Si la vida se pudiese comparar a una tela fina, delicadamente trenzada con los hilos más finos, tejida por las manos más amorosas, tramada de una sola pieza sin costuras, urdida para encajar perfectamente a la medida–¿quien podría usarla? En muchas culturas en muchas edades, la vida realmente ha sido comparada a un material finamente elaborado en la que cada hebra individual, que parece tan insignificante en la escala microscópica, se sabe, en lo macroscópico, que afecta a todas y cada una de las otras fibras. Hay tantas partes pequeñas. Sin siquiera uno de sus minutos componentes, el tejido se desbarataría sin dejar evidencia de su gloria, quedando solo un manojo de hilaza descardada. La vida, sin el amor correspondido por cada una de las presencias vivientes, ya no sería vida sino muerte.
¿Quién usaría un vestido sin costuras, perfectamente elaborado? La única persona que ya lo ha hecho–Jesucristo. Al observar su vida se puede comprobar que el uso de esta prenda significa amar profundamente y querer todo tipo de vida, especialmente aquellos que son los más despreciados por el mundo.
En el mundo de hoy día hay mucha preocupación por la violencia que asola la tierra–de los asesinatos pandilleros en las calles a la posible guerra hace poco entre los E.E.U.U. e Irak—una guerra que ha empezado hace tiempo–extra oficialmente– debido a las crueldades del embargo de E.E.U.U.
También nos preocupa la desintegración de la familia; en los E.E.U.U. nos preocupamos de que harán los inmigrantes del Sur de la frontera a nuestra economía. Hacemos leyes de acuerdo, bajo la ilusión de que nos protegen y provean de la seguridad que buscamos.
Aquí en Texas, Karla Faye Tucker falleció recientemente bajo la pena de muerte. Ella fue matada por el sistema de justicia estatal, ya que ella había tomado la vida de otro. Eso es justicia.
Aquí en Texas cientos de inmigrantes indocumentados viven en las calles, sin casa, esperando en la esquina por trabajo, día a día, para así poder enviar un poco de dinero a sus familias muertas de hambre en su hogar. Cualquier agencia que recibe fondos gubernamentales no puede ayudarlos. El gobierno está protegiendo la economía para sus ciudadanos, mientras que la gente en otros países sufre la explotación de nuestras compañías. Eso es justicia.
En nuestros esfuerzos para mantener el crimen y la pobreza alejados de nuestras vidas, nos olvidamos de la vida de Jesucristo, nos olvidamos de la túnica sin costuras que el vistió. No es fácil vislumbrar la forma en que cada fibra afecta a cada una y a todas las otras. No es tan óbvio de que seguramente estemos desbaratando nuestra vestidura, dejando atrás una legado de muerte—cuando Jesucristo dio todo para traernos la vida.
Suficientemente interesante, parece que dentro de los E.E.U.U., nosotros estamos convencidos de que si nos separamos de las parte adyacentes y nos hilvanamos unas costuras provisionales, entonces podríamos protegernos del gran desbarajuste, de la violencia de la pobreza y del sufrimiento dentro de nuestro propio país y del mundo, sin darnos cuenta de que nuestras propias acciones incrementan la violencia.
El Papa Juan Pablo II, un óbvio abogado a la santidad de la vida en una escala global, en su encíclica El Evangelio de la Vida, lucha en favor de la interconexión de la sociedad global. El hace hincapié en los efectos que cada uno de nosotros tenemos en el resto del mundo y en la forma en que escogemos el hacer de nuestras vidas. El hace énfasis en la responsabilidad de cada persona en parar el proceso de rasgar la vestidura–y que eso solo puede pararse esforzándonos en volver a tramar los fragmentos deshilachados, de reunir las hebras que han sido cortadas. El así nos lo manifiesta.
“…Dios confia el hombre al hombre. Y es también en vista de este encargo que Dios da a cada hombre la libertad, que posee una esencial dimensión relacional. Es un gran don del Creador, puesta al servicio de la persona y de su realización mediante el don de sí misma y la acogida del otro. Sin embarto, cuando la libertad es absolutizada en clave individualista,, se vacía de su contenido original, y se contradice en su vocación y dignidad…. La libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad…. La vida llega a ser simplemente ‘una cosa,’ que el hombre reivindica como su propiedad exclusiva, totalmente dominable y manipulable.” (19, 22)
Nuestras ideas de libertad, especialmente en los EUA, han venido a significar más carencia que providencia.—”¿Soy yo el cuidador de mi hermano?” le pregunta Caín a Dios, después de haber matado a Abel (Gen 4:9). Ese sentimiento se ha manifestado como nuestro ideal corriente de libertad. Hacer lo que “yo” quiero, cuando “yo” quiero, como “yo” quiero, desdeñando los deseos y necesidades de los demás (pues eso sería una restricción), es ser libre. Sin embargo, en un corto plazo esa actitud nos lleva a la violencia y a la esclavitud de otros. Nos lleva a infligir heridas a otros por cólera y odio. Nos lleva a una cultura de muerte.
Pena de muerte, aborto, legislación cruel hacia los pobres, los extranjeros, los extraños que viven en otros países, todo demuestra una cierta ignorancia, o el ignorar la responsabilidad muy personal que tenemos por todas y cada una de las vidas, que el Papa Juan Pablo II declara que nos fueron dadas a nosotros por Dios. También representan una cierta desesperación que trepa hacia nuestro corazón colectivo: No hay esperanza de reforma para el asesino: No hay esperanza en la vida para el no-nacido; No hay esperanza de que podamos ayudar a los necesitados. ¿Donde se ha ido la esperanza?
Está solo tan lejos como nuestro deseo de creer, y de reconocer que la muerte de Jesús en la cruz nos daría la vida. En los menos de nosotros, en Irak, en Cuba, en los inmigrantes a este país, en el condenado a muerte, en una tierra asolada por la guerra, cualquiera que deseemos ignorar, Jesús es crucificado cada día. A ellos debemos dirigir nuestra atención, amor y energía par rendir homenaje a la vestidura sin costuras que viste Jesús, y el amor que el nos da al darnos la vida.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XVIII, No. 3, mayo-junio 1998.