Debemos construir estructuras y conducir nuestras vidas diarias con la idea de que cada persona es amada igualmente por Dios y por lo tanto no debe nunca sufrir afrenta a su dignidad humana. Esta noción está reiterada constantemente por el Papa Juan Pablo II, y es especialmente pertinente a nuestro tratamiento de inmigrantes en los Estados Unidos. Estuve afligido al ver que Edwin Sabillón, un joven de 13 años nativo de Honduras en la custodia de la Policía de Nueva York, que estaba siendo asediado como endemoniado por la prensa por que había fabricado detalles sobre su trágica vida. El había dicho que su madre lo había abandonado, que su padre había muerto en huracán Mich y que él había tenido un viaje horroroso a los Estados Unidos. Salió la verdad que su padre lo había abandonado y después había contraído SIDA, su madre no se le podía encontrar por ninguna parte, y él había sido criado por su abuela hasta que decidió venir a los Estados Unidos.
Esta viaje para todos los inmigrantes indocumentados es terrible, riguroso y peligroso. Una vez en los Estados Unidos él se enteró que su tía que estaba en Hialeah, Florida, no tenía los medios para sostenerlo.
Parece que su pobrísima abuela era la única que estaba dispuesta a recibirlo. Me parece que la verdad de su vida es tan trágica como la que pudiera haber fabricado. Por supuesto al perseguir a este “mal muchacho” endemoniado, también justificamos no ayudar y olvidar a aquellos hondureños que continúan luchando entre la hambruna y la esperanza para asegurar su pan de cada día.
Se me ha solicitada el revisar o más bien discutir un pequeño libro que está estructurado como un simposio sobre la constitucionalidad de la ley de 1996 informalmente llamada Ley de Inmigración. El libro se llama Community of Equals: the Constitutional Protection of New Americans (Comunidad de Iguales: La Protección Constitucional de los Nuevos Americanos, Boston: Beacon Press, 1999). El líder del simposio, el estimado profesor Owen Fiss, propone la tesis, parte I, que los expertos en el campo de la ciencia política (en lo que se refiere a política de inmigración) y ley (en lo que se relaciona a la Constitución de E.E.U.U.) responden y critican, parte II. Más allá de su interpretación de la Constitución y políticas nacionales algunos de los que responden proponen soluciones de innovación al “problema de la inmigración” (que proviene desde 1492, por lo menos). Parte III es la respuesta del Profesor Fiss, reforzando su argumento contra la subyugación.
En su tesis, el profesor Fiss arguye que las estructuras legales corrientes han puesto a los inmigrantes documentados o indocumentados especialmente por la Ley de Inmigración de 1996, y han animando a la creación de una subclase de personas en los Estados Unidos soberanos.
La Ley de 1996, entre otras restricciones, les quitó las estampillas de comida y soporte financiero a los ancianos y los inmigrantes, incapacitados documentados o no. Además esta ley desposeyó del asegurado proceso constitucional y revisión judicial a los inmigrantes entrando al país – frecuentemente, oficiales de inmigración de no muy alto rango deciden si alguien no tiene un caso legítimo de asilo. Además, la ley de inmigración hace más difícil apadrinar a los nuevos inmigrantes al levantar el ingreso mínimo necesario para apadrinarlos, efectivamente cortando a mas de la mitad de los individuos de familias que podrían haber apadrinado parientes (a mayoría hispánicos). Fiss, astutamente hace notar el sistema de subyugar, la creación de una casta, una clase, lo que está prohibido en la Cláusula de Protección de Igualdad del 14ava Enmienda.
Esta es la posición tomada por la mayoría de la Corte Suprema en el caso Player v. Doe, de 1982, en el que la educación de los niños indocumentados de Texas era el punto de la cuestión. Al establecer la regla para la educación de estos niños, el Juez Brennan escribió por la opinión de la mayoría que al negar la educación a estos niños habría la posibilidad de crear una subclase permanente de iletrados o analfabetos. Al articular su argumento, Fiss, distingue entre los beneficios sociales y políticos. El cree que solo los anteriores deberían ser otorgados a todas las personas en los Estados Unidos, sin tener en cuenta su estado de inmigración. Los servicios sociales incluyen emergencia médica, educación primaria y secundaria, y algunos beneficios de asistencia (estampillas de comida soporte para los anciano y los inhabilitados) Esto, el arguye, evitaría crear una subclase. El también alude a que los inmigrantes indocumentados se les permita alguna forma legal de trabajar para que ellos no estén por siempre en los márgenes del país más rico del mundo, (como una persona que trabaja con los inmigrantes, yo aseguro, en esta observación Fiss está en lo correcto). El beneficio político más significativo que él Unión, es el derecho a votar. [Nótese: que muchos de los inmigrantes reserva para los ciudadanos indocumentados paga la porción de impuestos de los ciudadanos sin poder cosechar los resultados de los beneficios debido a los números falsos del seguro social.) El punto en este argumento más criticado por detractores y los que están de acuerdo a la vez es la concesión que permitiría militarizar al máximo posible todas las fronteras para impedir que entren más inmigrantes.
El libro no puede sino obligar al lector a registrar su opinión a la luz de la visión de los “expertos.” Como una persona formada por su religión primero y segundo por su nacionalidad, yo empecé a hacerme varias preguntas. La más pronunciada fue, “Como reconcilio mi fe católica, que no está mencionado en el libro, con la ley de la tierra, que es el lente a través del cual nuestra identidad nacional debe ser vivida por cada ciudadano, en lo que concierne al tratamiento de los inmigrantes. Es lo que no se considera en este libro que mas intriga y me ayuda a comprender mi relación con personas que no son inmigrantes.
El libro no utiliza los recursos de la fe, sean cristianos, musulmanes, o judíos, por que estos no están a la disposición del escritor en la Constitución o cualquier sucursal del gobierno. Yo estoy de acuerdo con Ghandi, en la separación definitiva del estado y la religión. También estoy de acuerdo con este gran estadista, todos los santos, y Jesucristo, que uno nunca debe abandonar su religión por las demandas del estado. Esto es verdad así sea el estado de uno propio (para Jesús el Sanedrín) o de un gobierno de ocupación (para Jesús los romanos). No puedo sino pensar para algunos de los autores que la ausencia de consideración de la religión (la naturaleza detesta el vacío) les causó tornar a la Constitución del Estado, como la fuente de salvación de “nosotros” y de “ellos.” El Señor Aleinikoff está contento con señalar que Fiss debería haber echo énfasis en el principio de anti-discriminación de la Catorceava Enmienda en vez del principio contra la subyugación, sin promover respuesta personal a los trabajos de un inmigrante real.
El Señor Freeman hace énfasis sobre lo electoral. Que es la responsabilidad de la gente decidir el destino de los inmigrantes, sin dar ninguna instrucción sobre como “la gente” debe ser verdaderamente informada acerca de decidir sobre el destino de otra gente (­los Inmigrantes!).
Si pudiera ser tan atrevido, el tratamiento de cualquier ser humano en una sociedad es materia de amor (instruido por la religión, en mi caso el Evangelio) guiando a la ley (la Constitución) para que la dignidad de una persona nunca se comprometa. Es como tratamos a nuestros vecinos, sean de los Estados Unidos o Samaria, perdón, es de…¿quiero decir México? San Pablo nos dice que siguiendo la ley no salvaremos a nadie (Romanos 7).
Esto no quiere decir que el Profesor Fiss y muchos de los corresponsales apelan solamente a la interpretación iluminada de la Constitución. Ellos hacen énfasis en un sentido de deber moral el tratar a los no-ciudadanos con una cierta medida de dignidad. Esto quiere decir, los inmigrantes deberían tener los medios necesarios sociales y, de acuerdo con una corresponsal, la Señora Gordon, los beneficios políticos si están en tierra de los E.E.U.U. Al desarrollar este sentido de deber moral, algunos autores hicieron énfasis en la historia de este país–es un país fundado por y construido sobre los inmigrantes. Otros hicieron vagas referencias en las duras condiciones que los inmigrantes tiene que abandonar, y en el desafío de muerte en el viaje que hacen para venir a los Estados Unidos, y tratan de soportar a sus familias: reafirmando que los mejores trabajos para los trabajadores pobres en México y Centroamérica son peores que los peores trabajos de acá.
Todavía, el alcance moral de los ensayistas le faltan por lo menos dos ingredientes de una visión moral que nos lleva a nuestra acción en beneficio de los menos afortunados: 1) la responsabilidad al causar a los pobres de México y Centro América a inmigrar por nuestro estilo de vida de consumistas, y 2) La relación de acción moral a libertad humana, una libertad que solo puede existir si la dignidad de cada persona es luchada y preservada. Podemos encontrar las semillas de la noción enunciada en las líneas primeras de nuestra Declaración de la Independencia: “Nosotros mantenemos estas verdades como autoevidentes que todos los hombres han sido creados iguales …” Mientras que es verdad que los mismos padres fundadores de los EUA no actuaron en esta creencia (por lo tanto, esclavitud) no se puede negar que lo soñaron, por gracia de Dios.
Es la filosofía de Emmanuel Mounier del personalismo que correctamente ordena moralidad a la ley con el último fin de ser la libertad de cada persona humana: “Mediando como lo hace (la ley) entre teoría y practica, entre la absoluta introspección de nuestra preferencia moral y la propagación de la idea moral al público general, la ley dirigida a la libertad es el instrumento de nuestra liberación progresiva y de nuestra profundización de la hermandad en el universo de personas morales. Pero la tensión entre la ética de la ley y la ética de amor coloca el vasto campo de la moralidad personal entre la banalidad de la regla y la paradoja de la excepción; entre la paciente transformación de la vida diaria y los salvajes esfuerzos reformatorios de la libertad exasperada” (Personalism, University of Notre Dame Press, p.77.) Si nuestra moralización no nos lleva a ayudar personalmente a aquellos que sufren, quienes quiera que sean, y tomar en cuenta de nuestro rol en su sufrimiento, como con los inmigrantes, es farisaico. La moralidad, siendo ambas una asunto comunal y personal, va al tronco de los tres ramas del gobierno, ¡la gente! Si nuestras raíces no están en el amor desinteresado de nuestros vecinos pobres, somos parte de un árbol agonizante.
Al menos una de los autores que respondieron, la Señora Young, estaba lista a admitir las implicaciones de las conexiones transnacionales. Esto quiere decir que una razón por la que vienen los inmigrantes es por que las compañías de los E.E.U.U. proveen salarios pobres en sus fábricas de ropa y de aparatos, campos de cultivos de bananas, y líneas de ensamble de carros y computadoras. Ella falla en reconocer que siendo de Pittsburgh la hace no menos conectada a estos inmigrantes que alguien en el suroeste de los Estados Unidos. Yo invito a cada lector a inspeccionar su ropa, para ver quien lo hizo, ver sus aparatos, y las etiquetas de su carro para ayudar a visualizar nuestra conexión con nuestros hermanos y hermanas al sur de la frontera. No es coincidencia que desde que se aprobó los Tratados de Libre Comercio, la patrulla de la frontera se ha triplicado y los procesos de deportación se han incrementado en un 100% en el año pasado solamente. Debemos mantener una fuente de mano de obra esclava mientras nuestras marcas favoritas crucen la frontera.
La globalización no es solo sobre el mercado para beneficiar a los accionistas, dueños de negocios, unos pocos hacendados o políticos en las naciones en desarrollo. Es nuestra responsabilidad de proveer de un salario de vida y ayudar con la infraestructura (escuelas y servicios médicos) a las mismas naciones en desarrollo en la misma escala. Loablemente, el capítulo del Señor Tushnet habla en favor de la apertura de las fronteras para permitir a los inmigrantes que trabajen aquí. El anticipa la eventual igualación de los salarios a través de las Américas.
Este es la idea más amorosa presentada en el libro. Ciertamente la libertad permitida por nuestra gran constitución debe ser atemperada por nuestra falla para actuar por nuestros pobres por amor, buenos trabajadores hermanos y hermanas aquí y mas al sur. Los inmigrantes arriesgan sus vidas y sus “derechos inalienables” al cruzar una frontera arbitraria de estilo de vida sostenida por aquellos que no cruzan. Cada inmigrante es una persona, creada por el mismo Dios que merece el mismo amor (i.e. comida, ropa, techo, un salario de vida, y libertad). Tanto como yo se, nosotros seguimos siendo “una nación bajo Dios.” Un Dios que no va a cuestionar nuestro estado de nacionalidad o que también interpretamos la ley, sino más bien, ¿cuánto hemos amado?
¿Dimos de comer al hambriento, vestimos al desnudo, la dimos bienvenida al extranjero, enterramos a los muertos?
Trabjador Católico de Houston, Vol. XIX, No. 6, noviembre 1999.