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Planes e ilusiones de inmigrantes convertidos en tragedia

Narra Noe

Una deuda muy grande por un depto. que adquirimos y con la ilusion de poder comprar un taxi propio para poder trabajar, fue lo que nos obligó a mi esposa y a mí a tomar la decisión de venirme a los E.E.U.U. con la esperanza de salir de nuestras deudas y al regresar comenzar una vida mejor. Fue así como junto con cinco amigos el día 27 de octubre del ’97 salimos de México, D.F., rumbo a Matamoros.

Ya una vez allí llegamos a un hotel, pero decidimos esa misma noche cruzar el río. Dos de mis compañeros no sabían nadar y como pudimos logramos pasar. Llegamos hasta la estación del tren, ahí lo abordamos. Esta vez solo logró pasar uno, porque migración nos regresó a Reynosa. Ahí sin dinero tuvimos que trabajor, yo lavando coches y mis amigos de albañiles. Al tercer día que juntamos un poco de dinero volvimos a intentarlo. Volvimos a cruzar el río y dormimos en el campo. Estaba muy oscuro y sin darme cuenta me acosté junto a un hormiguero. Las hormigas me picaron todo el cuerpo. Después de esto hicimos la misma operación que la vez pasada. Así pasaron cuatro compañeros mas y entonces me regresaron. Esta vez a mí solo y sin dinero otra vez tuve que dormir en la calle. Al día siguiente conocí a un muchacho que tenía una guitarra. Como yo sabía tocar, le pedí que confiara en mí. Me prestó su guitarra y comenzé a tocar en los restaurantes. De esta manera reuní el dinero suficiente para intentarlo de nuevo, pensando que si esta vez no lo lograba, me regresaría con mi familia.

En este intento descubrí que me podía esconder en los vagones del tren donde van las ruedas y así logré pasar, pero más adelante el tren se detuvo dos días y ahí dormí en el monte sin agua y sin comer. En esa noche una rata muy grande se estrelló en el cuerpo. Nunca había sentido tanto miedo como ese día, pero me puse a rezar y Dios me dio la serenidad y fortaleza que necesitaba.

Me fui calmando, con varios obstáculos más y con la ayuda de Dios llegué hasta Houston. Llegué en la Casa Juan Diego, pues no conocía aquí a nadie. Ellos me ayudaron y estuve aquí 10 días. Después me fui a rentar un departamento con otros muchachos. Ya una vez ahí busqué trabajo, pero solo alcanzaba para mis gastos. Entonces opté por combinar mi trabajo con la música. Yo le mandaba todo lo que ganaba a mi esposa para ir pagando poco a poco las deudas.

Y me estaba llendo bien. Ya tenía un año aquí y solo me faltaban dos meses para regresar cuando por desgracia una mañana al dirigirme a mi trabajo en bicicleta, un automovil salió de repente y me atropelló, la rueda del carro pasó sobre mi pecho. En esto la mujer se bajó del auto, me jaló de un brazo para sacarme de abajo de su carro y huyó cobardemente. Cuando estaba en el hospital el doctor me comunicó que tenía la columna vertebral fracturado y que jamás volverá a caminar o usar mis brazos. Oí estas palabras y pensé y dije, “Los doctores pueden hacer lo que pueden hacer, pero es Dios que tiene la última palabra.

Para esto mi esposa e hija se encontraban en México y recibió la triste noticia.

Narra Yolanda…

Cuando me dieron la terrible noticia sentí que el piso se movía bajo mis pies. No lo podía creer, ya que él se pensaba en dos meses más. Para esto empecé por buscar la manera de venirme para acá. Mi esposo me necesitaba mas que nunca. Yo tenía que estar con él para darle valor y apoyarlo en está prueba tan difícil. Otro golpe más duro fue la separación de mi hijita de siete años, porque no podía traerla. Yo necesitaba estar en el hospital y no tenía con quien dejar a mi niña. Ya que no conocía a nadie. Entonces yo fui a sacar mi pasaporte, la visa me la negaron, porque no tenía cuenta en el banco. Entonces con un papel que me mandaron del hospital fui a la embajada a pedir el permiso justificando lo grave de mi esposo, ya que en esos días lo tenían que operar. Pero me lo negaron porque mi esposo no estaba en peligro de muerte. Entonces opté por venirme hasta la frontera con el pasaporte. El fax me habían mandado del hospital, pero me negaron el permiso, porque no encontraron al médio y no me quisieron dejar pasar.

Estuve todo el día esperando hasta las 11:00 p.m. y como no logré pasar, tuve que regresarme a Laredo porque ya era muy noche. Yo estaba muy cansada y sin probar comida. Un señor me llevó a una pequeña clínica para que ahí pasara la nohe, pero yo estaba tan agotada y llegaba ahí mucha gente accidentada que ya no pude aguantar más (viendo tanta sangre). Salí con unas señoras que estaban en la clínica. Ellos me llevaron a un hotel de mala suerte que entraba toda clase de gente. Yo tenía mucho miedo, pero no me quedaba otra salida. Al otro día muy temprano regesé a la frontera. Ellos decían que no podía pasar hasta que los pudieron hablar con el médico, pero por desgracia ese día descansó el doctor y no lo localizaron. Depués de todo logré pasar a la 1:00 p.m. A las 7:00 p.m. gracias a Dios ya estaba en el hospital.

Con mucho dolor ví a mi esposo en la cama de hospital muy enfermo. La persona que lo atropelló no imagina el daño tan grande que causó no solo a mi esposo sino a mi hija y a mí también. Es duro y muy triste cuando llamamos por teléfóno a mi hija y llorando nos pregunta cuando vamos a estar con ella otra vez, porque a su corta edad está sufriendo el estar tan lejos de nosotros. La personas de Casa Juan Diego nos han ayudado mucho y nos han apoyado también. Les estamos muy agradecidos porque son personas bondadosas y nobles.

Después de la terapia, que sigue todavía, mi esposo ya puede usar sus brazos, aunque los doctores nunca tenían esta esperanza. Los terapistas le han facilitado un aparato simple que le ayuda (hasta que tenga más fuerza y movimiento en los dedos) a comer solo. El está en una silla de ruedas y tenemos la esperanza que un día pueda tener una silla de ruedas eléctrica para poder independenziarse.

Ahora solo nos queda pedirle a Dios nos dé fuerzas para soportar esta cruz tan pesada, porque tenemos mucha fe en él y sabemos que él nos dará una oportunidad más, ya que mi esposo mejora cada día un poquito más.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XIX, No. 3, mayo-junio 1999.