Les voy a contar mi triste historia o calvario que pasé para poder llegar a los Estados Unidos de América.
Todo ocurrió cuando unas pandillas de delincuentes de El Salvador mataron a mi primer hijo de (23) años de edad de nombre Ignacio. Es por la circunstancia tan penosa que nos hizo a mi, mi esposo e hijo, inmigrar a los Estados Unidos ya que esa misma pandilla de bandidos buscaba a mi familia para matarnos. Desde ahí que comienza mi triste calvario.
Para poder salir tuve que ipotecar una prenda de mi viejecita, o sea que tuve que ipotecar su casita en la cantidad de seis mil colones ya que si no la pago el 15 de enero, sacan a mi mamá de su casita y me la hechan a la calle.
Pues salimos de El Salvador el 19 de Agosto de 1996 llegando a México el 21 de agosto. Agarramos una lancha pasajera. Cuando veníamos a medio camino, fuimos perseguidos por cuatro policías mexicanos y nos alcanzaron a medio rio parando la lancha de pasajeros. Llegaron ellos en una lancha más pequeña y dijeron que nos pasáramos todos los indocumentados a la lancha de ellos. Empezaron a insultarnos y golpearon a todos los hombres con sus fusiles que portaban los policías. A mi hijo lo golpearon en la cara con el fusil y desangraron toda su boca. A mi esposo lo golpearon en la espalda quitándole todo el dinero que traíamos ya que a toda la raza que había venido le pasó lo mismo. Por todos los indocumentados que veníamos éramos l9 personas de diferentes paises. Unos guatemaltecos traían cuatro maletas de ropa y cuando los policías se pararon para seguirles golpeando, con el peso de ellos y todos nosotros se hundió la lancha, se ahogaron diez personas, entre ellos mi segundo hijo de 22 años de edad, Gonzalo, dejando en la horfandad tres nietecitos que en este momento se encuentran en el desamparo. Pasándome todo esto decidimos seguir el camino con mi esposo, llegando a Matamoros a fines de noviembre. Como no teníamos dinero tuve que andar en todos los autobuses cantando, cantando para poder recoger algún dinero para comer y continuar el camino.
No nos dimos cuenta que existía una casa de refugio en Matamoros. Pues pasamos el Río Bravo el 29 de noviembre y llegando a Brownsville nos encontramos con un coyote diciéndonos que nos llevaba a Houston por 800 dólares. Como no teníamos ese dinero él nos llevó a su casa para que desde allí mi esposo se comunicara por teléfono con su familia para que le mandaran el dinero para que nos trajera a Houston. Pero su familia le dijo que se esperara unos días para poder mandarnos.
El coyote sacaba a mi esposo todos los días por la mañana a lavar carros para que se ganara la comida, dejándome a mí en la casa haciéndole los quehaceres de la casa. Fue el día lunes que sus hermanos le mandaron a mi esposo mil dólares, recibiendo ese dinero a las ll a.m. Todos los días que el coyote se llevaba a mi esposo lo llevaba de regreso por la noche, hasta el día lunes, que recibió el dinero. El coyote regresó solo y no trajo de regreso a mi esposo. Le pregunté por él y me repondió furioso diciéndome que a ese bato ya no lo quiero ver aquí en mi casa. Le pedí que me llevara donde lo había dejado y él me llevó
para un billar donde él lavaba los carros diciéndome el coyote que alli se encontraba mi esposo y me dejó tirada en la calle. Pregunté si en ese billar estaba mi esposo, un señor me contestó que se lo habían llevado en un carro café con una mujer y tres hombres y que allí iba a dormir.
A medianoche cuando regresó el carro café llegando nomás dos hombres y la mujer. Corrí a ellos preguntándoles por mi esposo. Me contestaron que ellos si se lo habían llevado a una casa que quedaba como a cinco casas de donde vivía el coyote. Les dije que me llevaran por favor donde estaba mi esposo y me dijeron que estaba demasiado lejos para llevarme. Llorando les dije que no mas tenia tres dólares que mi esposo me había dado antes de salir por la mañana y que si me llevaban donde él estaba les daría los tres dólares que yo cargaba. Me dijeron que si iban a llevarme porque les daba lástima que me pasara algo en la calle porque allí era muy peligroso y porque mi esposo les había dicho que yo estaba embarazada. Fue por eso que ellos me llevaron y llegando a la otra casa que, supuestamente lo habían llevado, se bajó el chofer y les dijo a los hombres que estaban ahí, aquí viene la esposa del muchacho que acabo de dejar aquí. Me bajó del carro preguntándoles que donde
estaba mi esposo. Me dijeron que había salido a buscarme porque a él le daba miedo que yo estuviera en la casa del coyote. Me quedé en esa casa esperando que regresara y fue así que él nunca regresó.
Pensaba que la migración lo había agarrado regresándolo a Matamoros, lo busqué el día martes y no lo encontré. Fue hasta el día miércoles que fui donde el jerife y fue él que me dijo que a mi esposo lo habían asesinado a balazos el lunes entre las l2 y la una de la mañana.
El jerife, sabiendo que yo no tenía donde quedarme, fue él mismo que me llevó a la Casa Romero (Ahora Ozanam Center en Brownsville). Si hubiéramos sabido de esta casa, mi esposo no hubiera muerto.
No pude moverme de ahí hasta no saber que iba a ser del cuerpo de mi esposo. Me dijeron que no debería ver su cadaver porqué estaba tan desfigurado por los balazos que le dieron. Nunca lo ví. Espere hasta que su familia pagó para que sus restos regresaran a El Salvador donde lo recibió su mamá. Se lo llevaron el 21 de diciembre llegando a El Salvador el lunes 23.
Ahora yo me encuentro sola, sin mi esposo, y sin mis únicos hijos que tenía. Perdí mi bebé en el trauma y dolor de todo lo que había pasado. Mis hijos me dejaron sus recuerdos de cuatro nietecitos y es por eso, sacando valor, que ni yo sé de donde viene, sùlo con el poder de Dios Padre y una madre de 75 años de edad, yo no puedo retroceder ni un paso para atrás. Tanto mis nietecitos, como mi madre y mi tía, que ahora son mi familia, dependen de mi y soy su única esperanza.
Agradezco a las personas que me han dado su apoyo moral, en especial la hermana Fátima Mary que me dió su apoyo indondicional y arregló que celebraran una Misa en la Casa Romero por mi esposo. Las otras huéspedes de la Casa Romero también me apoyaron y oraban conmigo.
Gracias a esta Casa Juan Diego de socorro que brinda toda la ayuda y protección a todos los inmigrantes.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XVII, No. 2, marzo-abril 1997.