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COMO SER CRISTIANO EN UN MUNDO NO-CRISTIANO

Nuevamente ocurrió lo mismo y, como siempre, nos sentimos perturbados y enojados. Por la décima vez un inmigrante acababa de preguntarnos: “Marcos, usted es un sacerdote y Luisa una monja?.” “No, No!” Respondimos por la décima vez. “Somos laicos.” Y si ellos insisten, les contestamos muy fustrados, “No! Somos laicos tontos y estúpidos!.”

Un sacerdote o una monja posiblemente podrían dirigir la Casa Juan Diego mejor que los laicos. A pesar de todo lo que se dice, no todas las buenas personas han abandonado el ministerio activo. De hecho, sacerdotes y monjas contribuyeron mucho en hacer de Casa Juan Diego lo que es hoy dia–y esto incluye a nuestros obispos.

Pero lo importante de esto es: los laicos pueden y deben hacer este trabajo. ¿Porqué debe uno pensar que para comprometerse se debe ser un sacerdote o una monja? ¿Porqué puede parecer raro que los laicos vivan de acuerdo al Evangelio?

Hay preguntas aún más profundas: ¿Qué clase de teología se requiere para los cristianos en el mundo? ¿Qué puede sostenernos en nuestro deseo de vivir cada día las bienaventuranzas? Son sólo unos pocos los que están obligados a transformar nuestro mundo de acuerdo al
Evangelio? ¿Cómo es posible aplicar la teología en un trabajo aburrido de cada día, de una existencia, aburrida diaria? ¿Donde está la teología que puede dirigirse como por ejemplo, al problerma de la Generación X y la absurdidad de la vida?

El movimiento santuario

Ultimamente la espiritualidad cristiana ha tomado una nueva dirección. Se está dirigiendo hacia el santuario. Los laicos están mostrando un enorme interés en ser ministros eucarísticos, lectores, porteros o empleados de la parroquia.

Las sacristías están llenas de personas que desean estar en el altar.

Algunos cínicos denigran este movimiento hacia el altar, pero tal vez tiene un lado positivo. La hora pasada en el altar es simbólica a las otras 112 horas de vigilia donde llevan el mismo Cristo a sus comunidades y lugares de trabajo. Probablemente la gente está
desilusionada con lo que ven que está pasando en el mundo y en sus trabajos, y corren al santuario para darle algún sentido a sus vidas. A veces es difícil imaginar como se le puede dar sentido, en un nivel práctico, desde un trabajo que no tiene ningún interés y es el aburrimiento personificado.

El otro paso hacia el santuario está siendo iniciado por aquéllos que desean ser sacerdotes. Casi todos desean ser ordenados: los casados, los ancianos, los solteros. ¡Los únicos que parecería que no desean ser ordenados son los hombres jóvenes! Desearíamos que hubieran más de ellos. Escuchamos cosas muy buenas de los jóvenes sacerdotes.

No estamos seguros de lo que toda esta proyección hacia el sacerdocio significa, pero nuevamente, esto no es necesariamente negativo, si no se convierte en una obsesión. Puede signigficar que la gente está buscando por una expresion más profunda de su fé, una comprensión más profunda de lo que significa ser católico, un papel en el cual se pueda encontrar una realización que aún no han podido encontrar en su estado laico. El
deseo de ser un sacerdote puede ser un mensaje a la persona de que ellos han sido llamados a servir a sus hermanos y hermanas en una mejor forma.

O puede también venir del rudo individualismo de E.E.U.U. De mirar a lo que uno quiere y tomarlo: la mentalidad del “obtenedor” de la cual Peter Maurin habla en lugar de la mentalidad latinoamericana de “dador.”

También está la intención de llevar los movimiento por los derechos hacia el santuario. Se habla de un “derecho” al sacerdocio, del “derecho” a la eucaristía, del “derecho” a dirigir la Iglesia de acuerdo al modelo de la democracia de los E.E.U.U. (Se puede imaginar que la Iglesia sea administrada como el gobierno de los E.E.U.U.?) ¡Qué el cielo nos ayude! Imagínense un obispo con la reciente conección China de la Casa Blanca–seguramente sería elegido papa).

Por el contrario, como seguidores de Cristo, nuestro único derecho tiene que ver con el derecho de servir.

Cuando todo esto es dicho y hecho, nuestro lugar está en el lavado de los pies. Tenemos que estar con Jesús–con El en todo el misterio pascual y en el misterio de Su presencia en los pobres (Mateo 25).

¿Hacia dónde dirigirse?

La búsqueda es dificil para los laicos que buscan donde encontrar ayuda para tratar de dar sentido a su existencia “mundana.”

Se dirigen hacia las publicaciones católicas de la extrema derecha y se dan cuenta que no se pueden estar contra los inmigrantes solamente porque Pat Buchanan hizo de esto una política de estar enfurecido con ellos.

Se van hacia la izquierda pero ven que no quieren enfurecidos con los líderes de la Iglesia. Esto toma demasiada energía. Sospechan que hay algo más.

Antes del Vaticano II muchos esperaron que la reunión de los obispos llevaría a la gente a una más profunda espiritualidad y lejos de la mentalidad del “pecado” que dominaba, por ejemplo, cuando se iba a confesar. La gente se concentraba en su exámen de conciencia en examinar una lista de pecados en lugar de concentrarse en el Señor, en su conversión y crecimiento espiritual.

Después del Concilio nos libramos de la mentalidad del pecado y nuestras listas, pero, lamentablemente, también estamos totalmente desposeidos del llamado de vivir el Evangelio y a la santidad. Los dos se fueron con el agua del baño.

Larry Chapps, en su artículo en Communio (verano 1996) explica lo que pasó. “Lamentablemente, este llamado del Concilio (el llamado universal a la santidad) fue tragado en la riña posconciliar entre los progresistas que vieron en la participación de los laicos en la Iglesia como mayormente una usurpación de las antiguas prerrogativas del clero, y los conservadores que resentían éstos movimientos y encontraron refugio en el descartado régimen clerical.”

Chapp señala que “Debemos empezar en serio con la tarea de implementar la percepción interior central del Concilio de que la Iglesia, a través de los varios carismas y misiones de sus miembros, debe transformar el mundo con la presencia de Cristo.”

Afortunadamente, todavía tenemos los documentos del Vaticano II que son tan fuertes en la teología para el cristiano en el mundo y están llenos de percepciones fantásticas. Y tenemos el Catecismo de la Iglesia Católica con su profundo acercamiento a un exámen de conciencia que nos lleva diréctamente al corazón del Nuevo Testamento. El Catecismo
recomienda, no una lista de lo que hacer o no hacer, sino pasajes bíblicos como los de Mateo 5-7, Romanos 12-15, I Cor. 12-13, Gálatas 5, Efesias 4-6. Meditar sobre esos textos cambiará su vida!

Como Hans Urs von Balthasar señaló, “la herida fatal se aplica a la mentalidad que uno puede ser católico también, junto a su situación de ser un buen ciudadano, garantizando su propia salvación al cumplir con algunas obligaciones religiosas mientras, por otro lado, dejan la preocupación de la Cristianidad a los especialistas, es decir, los sacerdotes.” (Explorations in Theology: Exploraciones en Teología, Vol. III, Espíritu Creador, Ignatius Press, 1993.)

La falta de un estudio profundo teológico y oración de cristianos viviendo en el mundo es un problema serio, aún para aquéllos que trabajan para la Iglesia, donde pensaron que encontrarían espiritualidad y oración. Robert Wicks, un terapista que trabaja con religiosos dice, “Cuando comencé a ver a personas en terapia que están completamente comprometidas en el trabajo del ministerio pensé, como un realista, que me dirían que para ellos el rezar cada día en silencio y soledad era una cosa rara. Para mi gran sorpresa la situación era aún peor. La oración para la mayoría de ellos–a pesar de que aseguraban
que Dios estaba en el centro de sus esperanzas y sus vidas–no sólo era una cosa rara, sino una singularidad!”

El documento que salió del Sínodo de Obispos sobre los laicos, Christifideles Laici (Los fieles laicos de Cristo) comienza con la sorprendente pregunta del Evangelio dirigida a todos nosotros, “¿Porqué estás parado todo el día ocioso?” En Mateo 20, la gente responde, “Por que nadie nos ha contratado.” El Señor le dice, “Vayan ustedes también a la viña.” Christifideles Laici nos dice: “No es permitido que alguien permanesca desocupado en medio de las necesidades urgentes de hoy en día en el mundo.”

¿Donde pueden los laicos comenzar cuando “nadie nos ha contratado” para transformar el mundo en Cristo? Cada cristiano debe tomar la decisión de proclamar su “sí” a Dios como lo hizo su primer miembro de la Iglesia, la Madre María.

Maria no dijo, “Pues, puede ser,” o “más tarde,” como inicialmente San Agustín respondió hasta que Santa Mónica le rezó a la conversión.

El “sí” de muchos católicos se limita a pedir que los líderes religiosos digan “sí”–y si los lideres de la Iglesia dicen “sí” a Jesús, todo estará bien.

¿Qué es discipulado?

Hans Urs von Balthasar, cuya teología fué muy influenciada por la mística y doctora Adrienne von Speyr, insiste que “nadie puede convertirse en discípulo de Cristo sin haber sido llamado a esta tarea por el mismo Cristo.” El nos recuerda que “los grandes profetas de las Escrituras recibieron su sentido de misión cuando se pusieron solos frenta a Dios” y que la “madre del Señor fué elegida en una terrible soledad.” Según Balthasar, Dios puede eventualmente “reunir aquellos juntos que poseen un sentido de misión. Pero cada uno debe primero presentarse solo delante de Dios y cada uno se presentará en la muerte solo delante de Dios. (El momento de testimonio cristiano, Ignatius Press, 1994).

Cada ser humano tiene una misión, es “enviado” por Dios para cumplir una tarea específica. Cada discípulo es enviado, como Jesús fué enviado, y nuestra misión o vocación es una participación en Su misión.

Esto no significa denigrar la comunidad. Realizamos nuestra vocación en medio de la comunidad. Todo el trabajo de la Casa Juan Diego subsiste en la comunidad–sin la comunidad sería nada. Casa Juan Diego no es un comité sino una realidad viviente.

Ya en 1935, poco después de su conversión, Dorothy Day escribió en el Trabajador Católico acerca de este trabajo en conjunto en el Cuerpo de Cristo. “Hay una verdadera adversión entre los católicos ordinarios de asumir el puesto de líderes en la Acción Católica. Esto significa que han perdido el sentido de lo que significan las palabras colectivismo,
personalismo o individualismo. Sin darse cuenta de esto se han vuelto colectivos y tratan de trabajar en un cuerpo, organizar é ir por una producción en gran escala de miembros de este o aquel grupo, tratando de lograr objetivos colectivamente. O son individualistas y piensan que pueden obtener mejores condiciones mirando primero por sus intereses y dejando que el demonio vea por lo demás. Les estamos urgiendo a nuestros lectores que no sean ni colectivistas ni individualistas sino “personalistas” (personalmente tomando responsibilidad para el bien de sus hermanos). El tomar conciencia de nosotros como miembros del Cuerpo Mistico de Cristo nos conducirá a cosas muy grandes.”

Chapp, en su reflección sobre la misión individual de los cristianos, pone el énfasis en la “responsabilidad de cada uno y todos los seres humanos de responder a la fuerza kerygmática del Evangelio y hacer presente a Cristo en el mundo a través de una vida llena de gracia y de ética y espiritualidad.”

Como explica Balthasar, los cristianos pueden solamente “adecuadamente responder al compromiso universal de Dios con el mundo en el amor de Jesucristo por ellos prestando su propio amor en el concretissimum del encuentro con sus hermanos, que es la anchura universal del Ser el cual, concientemente o no, explicitamente o no, de la acción metafísica posee y es.” (La Gloria del Señor: Una Estetica Teológica, Vol. V).

Algunos de los Trabajadores de Casa Juan Diego han estado asombrados de ver que algunos de los nuevos convertidos al catolicismo, y que han sido extensamente divulgados, no hablen de su compromiso hacia los pobres o de vivir de acuerdo a las bienaventuranzas, renunciando a todo y siguiendo a Jesús. En cambio parecen acentuar la vision romántica y triunfal de la Iglesia. Una visión mucho más inspiradora es la visión de Dorothy Day y Peter Maurin que siguieron al Señor y le sirvieron en los pobres como miembros leales de la Iglesia.

Muchos se preguntan, como puedo saber cual es la voluntad de Dios para mí? Cual es mi misión? Dios no me ha hablado en la zarza ardiente como a Moisés. Creo que quiere enviarme como un trabajador pero, ¿cómo y dónde? ¿Cómo puedo yo ser un santo?

Cristifideles Laici explica lo que se requiere para alcanzar un buen proceso de discernimiento de la vocación, enfatizando que este es un proceso gradual con momentos particularmente significativos y decisivos: “Escuchar atentamente la Palabra de Dios y la Iglesia, ferviente y constante oración, recurso a un guia espiritual con mucho amor y sabiduría, y un discernimiento fiel de las dones y talentos dados por Dios, así como las diversas situaciones sociales é históricas en el cual se vive.” El documento también nos recuerda que el Señor nos dará la gracia de hacer lo que El nos pide que hagamos, citando aquí a San Leo el Grande: “El que otorga la dignidad dará la fuerza.”

Es muy interesante que en muchos casos esta misión se la encontrará muy cerca del hogar. Casi, como de acuerdo a las estadísticas, la mayor parte de los accidentes de auto ocurren muy cerca del lugar donde vivimos. La oportunidad de servir, para el lavado de los pies, se
presenta muy frecuentemente en la familia, el trabajo o en el vecindario, como por ejemplo un miembro de la familia o un vecino que está enfermo.

Las “oportunidades de crear un nuevo paraíso y un nuevo mundo” (Dorothy Day) se presentan en muchos trabajos. Los hombres de negocios tienen la oportunidad de modificar el capitalismo “laissez-faire,” sirviendo a su Dios personal y no solamente la mano invisible del mercado. Ellos pueden corregir una situación en la cual los que renuncian a todo por seguir a Jesús no son los cristianos o los economistas católicos o los grandes ejecutivos sino los pobres trabajadores en el mercado mundial cuyas vidas son un verdadero infierno en donde la esclavitud ha sido restaurada.

En la sociedad de E.E.U.U. de 1997 esto puede significar que hay que ir un poco más lejos de su propia familia y vecindario para buscar los necesitados que no están visibles en su propio vecindario. Habría que preguntarse–¿es mi estilo de vida de clase alta parte del llamado de
Dios para mí?

Comparando nuestras vidas al llamado a la vida cristiana por un gran santo como San Juan Crisóstomo, de la Iglesia primitiva, generalmente nos trae un enorme desafío. San Juan consideraba las Bienaventuranzas la constitución de la cristianidad, y él predicaba citando los textos bíblicos para cambiar la vida de aquéllos en su congregación, cuyas vidas el aun consideraba en muchos aspectos, más paganas que Cristianas. El es citado en la hermosa sección de “Amor por los Pobres” del Catecismo de la Iglesia Catolica: “No hacer posible que los pobres compartan en nuestros bienes es robarles y privarlos de la vida. Lo que poseemos no es nuestro sino de ellos” (2446).

El Concilio del Vaticano II ha dejado muy claro que los laicos no viven en dos mundos, uno como ciudadanos y otro como creyentes. “El seglar, que es al mismo tiempo fiel y ciudadano, debe guiarse, en uno y otro orden, siempre y solamente por su conciencia cristiana” (Apostolado de los seglares, 5)

¿A quién podemos recurrir?

Recientemente nos sentimos decepcionados cuando uno de los más importantes directores de la investigacion médica en Houston nos respondió a nuestra pregunta sobre ética que él dejaba esa pregunta a los sacerdotes y teólogos. El dijo que ellos son los que deciden sobre
los problemas de ética y moralidad; el solamente podía continuar con sus investigación. Este director tiene una enorme experiencia profesionalmente, pero esperamos que, como católico, el estudiará también teología, para juntar su conocimiento experto en su trabajo con principios teológicos de manera que su trabajo de todos los días no se separe de su vida cristiana, sino que, al contrario, sea informado é inspirado por ella.

Los días del pasado cuando teníamos la disculpa de decir “Preguntémosle al Padre” ya pasaron. Como nos dice Gaudium et Spes (La Iglesia en el mundo actual) del Concilio, “No piensan que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es esta su misión. Cumplan más bien los laicos su propia función, con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio” (43,5).

Gaudium et Spes acentúa que “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época.” Ad Gentes nos recuerda que “Todos los fieles, como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a El por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación de su Cuerpo para llevarlo cuanto antes a la plenitud (Ef. 4,13). Por lo cual todos los hijos de la Iglesia han de tener viva la conciencia de su responsibilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico” (36, 1-2). Y qué es este verdadero espíritu Católico? Ad Gentes responde: “La Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el camino que Cristo llevó, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte” (5).

Martirio

Finalmente, ya sea uno laico o sacerdote, ser cristiano estar dispuesto a entregar su vida por Cristo. Balthasar nos recuerda que mientras Jesúcristo envió a sus seguidores hacia el mundo y les confió con una comisión de significado universal para todos los tiempos, lugares y civilizaciones, El “profetizó no otro destino a sus discípulos y seguidores que la suya propia: persecución, fracaso y sufrimientos hasta el punto de la muerte.” El seguidor de Jesús, el que pone a Jesús en primer lugar, “escogen la Cruz como el lugar donde, no eventualmente, pero con certeza morirá.”

Balthasar habla de la manera que lo hacía Dorothy Day, cuando ella decía que lo único que cuenta es lo que hacemos por Cristo, que será lo que tendrá un valor permanente. El enfatiza que “es del encuentro con el Dios agonizante que una vida basada en la fe produce el fruto del amor, que el amor del cristiano por su prójimo es más bien el resultado o consecuencia del propio sacrificio, así como Dios Padre hizo del sacrificio de su Hijo abandonado la redención de la humanidad.

Como Peter Maurin dijo,

“En la Cruz del Calvario
Cristo dio Su vida para redimir el mundo.
La vida de Cristo fué una vida de sacrificio.
No podemos imitar el sacrificio
de Cristo en el Calvario
tratando de obtener todo lo que podamos.
Solo podemos imitar el sacrificio
de Cristo en el Calvario
tratando de dar todo lo que podamos.”

Volviendo siempre a la idea que todos son llamados a vivir el Evangelio, Dorothy Day y Balthasar, ambos señalan que ésto de ninguna manera es verdad que solamente unos pocos radicalmente inclinados al Cristianismo necesitan cimentar su fe en la muerte de Cristo, mientras, como lo dice Balthasar, “la mayoría se queden contentos de dejar que solamente una pequeña parte de la luz supernatural de la transfiguración ilumine sus vidas naturales. Para los cristianos esta es una posición inaceptable.” (El momento del testimonio cristiano.)

Debemos estar preparados para morir, como lo hizo Cristo, de maneras grandes o pequeñas. Nos dice la Escritura, “Al menos que la semilla caiga en la tierra y muera….” Balthasar reflexiona en esto: “El poder de recuperar vida completamente está contenida en la capacidad de su entrega total.”

“La gloria que se manifiesta en la Pascua está ya presente en la gloria velada del Viernes Santo, así como la columna de Dios en el desierto podría aparecer obscura en un momento y brillante en el otro.

“La verdad que proveé la norma para la fe es la disposición de Dios de morir por el mundo que ama, por la humanidad y por mí como individuo. Este amor se manifiesta en la noche obscura de la crucifxión de Cristo. Cada fuente de gracia, fe, amor y esperanza brota de esta noche. Todo lo que soy, soy solamente por medio de la muerte de Cristo, que abre para mí la posibilidad de la realización en Dios. Floresco en la gracia de Dios que murió por mí. Planto mis raíces profundamente en la nutriente tierra de Su cuerpo y sangre.”

Balthasar, cuyas obras teológicas cantan de la gloria de Dios, nos dice, “En la última instancia el amor es su propia recompensa, lo que no quiere decir que la promesa de la más inmensa é imaginable alegría podría jamás excluir el más profundo sufrimiento: obscuridad y luz son correlativos en la epifanía del amor de Jesucristo… Las llagas son
transfiguradas, el Espíritu es pentecostal y la Iglesia está bañada en la luz de la Resurección, que el Verbo ha ganado para ella. Pero toda la transfiguración y la transparencia de la existencia cristiana surge de la obscuridad de la muerte: Aún en la crucifixión Cristo deja de ser atado por los limites del tiempo finito, así como tan poca es su
limitación en su descenso al infierno. En consecuencia, no se debe considerar Su acción como perteneciendo al pasado (Su restablecimiento de esta muerte en la Eucaristía debe advertirnos en contra de cometer este error).

Esta comprensión apasionada de nuestra fe debería hacer algo para que nuestras vidas aburridas cambien y que nos dé la inspiración de una Dorothy Day, un Peter Maurin, Adrienne von Speyr or Hans Urs von Balthasar.

En nuestro mundo hay demasiado sufrimiento, violencia é injusticia. Desesperación ó vivir por el momento presente son tentaciones delante de lo que parecen ser insuperables problemas. Si recordamos que Dios nos ha amado y llamado a cada uno de nosotros para una misión especial en este mundo, no nos desesperaremos o descartaremos la vida como absurda. Ya no permaneceremos ociosos sino que pondremos nuestras manos a la obra.

Nuestra existencia diaria puede ser transformada cuando nos enfocamos en su centro, muriendo y resucitando con la Palabra de Dios viviente, esperando Su regreso en el día que El nos dirá, “Tenía hambre y tu me diste de comer, tenia sed y me diste de beber, era un extranjero y tu me acogiste.”

Recen por nosotros.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XVII, No. 5, septiembre-octubre 1997.