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La verdad sobre los inmigrantes: economía global perjudica a los pobres

Recientemente, uno de mis amigos estaba en una reunión familiar. Cuando ella le dijo a su familia lo que yo iba a hacer este verano – ser voluntaria en una casa de hospitalidad para inmigrantes Latinoamericanos – una de sus tías expresó su desaprobación por que “los inmigrantes ilegales les quitan los trabajos a los americanos que pagan impuestos.” Este no es un sentimiento poco común. Inmigración de México y Centroamérica, documentada o indocumentada, está floreciendo y mucha gente en los Estados Unidos quiere contener la ola. Pero durante este proceso la historia de la inmigración a los Estados Unidos es olvidada, mientras que las fuerzas globales que trabajan para enviar a estos inmigrantes contemporáneos acá permanecen desapercibidas.

Siempre hay una pizca de ironía cuando un ciudadano de los Estados Unidos se queja de la inmigración. Con la excepción de aquellos de origen puramente Nativo Americano, cada uno de nosotros es descendiente de inmigrantes. Los nativos americanos habitaron el continente por más de 12,000 años antes de que llegaran los europeos. Los Estados Unidos ganó su territorio principalmente por la eliminación deshonesta y violenta de la población indígena. Sin embargo, nosotros mantenemos la idea que esta tierra es solamente nuestra y que es no solamente dañino sino inmoral que entre otra gente a ella.

Imagínese esto: Un estado dentro de los Estados Unidos ha estado recibiendo un gran número de inmigrantes de un país extranjero. La población de inmigrantes crece tanto que el sistema de escuelas públicas instituye educación bilingüe en muchas áreas. Con el tiempo, instigada por situaciones políticas, esta práctica se hace conflictiva y se forma una reacción contra la educación bilingüe y los inmigrantes mismos. Un descontento legislador estatal declara, “Si esta gente es americana, que hablen nuestro idioma.” ¿Tal vez esta historia describe a California o Tejas en los 1990’s? No, describe Nebraska a principios de siglo. Los inmigrantes en cuestión son inmigrantes alemanes (Daniels Roger. Coming to America: A History of Immigration and Ethnicity in American Life. New York: Harper Collins, 1990 ps. 150-60). La historia de los E.E.U.U. es una historia de olas sucesivas de inmigración, cada ola llegando de un área diferente del globo. Con cada nuevo influjo de población de inmigrantes, la población más antigua se ha quejado, reclamando que los nuevos arribados pueden causar daño a la nación. Lo más probable es que lo que se dice ahora de los inmigrantes hispanos fue ya dicho sobre vuestros propios antepasados.

La primera gran estampida de inmigración en la historia de los E.E.U.U. empezó en los años 1840’s. Antes de ese período, cerca de 60,000 inmigrantes llegaron a los Estados Unidos cada año. Este número se triplicó en los 1840’s, y se cuadruplico en los 1850’s. Más importante que los puros números, sin embargo, fue el cambio en la composición étnica. Previamente, la vasta mayoría de inmigrantes procedía de Inglaterra. Pero durante estas dos décadas, más de un millón y medio de irlandeses llegó y también casi tantos alemanes (A.. Tomas Bailey, The American Pageant: A History of the Republic, 3a.ed. Boston: D.C. Health & Co., 1966. P324). La reacción de los “nativos” a estos recién llegados enseña las actitudes de los que ya estaban hacia los inmigrantes ha cambiado muy poco.

Los irlandeses habían estado llegando a E.E.U.U. por muchos años, pero en los 1840’s la hambruna de la papa destruyó su tierra. Durante esa década, una cuarta parte de la población murió de enfermedad y hambre, y muchos se escaparon a los E.E.U.U. (Bailey 325). Aquí vivieron al fondo de la escala social, laborando como trabajadores serviles y sirvientes domésticos, y viviendo en condiciones escuálidas. La población nativa los miraba con desprecio, y los consideraba menos limpios e higiénicos. (Daniels 131). Aun más, los irlandeses como los hispanos de hoy, fueron acusados de robarle los trabajos a los Norte Americanos. Este miedo y resentimiento nos llevó al famoso aviso puesto a menudo en las vitrinas de las tiendas: (“No Irish Need Apply.”) “No se emplea a los irlandeses.” El aviso era tan común que se abreviaba frecuentemente como
“NINA” (Bailey 325).

Al mismo tiempo los alemanes llegaban a montones a los E.E.U.U., escapándose de la inestabilidad política en su país. Mientras que la mayoría de los irlandeses se quedaron en las ciudades de la costa del Este, los alemanes generalmente se mudaron al Medio Oeste. Ellos estuvieron un poquito mejor que los irlandeses, pero sufrían discriminación, sin embargo, como lo ilustra la anécdota de Nebraska. La hostilidad hacia los alemanes nos ha acompañado desde que empezaron a emigrar en masa en el siglo XVIII. Benjamin Franklin, en su panfleto de 1751, “Observaciones Concernientes al incremento de la Humanidad” escribió: “¿Por qué debemos sufrir a los del rústicos del Palatinado [alemanes] que llegan en enjambres a nuestras villas, y por juntarse en manadas establecen su idioma y sus maneras a la exclusión de las nuestras? ¿Por qué Pennsylvania, fundada por los ingleses, se debe convertir en una colonia de extranjeros, que rápidamente serán tan numerosos que nos germanizarán a nosotros en vez de que nosotros los anglifiquemos, y nunca adoptarán nuestro lenguaje y costumbres, nada más de que ellos puedan adquirir nuestro tez.” (Daniels 109 – 10)

Desde nuestro punto de vista, es cómico considerar que aquellos descendientes de alemanes nunca se integrarían a los E.E.U.U. La llegada de los irlandeses y los alemanes a los E.E.U.U. motivase la formación de muchas instituciones anti-inmigrantes. En 1849 se formó la Orden de la Star-Spangled Banner; sus metas incluían restricciones rígidas de inmigración y de deportación de “pordioseros” (Bailey 328).

Esta animosidad hacia los inmigrantes a menudo explotaba en violencia. Los irlandeses y los alemanes a menudo eran ultrajados por su catolicismo romano, y en 1834 un convento católico cerca de Boston fue quemado por una muchedumbre, seguido por ataques subsiguientes a las escuelas católicas e iglesias. En 1844, un motín de varios días en Filadelfia dejó trece ciudadanos muertos y cincuenta heridos. La violencia contra los católicos en la Costa Este era tan común que las compañías de seguros prácticamente rehusaban asegurarlos (Daniels 267). Es difícil imaginarnos tanta malicia dirigida hacia los irlandeses y los alemanes.

Con el tiempo, por supuesto, los irlandeses y los alemanes se
asimilaron. Para el tiempo que la siguiente ola de inmigración ocurrió, a ellos se les consideraba de la vieja guardia en oposición a los recién llegados. Esta ola llegó al final del siglo, mientras hordas de nuevos inmigrantes llegaban de Europa. Para el año de 1920 una tercera parte de la población o era inmigrante o era hijo de inmigrante (Daniels 274).

Nuevamente la cambiante composición étnica era crítica: a través del siglo XIX, los inmigrantes habían venido principalmente del Norte y del Oeste de Europa. Pero a principios del siglo XX, los recién llegados eran del Sur y del Este de Europa. Ellos incluían italianos, polacos, judíos del Este de Europa, húngaros, albaneses, rumanos, rusos y lituanos entre otros. Entre 1880 y 1920, solo 4.1 millón de italianos vinieron a los E.E.U.U. (Daniels 188). Como casi todos los inmigrantes, desde los primeros irlandeses hasta los tardíos hispanos, los italianos se unieron con las clases pobres, laborando en trabajos manuales por pequeña paga y viviendo en saturados apartamentos urbanos. “Tan temprano como los 1890’s los comentadores notaban que los Irlandeses ya no construían los ferrocarriles y pavimentaban las calles: eran los italianos.” (Daniels 195).

Estos nuevos arribados de Italia y otras naciones europeas del Este asustaron a la población nativa, como los irlandeses y los alemanes lo habían hecho antes. En gran parte, el miedo no estaba basado en que los recién llegados fuesen de razas inferiores. La gente creía que las diferencias, incluyendo las grandes disparidades en calidad, existían.

El panfleto de Benjamin Franklin citado anteriormente continua: “El número de gente blanca pura en el mundo es proporcionalmente muy pequeño … en Europa, los españoles, italianos, franceses, rusos y suecos, son generalmente de lo que llamamos una complexión atezada; como tan bien lo son los alemanes, los sajones solo exceptuados, que con los ingleses, hacen el cuerpo principal en la faz de la tierra” (Daniels 110).

Para principios del siglo XX estos prejuicios se habían desarrollado en una disparidad difundida y sofisticada sobre disparidades étnicas. La liga de Restricción de Inmigraciones, formada en el siglo 19 por graduados de Harvard, proclamaba la superioridad de la raza anglo-sajona o aria. Un fundador, Prescott F. Hall, preguntó retóricamente si los E.E.U.U. sería habitada por una estirpe de británicos, alemanes, y escandinavos, históricamente libres, enérgicos, progresistas, o por razas de eslavos, latinos y asiáticos [refiriéndose a los judíos], históricamente oprimidos, atávicos y estancados” (Daniels 276).

Mientras investigaba para escribir este articulo en la biblioteca de la universidad local, me encontré una historia de inmigración a los Estados Unidos publicada en 1926. En ella el autor se pregunta “si el medio ambiente americano transformará a los italianos, eslavos, y los judíos así como ha transformado a los irlandeses …”. Escondiéndose detrás de la mucha resistencia a la inmigración de México y Centroamérica es un prejuicio fundamental, aunque sin reconocer, contra su raza.

Estos movimientos anti-inmigrantes del siglo XX fueron eventualmente exitosos. En 1921, el gobierno pasó un Acto de Cuota de Emergencia, decretando que cada año, los E.E.U.U. aceptarían un número de inmigrantes de cualquier país igual al 3% del número que estuviera viviendo en los Estados Unidos en 1910. Esta ley fue rápidamente enmendada con el Acto de Cuota de Inmigración de 1924, que permitía un número igual al 2% de aquellos que viviesen en 1890 (un tiempo cuando pocos Europeos del Sur y del Este habían llegado). Siguiendo a esta ley, Gran Bretaña podría enviar 65,721 inmigrantes cada año, mientras que Italia solo podría enviar 5,802 (Bailey 780). La nación tuvo éxito en guardarse de la inmigración de los nuevos Europeos “indeseables”.

La inmigración Latinosamericana de las últimas décadas es solamente el último ejemplo en este ciclo. No puede ser comprendida excepto en el contexto de la historia de inmigración de E.E.U.U. ¿Por qué vienen los inmigrantes? Montones de personas están cruzando las fronteras diariamente. ¿Por qué están viniendo acá? ¿Por qué tantos abandonan a sus familias, amigos y su tierra? Cuando nosotros investigamos el asunto, nos encontramos con el horrible descubrimiento que las políticas del gobierno y las corporaciones Norteamericanas están grandemente involucradas detrás de este fenómeno. Antes de culpar a los inmigrantes por cruzar nuestras fronteras, nosotros debemos comprender nuestro propio rol en atraerlos acá.

Nosotros a menudo les preguntamos a los huéspedes de la Casa Juan Diego sobre las experiencias de su trabajo en sus lugares de origen. Trabajando en las fábricas mexicanas, ellos reciben un poco más de $3.00 al día, ni por mucho lo suficiente para mantener un estándar de vida adecuado. Solo esto puede no sorprender a la gente. Lo que es sorprendente lo más probable es que estos trabajadores estén empleados por compañías de los E.E.U.U.! Las compañías de los E.E.U.U. y las corporaciones europeas ahora tienen el permiso y la tecnología para ubicar sus fábricas a través del mundo. Allí no tienen que preocuparse de los salarios, seguridad, o estándares ambientales que están en efecto acá.

Consecuentemente la gente de México y Centroamérica está recibiendo salarios de esclavos para fabricar productos tales como ropa o automóviles que serán vendidos con utilidad en los E.E.U.U. Un crítico podría responder, “Es cierto, las compañías si pagan salarios más bajos en las naciones de América Latina. Pero si estas compañías no estuvieran allí, la gente no tendría trabajo, ni salarios. Por lo tanto, esa gente debería estar agradecida de tener la oportunidad de por lo menos ganar algo de dinero.” Este argumento suena persuasivo, pero es nacido de la ignorancia de la historia y extensión del envolvimiento de los E.E.U.U. en América Latina. Como veremos, la ubicación de las fábricas de los E.E.U.U. solamente es lo de menos. La historia del envolvimiento de los E.E.U.U. en Latinoamérica es largo y complicado.

Hasta los 1930’s, la economía latinoamericana estaba basada principalmente en exportar materia prima a las naciones industrializadas. Pero en 1929 quebró el mercado de valores, y la depresión consecuente se difundió por Latinoamérica, que ya no tuvo mercado para sus productos. Por lo tanto muchos gobiernos Latino Americanos se embarcaron en un nuevo curso económico, uno que parecía muy sensato en su época. Debido a que la exportación se había demostrado muy llena de peligros, estos gobiernos trataron de lograr auto eficiencia bajo un plan económico llamado substitución de las importaciones. Esto significaba un esfuerzo dirigido por el estado hacia el crecimiento económico, comprendiendo nacionalización de industrias, tarifas para proteger los productos domésticos, y la inversión del gobierno en la infraestructura (Green Duncan, Silent Revolution: The Rise of Market Economics in Latin America. London: Casell, 1985. Ps 15-17). Para los 1960’s la industria doméstica suplía el 95 % de los bienes de consumo de México.

El evento decisivo que nos llevó a la decisión descrita no se originó en América Latina, sin embargo, sino en la comunidad global: la bonanza petrolera del principio de los 1970’s. Con tanto nuevo dinero ingresando a los bancos occidentales que temerariamente hicieron préstamos a países del tercer mundo, “creyendo,” en las palabras del presidente de Citicorp Walter Wriston, que “un país no cae en bancarrota’ como podría hacerlo una compañía” (Green 21).

Las naciones latinoamericanas con mucho gusto aceptaron estos préstamos a buenos intereses. Aunque su programa de substitución de importaciones había logrado mucho desarrollo, también habían causado inflación duradera, practicas de negocios ineficientes, y alto desempleo. Pero los préstamos que parecían como una bendición prontamente se convirtieron en una carga. Al final de la década de 1970 los Estados Unidos elevó los intereses de los niveles tradicionales de entre el 4 y 6% a más del 20% (“Foreign Debt Tribunal Veredict.” Third World Resurgence 107 (julio 1999) ps, 19-21.) Esto forzó a las naciones Latinoamericanas a tomar nuevos préstamos solo para pagar el interés de las anteriores. Algo tenía que ceder, y en 1982 México anunció que ya no podría cumplir con el re pago de sus deudas. Otras naciones lo siguieron.

América Latina ahora estaba quebrada y vulnerable. Irrevocablemente endeudada a los E.E.U.U. y Europa, necesitaba renegociación de la deuda y más préstamos. Pero sin capacidad de regateo, estaba forzada a aceptar los términos del Norte.

El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial fueron formados después de la Segunda Guerra Mundial para prevenir ese tipo de disputas de intercambio que habían ocurrido en los 1930’s. Aunque las organizaciones son multi-nacionales, los E.E.U.U. tiene el poder de vetar cualquier decisión del FMI. El Presidente del Banco Mundial es siempre Norteamericano, y el cuartel general de ambas organizaciones no está cerca de las Naciones Unidas en Nueva York, sino en Washington D.C. Su primera tarea fue reconstruir la Europa de la pos guerra, pero pronto voltearon su atención al mundo en desarrollo (Green 33 -35).

El modo de operación de las organizaciones es básicamente el siguiente: cuando las naciones no pueden pagar sus deudas, así como las naciones Latinoamericanas no pudieron hacerlo en los 1980’s ellas pueden recibir préstamos del FMI y el Banco Mundial. Pero estos préstamos vienen con condiciones: las naciones deben estar de acuerdo en rearreglar sus economías de acuerdo con los dictados del FMI y el Banco Mundial. Cada préstamo se intercambia por una lista de resoluciones de la nación que recibe el préstamo, mantenida en secreto del público y generalmente redactada por los oficiales del FMI. (Estas estipulaciones no fueron aplicadas a las naciones Europeas después de la segunda guerra mundial.)

Al decidir que políticas deben seguir las naciones deudoras, el FMI y el Banco Mundial se adhieren a la teoría económica del neoliberalismo. De acuerdo con esta teoría, la no regulación del gobierno, la privatización, y el libre comercio llevarán a una economía más eficiente y más rica. Teóricamente, debe seguir el crecimiento en estándar de vida y reducción de la pobreza (Green 35 – 46).

Con el tiempo, las naciones latinoamericanas como México fueron forzadas a aceptar los términos neoliberales, y los resultados fueron desastrosos, una “erosión rápida y continuada de los productores domésticos en manufacturas y agricultura que estaban mal equipados para competir con el sistema global. Conforme el mantel protector del gobierno se fue retirando, muchos de ellos fueron diezmados” (Greider William, One World, Ready or Not: The Manic Logic of Global Capitalism. New York: Simon & Schuster, 1997 p271). Conforme las industrias nativas se desmoronaban, las compañías Norteamericanas cosechaban los beneficios al adquirir nuevos mercados para sus productos. La riqueza si llegó a México, pero principalmente para la construcción de molinos de acero, fábricas de automóviles, plantas químicas, y otros tipos de nueva capacidad productiva” que no estaba integrada con la economía doméstica (Greider 272).

Compañías multinacionales, principalmente norteamericanas mudaron fábricas hacia América Latina para explotar la mano de obra barata disponible. Los productos y las utilidades fueron directamente hacia el Norte hacia los E.E.U.U., mientras que los latinoamericanos recibieron solo trabajos que pagaban menos que el salario de vida. La destrucción de la industria nativa había destruido casi todas las otras oportunidades de empleo.

Mientras tanto, los conglomerados agrícolas (agribusiness) como Del Monte, Campbell’s, y General Foods vinieron a convertirse en latifundios en América Latina. Esta tierras anteriormente en posesión de pequeños campesinos de pequeña escala, son ahora utilizadas para producir cosechas para la exportación hacia los E.E.U.U. Como las compañías industriales, los conglomerados agrícolas vinieron a explotar la mano de obra barata. Las comidas que ellos producen son muy caras para que pueda comprarlas la mayoría de la población, incluyendo a los trabajadores que actualmente cultivan y cosechan la comida. Y la desaparición de tanta tierra en las manos de los conglomerados agrícolas ha hecho imposible la auto suficiencia agrícola. (Burbach, Roger, and Patricia Flynn. Agribusiness in the Americas, New York: Monthly Review Press, 1980. (Ps 183 – 88).

Ostensiblemente, estas políticas económicas se supone que ayuden a los Latinoamericanos a crear sobrantes comerciales para pagar sus deudas. Pero para la mayoría de la población, las condiciones han empeorado. Un oficial del Banco Mundial enunció cándidamente, “Nosotros nunca pensamos que los costos humanos de estos programas pudieran ser tan grandes, y las ganancias económicas tan tardías en llegar” (Green 54).

Mientras que la población Latinoamericana no ha sido ayudada los bancos de los E.E.U.U., las compañías sí han sido. Ellos sacan provecho y utilidades al pagar salarios de esclavitud a los trabajadores del tercer mundo. La desaparición de la industria latinoamericana les ha dado un mercado nuevo enorme. Y los ingresos de las exportaciones que las naciones latinas generan es enviado al norte como pago del servicio de la deuda. Entre 1982 y 1992, las naciones Latino Americanas acumularon un sobrante de 242.9 billones de dólares. 218.6 billones fueron enviados a los bancos extranjeros y gobiernos (Green 64). Muchas naciones del tercer mundo ahora pagan más servicio de deuda que lo que gastan en salud y educación (“HIPC: Too little, too late.” Third World Resurgence … ps 22 – 24).

Los Bancos y las compañías norteamericanas se están enriqueciendo a sí mismas, mientras que la población Latinoamericana está pagando el precio. Sin embargo, cuando estos hombres y mujeres emigran acá, para escapar de la pobreza de sus propias naciones, ellos sobrellevan la carga de nuestro resentimiento. En vez de culpar a nuestras compañías y nuestro gobierno, que son los que han creado la situación, les echamos la culpa a los inmigrantes destituidos, que son claramente las víctimas y no los instigadores de la historia.

La Comisión Europea ha propuesto conceder a los inversionistas extranjeros acceso sin trabas a las economías de las naciones pobres, por lo tanto previniendo a aquellas naciones el ejercer el control de sus propias economías. La Comisión recomienda que las compañías extranjeras sean tratadas exactamente como las domésticas, y aboga por la eliminación que interfiera con la inversión extranjera, tales como las leyes antimonopolios y regulaciones que limiten el número de extranjeros que puedan adueñarse de una industria. (Khor, Martin. “EC proposes new rules on foreign investment.” Third World Resurgence 60 (Aug. 1995) ps. 19 -21). La parte aterradora es que no solo son meramente sugerencias; las organizaciones internacionales ahora tienen la influencia para imponer su voluntad a las naciones pobres.

El sistema ha sido correctamente descrito como una nueva forma de colonialismo. Estamos entallando a las economías extranjeras para acomodar nuestras necesidades de producción. Mientras tanto, estamos trabajando para erosionar la soberanía nacional de estas naciones. Los ciudadanos patrióticos tan orgullosos de ser “pagadores de impuestos norteamericanos” deben recordar que nuestros antepasados revolucionarios rehusaron aceptar el dominio británico bajo esas condiciones. Sin embargo, ninguno de estos ha mencionado ese cargo, con el que nosotros empezamos: que los inmigrantes están quitándoles los trabajos a los norteamericanos. Esta acusación provee el mayor detonante del sentimiento anti-inmigrante. Como escribe el economista Julian Simón, “El desplazamiento de los nativos por los inmigrantes es el temor más emocional y políticamente influyente sobre la inmigración en los E.E.U.U. y en todas partes” (The Economic Consequences of Inmigration. 1989: Basil Blackwell p.208).

¿Acaso los inmigrantes indocumentados le quitan los trabajos a los nativos? La lógica de este argumento es simple: hay un número determinado de trabajos. Por lo tanto los inmigrantes logran obtener algunos de estos trabajos, y menos estarán disponibles para los otros. Además, puesto que los inmigrantes están dispuestos a trabajar por tan poca paga, ellos causan competencia de salarios lo que trae abajo los salarios de todos lo demás. De manera que aun aquellos nativos que permanecen empleados consecuentemente reciben menos paga. Aunque aparentemente lógico, este argumento es erróneo por varias razones. Primero el argumento descansa en un supuesto crítico: que los nativos y los indocumentados compiten en el mismo mercado laboral. Sin embargo, los economistas y los demógrafos arguyen que estos inmigrantes constituyen un “grupo laboral separado de baja habilidad con tendencia a llenar trabajos que los trabajadores nativos desdeñan” (Bean, F., E. Telles, and B. Lowell. 1987, “Undocumernted migration to the United States: perceptions and evidence.” Population and Development Review. 12 (4): 676 – 90).

Nosotros vemos esto en la Casa Juan Diego. Nosotros tenemos un salón de empleo donde los hombres van a esperar a los empleadores. Muchos terminan haciendo trabajos bajos temporales. Los empleadores vienen de tan lejos como Kentucky y las Carolinas para encontrar inmigrantes dispuestos a trabajar en campos de tabaco o en granjas de pollos – trabajos extremadamente exigentes y de baja paga que nadie más toma. Sin la habilidad de estos trabajadores los puestos tal vez ni existan, y aun sean transportados al extranjero o cumplidos por medios mecánicos. Rara vez compiten los inmigrantes por los mismos trabajos con los ciudadanos nativos.

Aun más, los inmigrantes indocumentados pueden tal vez causar un pequeño mejoramiento en el empleo y los salarios de los nativos. Los inmigrantes indocumentados proveen bienes y servicios a precios más bajos que los usuales; además su empleo difundido mantiene la existencia de trabajos de supervisión, llenado principalmente por nativos. Por lo tanto los demógrafos Bean, Telles y Lowell concluyen que “los salarios reales de los nativos son incrementados” por la presencia de estos trabajadores.

Siguiendo un estudio de otro equipo de investigación, ellos indican, “Estudios del impacto del mercado laboral han encontrado que el efecto de los inmigrantes (ambos legales e indocumentados) en los salarios y ganancias de otros grupos laborales o no son existentes o son muy pequeños (y en algunos casos positivos)” (671)

Argumentos que ven a inmigrantes tomando más y más el número finito de trabajos ignoran la complejidad del mercado laboral. Los inmigrantes que vienen acá no simplemente toman los trabajos; ellos incrementan la demanda de bienes y servicios, lo que significa que más trabajos se crean. La difusa naturaleza de esta cadena de eventos lo hace difícil de visualizar, pero no es menos real. Julian Simón escribe: Aunque es fácil imaginar en la mente de uno a un inmigrante sentado delante de una maquina y tomando el lugar que un nativo podría haber ocupado, uno no puede tan fácilmente imaginarse el pequeño efecto en la fuerza laboral que fabrica el refrigerador que compra el inmigrante, en las firmas de camiones que transportan el refrigerador por los canales de distribución, en la fuerza de venta de los mayoristas o en la oficina, en el número de vendedores en las tiendas al por menor, y así mas. (218)

Finalmente, los inmigrantes crean nuevos trabajos no solo por sus patrones de consumo, sino a través de su ingenio e industria. “Los inmigrantes no solo toman trabajos, ellos crean trabajos. Ellos emplean nativos también” (252)

El peso de la evidencia indica que los inmigrantes tienen pequeño impacto o ninguno en la economía nativa, y tal vez ejerza una influencia positiva. Los ciudadanos norteamericanos generalmente se olvidan del rol que las compañías, bancos y gobierno están jugando en América Latina. La mayoría de la gente sabe que América Latina es pobre, y tiene una vaga idea que siempre fue pobre. Creyendo que la pobreza de esas naciones es solo por su propia culpa, los Norteamericanos encuentran más fácil justificar el mantener a esos ciudadanos fuera de nuestro país. Repulsión racial o cultural contra los hispanos – el mismo tipo de repulsión que una vez se dirigió hacia los irlandeses, alemanes, italianos – alimenta esta inclinación. Las restricciones de inmigración son justificadas por el reclamo que los inmigrantes toman trabajos norte-americanos, aunque el peso de la evidencia indique lo contrario. Divulgar el conocimiento correcto sobre estos asuntos debe ser el primer paso en trabajar hacia una política de inmigración más justa. El segundo paso deberá incluir el cuestionar a la visión nacionalista que aquellos nacidos fuera de nuestras fronteras que en alguna forma no merecen la ayuda y la justicia.

Ojalá, que una mayor diseminación de conocimiento y una meditación ética más profunda nos estimule a adoptar una actitud más saludable hacia los inmigrantes del futuro.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XX, No. 1, enero-feb. 2000.