y aparentemente en casi todo el mundo desarrollado, le ha otorgado el poder a las corporaciones para producir y proveerlos de toda su comida, ropa, y habitación, más aun, le están otorgando poderes rápidamente a las corporaciones o a los gobiernos para proveerlos de entretenimiento, educación, cuidado de infantes, cuidado de enfermos y ancianos, y muchos otros tipos de “servicio” que antiguamente eran facilitados informalmente e inexpresivamente por individuos o casas o comunidades. Nuestra principal practica económica, para hacerlo corto, es delegar la práctica a otros.
El peligro ahora para aquellos interesados será creer que la solución de la “crisis ambiental” pueda ser meramente política – que los problemas, siendo grandes, puedan ser resueltos por grandes soluciones generadas por unos pocos a los cuales les daremos todo nuestro poder, para investigar los poderes económicos que ya hemos otorgado. El peligro, en otras palabras, está en que la gente pensará que ya han hecho suficientes cambios si es que han alterado sus “valores” o han tenido un “cambio de corazón,” o experimentado un “despertar espiritual,” y que tal cambio en consumidores pasivos ocasio-nara suficientes cambios apropiados en los expertos públicos, políticos, y ejecutivos de corporaciones a quienes les han otorgado sus poderes políticos y económicos.
El problema con esto es que un verdadero interés por la naturaleza y nuestra utilización de la misma debe ser practicada no por nuestros apoderados, sino por nosotros mismos. Un cambio de corazón o de valores sin una práctica es solo otra forma sin sentido del lujo de una forma de vida de consumo pasivo. La “crisis ambiental,” de hecho, solo puede solu-cionarse si la gente individualmente y en sus comunidades, recuperan la responsabilidad de sus apoderados dados impensadamente. Si la gente empieza a esforzare para recuperar su poder, una porción significativa de su responsabilidad económica, entonces su primer descubrimiento inevi-table es que la “crisis ambiental” no es tal cosa, no es una crisis de nuestro medio ambiente o de nuestros alrededores; es una crisis de nuestras vidas como individuos, como miembros de una familia, como miembros de una comunidad, y como ciudadanos. Tenemos una “crisis ambiental” por que hemos consentido a una economía en la que por comer, beber, trabajar, descansar, viajar, y distraernos estamos des-truyendo lo natural, el mundo natural, dado por Dios.
Vivimos, como tarde o temprano tendremos que reconocer, en una era de economía sentimental y conse-cuentemente de política sentimental. Comunismo senti-mental mantiene en efecto que todos y cada uno tenga que sufrir para el bien de los “muchos” que, aunque miserables en la actualidad, serán felices en el futuro por exactamente las mismas razones por las que son miserables en la actualidad.
Capitalismo sentimental no es tan diferente de comunismo sentimental como reclaman los poderes políticos. El capitalismo sentimental en realidad mantiene que todo lo pequeño, local, privado, personal, natural, bueno, y hermoso deba ser sacrificado en el interés del “mercado libre” y las grandes corporaciones que traerán seguridad y felicidad sin precedentes para “la mayoría” – en, por supuesto, en el futuro.
Estas formas de economía política podrían ser descritas como sentimentales por que dependen absolutamente en una fe política sobre la que no hay justificación, y por que emiten un cheque frío sobre la virtud de los dirigentes políticos y/o económicos.
Ellos buscan preservar la credulidad de la gente en apelar a un fondo de virtud política que no existe. Comunismo y capitalismo de “mercado libre” ambos son versiones modernas de oligarquía. En su propaganda, ellos justifican sus medios violentos por los buenos fines, que siempre están fuera del alcance por la violencia de los medios. El truco está en definir el fin vagamente “el mejor bien para las grandes mayorías” o “el beneficio de los más” y mantenerlo a distancia.
El fraude de estas formas de economía oligárquica está en su principio de desplazar cualquier bien que ellos reconocen (lo mismo que sus deudas) del presente al futuro. Su éxito depende en la persuasión de la gente, primero, que cualquier cosa que tengan ahora no es bueno, y segundo, que la promesa de lo bueno esta ciertamente segura de ser obtenida en el futuro. Esto óbviamente contradice el principio – común, yo creo, de todas las tradiciones religiones – que si alguna vez vamos a hacernos el bien el uno al otro, entonces el tiempo para hacerlo es ahora; no vamos a recibir ninguna recompensa por prometer hacerlo en el futuro. Y ambos el comunismo y el capitalismo han encontrado estos principios muy embar-azosos. Si en la actualidad usted se encuentra ocupado en destruir todo lo bueno a la vista para hacer lo bueno en el futuro, es inconveniente encontrar a gente diciendo cosas como “ama a tu prójimo como a ti mismo” o “los seres sensibles son innumer-ables, yo hago la promesa de salvarlos.” Comunistas y capitalistas por igual, “liberales” y “conservadores” los capitalistas también han necesitado reemplazar a la religión con alguna forma de determinismo, para poder decir-les a sus víctimas, “Yo estoy haciendo esto por que no puedo hacer otra cosa. No es mi culpa. Es inevitable.” El asombro es cuan a menudo la religión organizada ha seguido esta mentira.
La idea de una economía basada en diferentes tipos de ruina podría parecer una contradicción de términos, pero de hecho este tipo de economía es posible, como lo vemos. Es posible sin embargo, en una condición implacable: el único bien futuro al que nos lleva seguramente es que se destruirá así misma. ¿Y cómo disfraza estos resultados de sus súbditos, sus beneficiarios a corto plazo, y sus víctimas? Lo hace a través de su falsa contabilidad. Substituye la economía real por medio de la que mantenemos (o no) nuestra familia, una economía simbólica de dinero, que en el largo plazo, debido a las manipulaciones egoístas de los “intereses mayoritarios,” no puede dar cuenta o representar nada sino a sí misma. Y así tenemos ante nosotros un espectáculo de “prosperidad” y “crecimiento económico” sin precedentes en una tierra de granjas y bosques degradadas, sistemas ecológicos, cuencas, y aire contaminadas, familias fracasadas, y comunidades moribundas.
Este absurdo moral y económico existe por el motivo del presunto mercado “libre” cuyo único principio es este: las comodidades deberán ser producidas donde puedan ser producidas al menor costo, y consumidas donde se obtenga el mejor precio. El hacer lo más barato y vender a lo más caro siempre ha sido el programa del capitalismo industrial. La idea de un “mercado libre” global es solamente la tentativa, hasta ahora exitosa, del capitalismo para agrandar el alcance geográfico de su codicia, y más aun, de darle a su codicia un estado de “derecho” dentro de su presunto territorio. El “mercado libre” global es libre para las corporaciones precisamente por que disuelve las fronteras de los viejos colonialismos nacionales, y los reemplaza por un nuevo colonialismo sin ataduras ni fronteras. Es muy parecido a que se les prohibiese al todos los conejos a tener madrigueras, y así soltar a la jauría.
Una corporación, es esencial-mente una pila de dinero a la cual un número de personas le han vendido su lealtad moral.
El “derecho” de una corporación a ejercitar su poder económico sin moderación está construido por los partidarios del “mercado libre”como una forma de libertad, una libertad política presumiblemente in-cluida en el derecho de los ciudadanos individuales de poseer y usar la propiedad.
Pero la idea del “mercado libre” introduce en el gobierno una sanción de desigualdad que no está implícita en ninguna idea de libertad democrática: a saber que el “mercado libre” es más libre para aquellos que tienen más dinero, y no es libre para aquellos que tienen poco o están sin dinero. Por ejemplo Wal Mart, como una gran corporación que compite “libremente” contra cualquier negocio local privado, tiene virtualmente toda la libertad, y sus pequeños competidores prácticamente ninguna.
Para hacer demasiado barato y vender demasiado caro, se requieren dos cosas. Una es que usted tiene que tener muchos consumidores con dinero sobrante y deseos ilimitados. Por el momento, hay muchos de esos consumidores en los países desarrollados.
El problema, fácilmente solu-cionado por el momento, es simplemente mantenerlos rela-tivamente afluentes y depen-dientes en la compre de suministros.
El otro requerimiento es que el mercado de trabajo y materia prima debe mantenerse relativamente deprimido al mercado de comodidades al por menor. Esto significa que la oferta de trabajadores debe exceder la demanda, y que a la economía de utilización de tierras se le permita o motive a sobre producir.
Para mantener el costo de la mano de obra barata, es necesario primero inducir o forzar a la gente del campo en todo el mundo a mudarse a las ciudades – en la manera descrita por el Comité Norte Americano para Desarrollo Económico después de la Segunda Guerra Mundial – y segundo, continuar introduciendo tecnología de remplazo de trabajadores.
En esta forma es posible mantener un “fondo” de gente que están en la desafiante posición de ser meros consumidores, sin tierras y también pobres, y que por eso están dispuestos a trabajar por salarios bajos – precisamente la condición de los campesinos migratorios en los Estados Unidos.
El ocasionar a las economías de producción de tierras que sobreproduzcan es aun más sencillo. Los granjeros y otros trabajadores en la mayoría de las economías de utilización de tierras en el mundo no están organizados. Están, por lo tanto, sin capacidad de controlar la producción para asegurar precios justos. Los productores individuales deben ir individualmente en el mercado y obtener por sus productos simplemente el precio que les paguen. Ellos no tienen poder para negociar o hacer demandas. Cada vez más, deben vender no a sus vecinos o a pueblos vecinos y a las ciudades, sino a corporaciones remotas y grandes. No hay competencia entre los compradores (suponiendo que hubiese más de uno), que estén organizados, y estén “libres” para explotar la ventaja de los precios bajos. Los precios bajos animan a la sobreproducción pues en esta forma los productores intentan de cubrir sus pérdidas con “volumen,” y la sobre producción inevitable-mente compensa por los precios bajos. La economía de tierras por lo tanto entra en un espiral descendente mientras que la economía de dinero de los explotadores entra en un espiral ascendente. Si el agotamiento de la economía en la población que utiliza la tierra se hace tan severa como para amenazar la producción, entonces los gobiernos pueden subsidiar la producción sin controles de producción, lo que necesaria-mente motivará a la producción lo que bajará los precios – y así el subsidio a los productores rurales se convierte, en efecto, un subsidio corporaciones compradoras. En las economías que usan la tierra la sobreproducción se hace más barata al destruir, con precios bajos y bajos estándares de calidad, los imperativos culturales de buen trabajo y el mayorazgo de la tierra.
Este tipo de explotación, largamente familiar en la economías domésticas y extranjeras y en el colonialismo de la naciones modernas, se ha convertido ahora en la “economía global,” que es la propiedad de unas pocas corporaciones supranacionales. La teoría económica utilizada para justificar a la economía global en la versión del “mercado libre” está nuevamente sin fundamento y es sentimental. La idea de que lo que es bueno para las corporaciones será, tarde o temprano, – aunque no por supuesto inmediatamente – bueno para todo el mundo.
Este sentimentalismo está basada, a su vez, en una fantasía: la proposición que las grandes corporaciones, en una competencia “libre” entre ellas por las materias primas, la mano de obra, y su porción del mercado, serán llevadas por si mismas indefinidamente, no solo a grandes “eficiencias” de manufactura, sino también a mayores ofertas por materias primas y mano de obra y precios bajos para los consumidores. Como resultado, la gente de todo el mundo estará segura económicamente – en el futuro. Sería duro objetar a tal proposición si solo fuera verdadera.
Pero uno sabe, en primer lugar, que la “eficiencia” en la manufactura siempre significa los costos de la mano de obra reemplazando a los trabajadores con trabajadores más baratos o con máquinas.
En el segundo lugar, la “ley de la competencia” no implica que muchos competidores competi-rán indefinidamente. La ley de competencia es una simple paradoja: la competencia destruye la competencia. La ley de competencia implica que muchos competidores, compitiendo en el “mercado libre” finalmente e inevitablemente podrán reducir el número de competidores a uno, La ley de competencia, para hacerlo corto, es la ley de la guerra.
En tercer lugar, está basada en transporte barato de larga distancia, sin el cual no es posible mover bienes del punto de origen más barato al punto de más alta venta. Y el transporte barato de larga distancia es la base de la idea que las regiones y naciones deben abandonar cualquier medida de auto-suficiencia económica para especializarse en la producción para exportación de la pocas mercancías o la única mercancía que puedan ser producidas más baratas. Cualquier cosa que se diga por “eficiencia” de tal sistema su resultado (y podemos asumir, su propósito) es el destruir la capacidad de producción local, diversidad local, e independencia económica local.
La idea de una economía de “mercado libre” global, a pesar de obvias fallas morales y sus peligrosas debilidades prácticas, es ahora la ortodoxia que gobierna esta edad. Su propaganda es suscrita y distribuida por la mayoría de los líderes políticos, escritores editorialistas, y otros “constructores de opinión.” Los poderosos que son, mientras se continúan presupuestando in-mensas sumas para la “defensa nacional,” han aparentemente abandonado cualquier idea de autosuficiencia local, aun en comida. También han abandonado la idea que un gobierno local o nacional pueda justificadamente poner trabas sobre la actividad económica con el propósito de proteger a su tierra y a su gente.
La economía global se ha institucionalizado en la Organización Mundial de Comercio, que fue instalada sin elecciones en ninguna parte, para regir el comercio internacional en nombre del “mercado libre” – lo que quiere decir en favor de las corporaciones supranacionales – y para sobreregir, en sesiones secretas, cualquier ley nacional o regional que esta en conflicto con el “mercado libre.” El programa del comercio libre global, y la presencia de la Organización Mundial de Comercio han legitimado formas extremas de pensamiento experto. Se nos ha dicho seguramente que si Kentucky pierde su capacidad de producir leche en favor de Wisconsin, esto será una “historia de éxito.” Expertos como Stephen C. Blank de la Universidad de California han propuesto que los países desarrollados, tales como los Estados Unidos y el Reino Unido, donde la comida ya no puede ser producida en forma suficientemente barata, debe-rían abandonar la agricultura totalmente.
La locura en las raíces de esta imprudente economía empezó con la idea que una corporación debe ser considerada, legalmente, como una “persona.” Pero la ilimitada poder de destruir de esta economía viene precisamente por que la corporación no es una persona. Una corporación es, esencialmente, una pila de dinero a quienes un número de personas han vendido su lealtad moral. Como tal, contrario a una persona, una corporación no envejece. No llega, como todas las personas finalmente lo hacen a la realización de lo corto y pequeño de la vida humana; no llega a ver el futuro como la vida de los hijos y de los nietos de nadie en particular. No puede experimentar la esperanza y el remordimiento personal, ni cambiar de corazón. No puede humillarse. Realiza sus negocios como si fuera inmortal, con el solo propósito de convertirse en una pila aun más grande de dinero. Los accionistas esenciamente son usureros, gente que “hace que el dinero trabaja para ellos,” esperando grandes pagos de retorno por causar que otros trabajen por bajos salarios. La Organización Mundial de Comercio engrandece la vieja idea de la corporación como – persona – al darle a la economía corporativa global la condición de un supergobierno con el poder de regir sobre naciones. Yo no quiero decir, por supuesto, que todos los ejecutivos corporativos y accionistas son malas personas. Solo estoy diciendo que todos ellos están implicados muy seriamente en una mala economía.
Sin sorpresas, entre la gente que quiere preservar cosas que no son dinero – por ejemplo, la capacidad nativa de cada región de producir bienes esenciales – hay una creciente percepción que la economía global de “libre comercio” es inherentemente el enemigo del mundo natural, de la salud humana y su libertad, de los trabajadores industriales, de trabajadores rurales, y de otros en la economía de la utilización de tierras, y más aun, que es inherentemente un enemigo del buen trabajo y la buena práctica económica. Yo creo que esta percepción es correcta y que puede ser demostrada como correcta solamente haciendo una lista de las suposiciones implícitas en la idea de que las corporaciones deben ser “libres” para comprar barato y vender caro en todo el mundo. Tanto como yo puedo entenderlas, estas suposiciones son las siguientes:
1.Que las relaciones estables y de preservación entre las personas, lugares, y cosas no importan y no tienen ningún valor.
2.Que las religiones y culturas no tienen ningún interés practico o económico.
3.Que no hay conflicto entre el “mercado libre” y la libertad política, y tampoco ninguna conexión entre la democracia política y la democracia económica.
4.Que no puede haber conflicto entre ventaja económica y la justicia económica.
5.Que no hay conflicto entre codicia y la salud ecológica o corporal.
6.Que no hay conflicto entre interés propio y servicio público.
7.Que la pérdida o destrucción de la capacidad en cualquier parte de producir los bienes necesarios no importa y no involucra ningún costo.
8.Que está bien que la subsistencia de una nación o región esté basada en el extranjero, dependiente de un transporte de larga distancia y controlada enteramente por las corporaciones.
9. Que por lo tanto, las guerras sobre los bienes – la reciente Guerra del Golfo, por ejemplo – son legítimas y permanentes funciones económicas.
10. Que este tipo de violencia sancionada es justificada también por la predominancia de los sistemas centralizados de producción y suministro, comunicaciones, y transportes, que son extremadamente vulnerables no solo a los hechos de guerra entre las naciones, sino también al sabotaje y al terrorismo.
11.Que está bien que la gente pobre en los países pobres trabaje por salarios reducidos para producir bienes para la exportación a la gente afluente en los países ricos.
12.Que no hay peligro ni costo en la proliferación de insectos nocivos exóticos, hierbas, y enferme-dades que acompañan al comercio internacional y que se incrementan con el volumen de comercio.
13.Que la economía es una máquina, de la que las personas son meramente las partes intercambiables. Uno no tiene alternativa sino hacer el trabajo (si hay alguno) que prescribe la economía, y aceptar el salario prescrito.
14. Que, por lo tanto, que la vocación es un asunto muerto. Uno no hace el trabajo que uno escoge para hacer por porque uno ha sido llamado a eso por el cielo o por propias habilidades naturales o por las dadas por Dios, sino que hace en vez el trabajo que está determinado e impuesto por la economía. Cualquier trabajo está bien mientras esté remunerado.
Esta conjetura claramente prefigura una condición de economía total. Una economía total es una en que todo – “especies vivientes,” por ejemplo, o el “derecho de contaminar” – es “propiedad privada” y tiene un precio y esta en venta. En una economía total la selección significativa y algunas veces de tanta importancia que en antes le perteneció a los individuos o a las comunidades, se ha convertido en la propiedad de las corporaciones. Una economía total operando internacionalmente, necesaria-mente reduce los poderes del estado y de los gobiernos nacionales, no solo por que estos gobiernos han traspasado poderes significativos a una burocracia internacional o por que los lideres políticos se han convertido en los trabajadores a sueldo de las corporaciones, sino también por que los procesos políticos – y especialmente los procesos democráticos – son muy lentos para reaccionar al desarrollo económico y tecnológico sin control en una escala global. Y cuando los gobiernos estatales o nacionales empiezan a actuar en efecto como agentes de la economía global, vendiendo a su gente por salarios bajos, y a los productos de su gente por precios bajos, entonces los derechos y las libertades de los ciudadanos necesariamente se reducen. Una economía global es una entidad desencadenada que toma las utilidades de la desintegración de las naciones, comunidades, hogares, paisajes, y sistemas ecológicos. Esta económia licencia riqueza simbólica artificial para “crecer” por medio de la destrucción de la verdadera riqueza de todo el mundo.
Dentro de los muchos costos de la economía global, la pérdida del principio de vocación es probablemente el más sintomático y desde un punto de vista cultural, el más importante. Es por el reemplazo de la vocación por el determinismo económico que los hechos exteriores de una economía total destruyen el carácter y la cultura también desde adentro.
En un ensayo sobre el origen de la civilización en culturas tradicionales, Amanda K. Coomaraswamy escribió que el principio de la justicia es el mismo en todo es que cada miembro de la comunidad debe realizar el trabajo para lo que lo ha dotado la naturaleza …” La dos ideas, justicia y vocación, son inseparables. Es por esto que Coomaraswamy hablo del industrialismo como el “mamón de la injusticia,” incompatible con la civilización. Es por medio del principio y práctica de la vocación que la santidad y la reverencia entran en la economía humana. Fue por lo tanto posible para las culturas tradicionales el concebir que “trabajar es orar.”
Enterados del potencial de destrucción del industrialismo, como también del peligro político considerable por las grandes concentraciones de riqueza y poder en las corporaciones industriales, los lideres norteamericanos desarro-llaron, y por un tiempo utilizaron, los medios para limitar y restringir tales concentraciones, y en alguna forma distribuir con cierta equidad la riqueza y la propiedad. Los medios eran leyes contra trusts y monopolios, los principios de negociación colectiva, el concepto de cien por ciento de paridad entre las economías de utilización de tierras y las de manufacturas, y de los impuestos progresivos. Y para proteger a los productores domésticos y la capacidad de producción es posible a los gobiernos el imponer tarifas en bienes baratos de importación. Estos medios están justificados por la obligación de los gobiernos de proteger las vidas, la supervivencia, y las libertades de sus ciudadanos. No hay, entonces, la necesidad de inevitablemente exigir a nuestro gobierno a sacrificar la supervivencia de nuestros pequeños agricultores, pequeños negocios, y trabajadores, junto con nuestra independencia económica doméstica al “libre comercio” global. Pero ahora todos estos medios o se han debilitado o en desuso. La economía global está destinada como medio para subvertirlos.
A falta de las protecciones del gobierno contra la economía total de las corporaciones supranacionales, la gente está donde ha estado muchas veces antes: en peligro de perder su seguridad económica y su libertad, ambos a la vez. Pero al mismo tiempo los medios de defenderse a sí mismos les pertenece en la forma del principio venerable: los poderes no ejercitados por el gobierno le regresan al pueblo. Si el gobierno no se propone a proteger las vidas, la supervivencia, y la libertad de su gente, entonces la gente debe pensar como protegerse a si mismas.
¿Cómo pueden protegerse a sí mismas? Parece ser, realmente, una única forma, y eso es el desarrollar y poner en práctica la idea de una economía local – algo que un número creciente de personas está haciendo. Por varias buenas razones, ellos están empezando desde una economía local de comida. La gente está tratando de buscar la forma de cortar la distancia entre productores y consumidores, para hacer las conexiones más directas entre las dos, y para hacer esta actividad de la economía local un beneficio para la comunidad local. Ellos están tratando de aprender a usar a las economías de consumidores de los pueblos locales y ciudades para preservar la supervivencia de las familias y de las comunidades de granjeros. Ellos quieren usar a la economía local para darle a los consumidores una influencia sobre el tipo y la calidad de su comida, y preservar y realizar los paisajes locales. Ellos quieren dar a todos en la comunidad local un interés directo a largo plazo en la prosperidad, salud, y belleza de su tierra. Esta es la única forma actualmente disponible para hacer a la economía global menos total. Fue alguna vez, yo creo, de hacer a la economía nacional o colonial menos total. Pero ahora la necesidad es más grande.
Yo estoy asumiendo que hay una línea valida de pensamiento que nos lleva de la idea de la economía total a la idea de la economía local. Asumo que el primer pensamiento pueda ser el reconocimiento de nuestra propia ignorancia y vulnera-bilidad como consumidores en la economía total. Como tal consumidor, uno no sabe la historia de los productos que uno utiliza. ¿De dónde, exactamente, vinieron? ¿Quién las produjo? ¿Qué toxinas se utilizaron en su producción? ¿Cuales fueron los costos humanos y ecológicos de producirlas? ¿Y luego de eliminarlas? Uno se da cuenta que estas preguntas no pueden ser fácilmente contestadas, y tal vez de ninguna forma. Aunque uno está comprando entre una asombrosa cantidad de productos, a uno se le niegan ciertas alternativas signifi-cativas. En tal estado de ignorancia económica no es posible escoger productos que fueron producidos localmente con cierta favor hacia la gente y la naturaleza. Ni tampoco es posible para estos consumidores influenciar la producción para mejorarla. Consumidores que sienten cierta atracción hacia el servicio de la tierra encuentran que en esta economía ellos no pueden obtener la práctica. Para ser un consumidor en una economía total, uno debe estar de acuerdo en ser totalmente ignorante, totalmente pasivo, y totalmente dependiente de los suministros distantes y el interés propio de los proveedores.
Y entonces, tal vez, uno pueda empezar a ver desde el punto de vista local. Uno empieza a preguntar, qué hay ahí, que hay en mí, que pueda llevarnos a algo mejor? Desde el punto de vista local, uno puede ver que la economía del “mercado libre” global es posible solo si las naciones y las localidades aceptan o ignoran la inesta-bilidad inherente de la economía de la producción basada en la exportación y una economía del consumidor basada en las importaciones. Una economía de la exportación esta más allá de la influencia local, y también lo es la economía de importación. Y transporte de larga distancia barato es posible solo si tiene combustible barato, paz inter-nacional, control del terrorismo, prevención del sabotaje, y solvencia de la economía internacional.
Tal vez uno también empieza a ver la diferencia entre un negocio local pequeño que debe compartir el destino de la comunidad local y una gran corporación ausente que está establecida para escapar la suerte de la comunidad local por medio de arruinar a la comunidad local.
Hasta donde yo puedo ver, la idea de la economía local descansa en solo dos principios: vecindad y subsistencia.
En un vecindario viable, los vecinos se preguntan a sí mismos que pueden hacer o proveer los unos a los otros, y encuentran respuestas que ellos y su lugar pueden permitirse. Esto, y nada más, es la práctica del vecindario. Esta práctica debe ser, en parte, de caridad, pero debe ser también económica, y la parte económica debe ser equitativa. Hay una caridad significativa en los precios justos.
Por supuesto, todo lo que se necesita localmente no puede ser producido localmente, pero un vecindario viable es una comunidad, y una comunidad viable está hecha de vecinos que aprecian y protegen los que tienen en común. Este es el principio de subsistencia. Una comunidad viable como una granja viable, protege sus propias capacidades de producción. No importa productos que puede producir por sí misma. Y no exporta productos locales hasta satisfacer todas la necesidades locales. Los productos económicos de una comunidad viable se entiende que pertenecen a subsistencia de la comunidad o como sobrantes, y solo los sobrantes se consideran como que puede ser vendido fuera. Una comunidad sí, es viable, no piensa producir solo para exportar, y no le puede permitir a los importadores utilizar la mano de obra barata y bienes de otros lugares a destruir la capacidad local de producir bienes que son necesarios localmente. En caridad, más aun, debe rehusar el importar bienes que son producidos al costo de la degradación humana o ecológica en otros lugares. Estos principios se aplican no solo a las localidades, sino a las regiones y a las naciones también.
Los principios de vecindad y subsistencia serán denunciadas por los globalistas como “proteccionismo” – y eso es exactamente lo que es. Es un proteccionismo que es justo y bueno, por que protege a los productores locales y es el mejor seguro de suministros adecuados para los consumidores locales. Y la idea de que las necesidades locales deben ser saciadas primero y solo los sobrantes exportados no implica ningún prejuicio contra la caridad hacia la gente en otros lugares o el comercio con ellos. El principio de la vecindad en el hogar siempre implica el principio de la caridad afuera. Y el principio de subsistencia es de hecho la mejor garantía de dar sobrantes para el mercado. Este tipo de proteccionismo no es “aislacionismo.”
Albert Schweitzer, que sabia bien la situación económica en las colonias de Africa, escribió hace cerca de sesenta años: “Cuando el negocio de la madera es bueno, hambruna permanente reina en la región de Ogowe pues los campesinos abandonan sus granjas para cortar tantos arboles como sea posible.” Debemos notar especialmente que la meta de la producción era “Tantos como sea posible.” Y Schweitzer coincide conmigo exactamente. “Esta gente podría lograr verdadera riqueza si pudiera desarrollar su agricultura y comercio para cubrir sus propias necesidades.” En vez, ellos produjeron madera para exportar a la “economía mundial,” que los hizo dependientes de bienes importados que ellos compraron con el dinero de sus exportaciones. Ellos abando-naron sus medios locales de subsistencia, e impusieron un estándar falso de demanda extranjera (“tantos arboles como sea posible”) de sus bosques. Así quedaron dependientes de una economía sobre la que no tienen control.
Tal fue el destino de la gente nativa bajo el colonialismo Africano en la época de Schweitzer. Tal es, y solo puede ser, el destino de todos bajo el colonialismo global de nuestros tiempos. La descripción de Schweitzer de la economía colonial de la región de Ogowe es en principio no diferente de la economía rural actual de Kentucky o Iowa o Wyoming. Una economía total, practicamente hablando, es un gobierno total. El “comercio libre” que desde el punto de vista de la economía corporativa trae un “crecimiento económico sin precedentes,” desde el punto de vista de la tierra y su población local y al final, desde el punto de vista de las ciudades, es destrucción y esclavitud. Sin economías locales prósperas, la gente no tiene poder y la tierra no tiene voz.
Este articulo esta traducido y reimpreso con permiso de In the Presence of Fear, publicado por la Orion Society, 187 Main Street, Great Barrington, MA 01230, www.orlonline.org. Originalmente apareció en la edición de Invierno de la revista Orion.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXII, No. 4, julio-agosto 2002.