I. Llegará pronto el tiempo cuando no tendremos que recordar los horrores del 11 de Septiembre sin recordar también el optimismo económico y tecnológico que terminó en ese día.
II. Este optimismo descansa en la proposición que estamos viviendo en un “nuevo orden mundial” y en una “nueva economía” que crecerá más y más, trayendo una prosperidad en la que cada nuevo incremento será sin “precedentes”.
III. Los políticos dominantes, los oficiales corporativos, y los inversionistas que creían esta proposición no reconocieron que la prosperidad estaba limitada a un pequeño porcentaje de la gente del mundo, y a un número cada vez más pequeño aun en los E.E.U.U.. Que esto está fundado en el trabajo opresivo de la gente pobre de todo el mundo, y que los costos ecológicos amenazan toda la vida en forma incremental, incluyendo la vida de los supuestamente prósperos.
IV. La naciones “desarrolladas” le habían dado al “mercado libre” el estado de un dios, y habían estado sacrificando a sus agricultores, sus tierras de cultivo, sus comunidades, sus bosques, sus pantanos, sus praderas, sus sistemas ecológicos, y sus vertientes. Ellos habían aceptado la contaminación universal y el calentamiento global como los costos normales de hacer negocios.
V. Ha habido, como consecuencia, un creciente esfuerzo mundial en favor de la descentralización económica, justicia económica, y responsa-bilidad ecológica. Debemos reconocer que los hechos del 11 de septiembre hacen este esfuerzo más necesario que nunca. Nosotros los ciudadanos de los países industrializados debemos continuar la labor del autocriticismo y la auto corrección. Debemos reconocer nuestros errores.
VI. La doctrina suprema de la euforia económica y tecnológica de las décadas recientes ha sido que todo depende de la innovación. Estaba entendido y era deseable, y aun necesario, que deberíamos seguir y seguir de una innovación tecnológica a la otra, lo que haría a la economía “crecer” y hacer todo mejor y mejor. Esto, por supuesto, implicaba en cada punto un odio al pasado, de todas las cosas heredadas y gratis. Todas las cosas se remplazaban en nuestro progreso de innovaciones, cualquiera que hubiera sido su valor eran descartadas como que no tuviesen valor.
VII. Nosotros no anticipamos nada de lo que ha pasado ahora. Nosotros no previmos que toda nuestra secuencia de innovaciones fueran re-emplazadas por una más grande: la invención de un nuevo tipo de guerra que voltearía todas las previas invenciones contra nosotros mismos, descubriendo y explotando las debilidades y peligros que habíamos ignorado. Nunca consideramos la posibilidad de que estemos atrapados en una red de comunicaciones y transportes que se suponía que nos deberían hacer libres.
VIII. Ni tampoco previmos que los armamentos y la ciencia guerrera que hemos estado mercadeando y enseñando en todo el mundo estaría disponible, no solo a gobiernos nacionales reconocidos que poseen tan extraño poder de legitimar violencia en gran escala, sino también las “naciones pillas disidentes,” o de los individuos o grupos fanáticos – cuya violencia, aunque nunca peor que la de las naciones, es juzgada por las naciones como ilegal.
IX. Habíamos aceptado la creencia, sin crítica, que la tecnología es solamente buena, que no puede servir al mal como al bien; que no puede servir a nuestros enemigos lo mismo que a nosotros mismos; que no puede ser utilizada lo que es bueno incluyendo la tierra patria y nuestras vidas.
X. También habíamos aceptado la creencia del corolario que una economía (sea una economía monetaria o un sistema de soporte de vida) que es global en su amplitud, tecno-lógicamente compleja, y centralizada es invulnerable al terrorismo, el sabotaje, o la guerra, y que es protegida por la “defensa nacional.”
XI. Ahora tenemos una elección clara, inescapable que tenemos que hacer. Podemos continuar promoviendo el sistema eco-nómico global de “libre comercio” ilimitado entre corporaciones, sostenidas por largas líneas vulnerables de comunicación y suministro, pero ahora reconociendo que tal sistema tendría que estar protegido por una inmensa y costosa fuerza policíaca en todo el mundo, sea mantenida por una nación o varias o todas, y que tal fuerza policíaca será efectiva precisamente hasta el grado de tener dominio sobre la libertad y la privacidad de los ciudadanos de cada nación.
XII. O tal vez podamos promover una economía mundial descentralizado que tendría la meta de asegurar a cada región y nación una autosuficiencia local en bienes de soporte de vida. Esto no eliminaría el comercio internacional, pero tendería comerciar en excedentes después de satisfacer las necesidades locales.
XIII. Uno de los grandes peligros para nosotros ahora, segundo solo a mayores ataques terroristas contra nuestra gente, es que tratásemos de continuar como antes con el programa corporativo de “comercio libre” global, cualquiera que sea el costo en libertad y derechos civiles, sin autocuestionar o auto criticismo o debate público.
XIV. Esto es por que la substitución de la retórica por el pensamiento, siempre una tentación en un crisis, debe ser resistida por los oficiales y ciudadanos por igual. Es duro para ciudadanos ordinarios saber lo que está realmente pasando en Washington en una época de peligro tan grande, pues todos sabemos, el pensamiento serio y difícil que debe estar tomando lugar acá. Pero la habladuría que estamos escuchando de los políticos, burócratas, y comentadores ha tendido hasta ahora ha reducir los complejos problemas que nos encaran ahora a asuntos de unidad, seguridad, nor-malidad, y represalia.
XV. La autohonradez nacional, como la autohonradez personal, es un error, es un extravío, es un signo de debilidad. Cualquier guerra que hagamos ahora contra el terrorismo vendrá como un pago parcial en una historia de guerra en la que hemos participado totalmente. Nosotros no somos inocentes de hacer guerra contra poblaciones civiles. La doctrina moderna para tal tipo de guerra fue enunciada y puesta en ejecución por el General Wiiliam Tecumesh Sherman, durante la Guerra Civil, que mantuvo que una población civil podría ser declarada culpable y correctamente sujetada al castigo militar. Nunca hemos repudiado tal doctrina.
XVI. También es un error – como han indicado los eventos desde el 11 de septiembre – suponer que el gobierno pueda promover y participar en una economía global y al mismo tiempo actuar exclusivamente en interés propio, faltando a sus tratados internacionales y apartándose de la cooperación internacional y los asuntos morales.
XVII. Y seguramente, en nuestro país, bajo nuestra constitución, es un error fundamental suponer que cualquier crisis o emergencia pueda justificar cualquier tipo de opresión política. Desde el 11 de Septiembre, demasiadas voces públicamente han presumido “hablar por nosotros” al decir que los nortemericanos aceptaran de buena gana la reducción de la libertad a cambio de mayor “seguridad.” Algunos tal vez lo harían. Pero otros aceptarían una reducción en seguridad (y en comercio global) con mucha mayor voluntad que ellos aceptarían una contracción de nuestro derechos constitu-cionales.
XVIII. En un tiempo como este, cuando hemos sido seriamente y tan cruelmente heridos por quienes nos odian, y cuando debemos considerarnos grave-mente amenazados por esa misma gente, es difícil hablar de paz y recordar que Cristo nos ordenó amar a nuestros enemigos, pero esto no es menos necesario por ser difícil.
XIX. Aun ahora nos atrevemos a no olvidar que desde el ataque de Pearl Harbor – con el cual el presente ataque ha sido a menudo y no útilmente comparado – nosotros los humanos hemos sufrido una casi ininterrumpida secuencia de guerras, ninguna de la cuales ha traído paz o nos ha hecho más pacíficos.
XX. La meta y resultado de la guerra no es necesariamente la paz sino la victoria, y cualquier victoria ganada por violencia no necesariamente justifica la violencia que la ganó y nos lleva a más violencia. Si es que somos serios sobre la innovación, no debemos por lo tanto concluir que necesitamos algo nuevo para reemplazar nuestra perpetua “guerra para terminar la guerra”
XXI. Lo que nos lleva a la paz no es la violencia sino una actitud pacífico, que no es pasividad, sino un estado de alerta, informado, práctico, y un activo estado de ser. Debemos reconocer que mientras que hemos subsidiado extravagantemente los medios de la guerra, casi hemos dejado de lado totalmente descuidado los caminos de la paz. Tenemos, por ejemplo, varias academias militares nacionales, pero ni una academia de la paz. Hemos ignorado las enseñanzas y los ejemplos de Cristo, Ghandi, Martin Lutero King, y otros líderes pacíficos. Y aquí tenemos un deber inevitable de notar también que la guerra produce utilidades, mientras que los medios de la paz, sean baratos o no, no producen dinero.
XXII. La llave para la paz es su práctica continuada. Es erróneo suponer que podamos explotar y empobrecer a las naciones miserables mientras que tenemos el propósito de armarlos e instruirlos en los nuevos medios de la guerra, y después de esto razonablemente esperar que sean pacíficos.
XXIII. No debemos nunca más permitir que la emoción pública caricaturice a nuestros enemigos. Si nuestros enemigos son ahora algunas naciones musulmanas, entonces deberíamos buscar la forma de conocer a estos enemigos. Nuestras escuelas deberían empezar a enseñar las historias, culturas, artes, e idioma de las naciones islámicos. Y nuestros lideres deberían tener la humildad y la sabiduría de preguntar las razones del por que algunas de esta gente nos odia.
XXIV. Empezando con las economías de la comida y la agricultura, deberíamos pro-mover domésticamente, y estimular en el extranjero, lo ideal de la autosuficiencia local. Deberíamos reconocer que esta es la más verdadera, segura, y más barata forma de vivir del mundo. No deberíamos permitir la perdida, o la destrucción de ninguna capacidad local de producir los bienes necesarios
XXV. Deberíamos reconsiderar y renovar y extender nuestros esfuerzos para proteger los fundamentos naturales de la economía, tierra, agua, y aire. Deberíamos proteger cada sistema ecológico intacto y cada vertiente de las que aun nos quedan e iniciar la restauración de aquellas que han sido dañadas.
XXVI. La complejidad de nuestro problema presente sugiere, como nunca antes, que necesitamos cambiar nuestro presente concepto de educación. La educación no es propiedad e industria, y su utilización apropiada no es para servir a las industrias como entrenamiento para el trabajo ni como investigación subsidiada. Su utilización apropiada es para habilitar a los ciudadanos a vivir en forma económica, política, social, y culturalmente responsable. Este no se puede lograr reuniendo o teniendo ‘acceso’ a lo que nosotros ahora llamamos “información” lo que es decir hechos sin contexto y por lo tanto sin prioridad. Una educación apropiada le permite a la gente joven poner a sus vidas en orden, lo que significa que cosas son más importantes que otras, significa poner a lo primero primero.
XXVII. Lo primero que debemos empezar enseñando a nuestros hijos (y aprender nosotros mismos) es que no podemos consumir interminablemente, tenemos que aprender a ahorrar y conservar. Necesitamos una “nueva economía” pero una que está fundada en frugalidad y cuidado, en ahorrar y conservar, no en exceso y desperdicio. Una economía basada en desperdicio es inherentemente violenta y sin esperanza, y la guerra es su subproducto inevitable. Necesitamos una economía pacifista.
Traducido y reimprimido con permiso de Orion Magazine (www.orionsociety.org).
Trabajador Católico de Houston, Vol. XXII, No. 1, enero-febrero 2002.