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Pobreza de familia forzó a huésped del Trabajador Católico de Houston a emigrar

Soy de Michoacan. Tengo 37 años. Me fui a la capital para poder trabajar porque ahí en el campo pagan muy poco y no hay fábricas donde yo vivía.

Me casé con una muchacha de San Luis Potosí y tuve dos hijos. Llevaba una vida tranquila en el Distrito Federal hasta que llegué a la mayoría de edad, ya que no le dan trabajo a la gente de mayor edad. Contratan jóvenes sin experiencia.

Ya que a nosotros nos pagan el salario mínimo que es de 750 pesos por quincena. Yo trabajaba 16 horas diarias para poder sobrevivir, ya que tenía dos hijos en la escuela y tenía que pagar 500.00 pesos mexicanos al mes. Mi esposa se fue a vivir con su papá porque ya no nos alcanzaba el dinero.

Después, yo la seguí al estado de San Luis Potosí. Ahí conseguí trabajo, pero pagan 60 pesos por todo el día (12 horas). Todavia mi sueldo no era suficiente, y me puse cansado de trabajar “solo para sobrevivir y no para vivir.” En este momento decidí salir para los Estados Unidos. Ahí en San Luis conocí a la persona que me trajo a Houston.

Llegamos al Rio Bravo en mediodia. Por las horas antes, habíamos caminado por las montañas sin hablar, cuidadoso para evitar las autoridades Mejicanas. A la orilla, sacamos un barquito de las rocas, pusimos las cosas que teníamos adentro, y empezamos a remar. En no más de diez minutos, cruzamos al otro lado.

Cruzamos y caminamos hasta el noche, cuando el calor del sol cambia al frio del desierto del noche. Agotado despues de un dia largo, sentamos en el suelo. y esperábamos la próxima connexion. ‘Llegará a media-noche,’ estuvimos informado. Nadie llegó. Eventualmente nos durmimos, acostándonos entre las rocas y espinas.

Cuando nos despertamos, todavía estuvimos solos. Ya no habia comido y quedaba solamente un poco de agua. Esperábamos al coyote, bien preocupados, pero tres dias más pasarían antes de llegaría.

Mientras descansábamos allí, en silencio, sentía muy. desconsolado. Solo pocos dias de mi hogar, quería regresar a Michoacan. Pero anhelando realizar un futuro mejor, decidí seuir esperando, seguir tratando.

El pensamiento de soportar a mis niños en la escuela me sostenía cuando esperé en el desierto. Por casi cuatro días no comimos. Cuando nuestro paseo llegó finalmente, nos dio solo un refresco antes de que empezáramos en otro camino de diez horas hacia el noche.

Esta persona de esa casa nos vendió a otra. Yo no pude quedarme en mi destino porque no pudieron pagar lo que cobraban esas personas. Me regresaron de vuelta a Houston y me quedé a dormir en la casa del conductor, porque me dijo que si me lleva con la persona que me compró no me iba a dejar salir hasta que no le pagara el dinero que había pagado por mí.

Por eso me trajeron a la Casa Juan Diego sin ropa y sin dinero. Aquí me dieron ropa, comida y donde dormir y poder bañarme.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXII, No. 1, enero-febrero 2002.