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Casa Juan Diego–Casa de Milagros

Yo estaba sentada en el comedor de Casa Juan Diego y escuché una historia de una mujer que, al llegar, había sido llevado a un hospital local. Ella tenía quemaduras masivas en su pierna de un tubo de escape de un camión. Ella había viajado por varios días y noches para llegar a Houston. Había viajado desde El Salvador.

Pensé en mi propia historia, y mi propia jornada a Casa Juan Diego.  Llegué en perfecto estado de salud con mi hija de cinco años. La noche anterior me quedé con una amiga en su casa. Yo llegué en mi Mercedes Benz. Había, sin embargo, caminado una gran distancia; había llegado a la destitución.

Pensé en la casa que había dejado una semana antes y el negocio en mi casa que yo había, por razones prácticas, desbaratado. Pensé en el salario de seis cifras que mi esposo había ganado los últimos tres años, al cual ya yo no tenía acceso, y que él decía se había gastado.

Yo también pensé en el miedo y la angustia en el rostro de mi hija cuando ella describió como él la había tocado. “¡Duele!” dijo ella.  Pensé en el caos al cambiarnos de lugar en lugar para poder escondernos de su furia y su locura.

Oficiales de la Protección de Niños, sicólogos y abogados eran limitados. “Tu tienes que desaparecer por dos meses,” me dijeron.  “Desaparecer” hasta que yo pudiera hacer que el sistema legal me restaurara a mí lo más precioso para nosotros en los Estados Unidos–el derecho de viajar alrededor de su casa y a su trabajo con seguridad. Yo no podía ir a mi casa. No podía ir a ver a mi familia, y en el peligro en que me encontraba, no podía ir a ver a mis amistades. ¿A dónde podría yo ir y “desaparecer?” ¡Pues a Casa Juan Diego, naturalmente!

Yo había, esporadicamente, por el último año, hecho trabajo de voluntaria en Casa Juan Diego. Nunca soñé que un día estaría allí como huésped. Le llamé a Luisa y pregunté si podía venir más tarde ese día. Sorprendida, ella dijo, “Sí, ¡venga!.”

Ese es uno de los muchos milagros en Casa Juan Diego. Hay lugar para todos. ¡Esperados o no esperados, golpeados, perdidos, deprimidos, vencidos–hay lugar!

Cuando llegan huéspedes a Casa Juan Diego buscando hospitalidad, estamos nosotros realmente buscando curación. Nos encontramos vacíos emocionalmente, fisicamente y espiritualmente. Llegamos temerosos, enojados, y traicionados por alguna circunstancia, institución o persona en nuestras vidas. Temblamos–por dentro y por fuera–por los primeros días. Lloramos lágrimas ardientes sin razón y por cada razón. Nuestros espíritus vuelan con gratitud por la seguridad y alojamiento, y caen con preocupación y frustración.

Sin embargo, cuando llegamos a Casa Juan Diego, se hacen muy pocas preguntas. Las pocas preguntas que hacen nos parecen tan cariñosas cuando uno está vencido. “¿Ha comido?” “¿Tiene suficiente ropa?” Para el lector que nunca ha conocido estas necesidades y de esta escritora, que nunca antes las imaginaba, estas preguntas las hacen nadie más que los ángeles de Dios. Después, las preguntas fueron, “¿Cómo podemos nosotros ayudarle mejor?” y “Necesita hablar?” Primeros auxilios al herido espiritual.

Las mujeres y niños en una casa, y los hombres de la otra casa, barren y trapean pisos, cocinan comidas, y lavan trastes. Al hacer esto juntos, nosotros remendamos nuestras vidas. Cada día a cada huésped se le encarga un trabajo importante de la operación de la casa. El orgullo con que se complete la tarea bien es contagioso y constructivo de una nueva y mejor auto-estima. Se me vino al pensamiento un día, mientras yo lavaba trastes, ¿qué diferencia había entre ellas (las otras señoras en la casa) y yo? ¡Nada! ¡Ni una cosa! Todos somos hijos de Dios, reunidos viviendo en comunidad por el amor de Cristo.

Algunos de nosotros estamos esperando dinero, nuevas habilidades, papeles del gobierno, trabajo, nuevos nacimientos, algunos sin dirección alguna. Pero todos somos personas cuyas vidas, vencidas como hayan sido, necesitamos sanar espiritualmente. ¡Necesitamos milagros!

¡Y un milagro es esta Casa Juan Diego! ¿Cómo es que se preparan tres comidas diarias para huéspedes cuyos números, apetitos y gustos se desconocen? ¿Acaso hay una lista preparada (menú) para escoger?  ¡Cielos, no! Lo que hay disponible y del gusto de los asignados a prepararlo es lo que se sirve. ¡Hasta ahora, yo no he visto a nadie que adelgace desde su llegada!

En la mayoría de hogares de más de dos personas no están de acuerdo en los métodos de limpieza, como almacenar las ollas y casuelas, reglas para ir y venir, control del ruido, etc. aun así, en Casa Juan Diego, todo sale bien. Mi conclusión: solamente el Espíritu Santo puede unirlo todo.

Huéspedes, ¿necesitan ustedes ver a un doctor, el dentista, el optalmólogo? Avísele al Trabajador Católico. Alguien vendrá dentro de pocos días. Cualquier medicina que usted necesite estará aquí para usted esta noche. Todo el dinero del mundo no podría obtener mejor tratamiento médico que el que he visto aquí en Casa Juan Diego.

Clases de idioma, clases de arte, canto, cuentos para los niños–yo nunca supe la diferencia que estas cosas realmente haces a los huéspedes en Casa Juan Diego. Cuando usted y su criatura no pueden caminar libremente por las calles, aquellos voluntarios que llegan por las puertas respiran esperanza y nuevo vigor para un día más. Palabras no pueden describir lo agradecido que estoy a los voluntarios en Casa Juan Diego. No solamente fueron amables conmigo, ustedes fueron muy cuidadosos y respetuosos con mi hija–mi hermosa e inocente niña cuya vida de repente se había transformada en caos. El amor que ustedes nos
han dado ha crecido en nuestros corazones. ¡Hemos sido fortalecidos!  Ahora nosotros podemos compartir lo que ustedes nos han dado con otros. ¿No es de eso lo que se trata?

Si ustedes me hubieran dicho de un lugar donde yo podría practicar habilidades de idioma, recibir tres comidas al día jugando con mi hija, podría leer, rezar, aprender el camino del Evangelio, y podría sentarme ante la presencia del Santísimo Sacramento diario, yo hubiera gritado, “¿Dónde” y “Cuánto cuesta?”

Lo que pagamos por llegar aquí son impuestos emocionales, económicos y traumáticos. Pero la nueva vida que hace aquí es diferente, mejor, más fuerte y celestial.

San Pablo dice que, “En nuestra debilidad está nuestra fortaleza.” La fuerza de un humano ayudando a otro; la fuerza de una comunidad representando amor e igualdad; la fuerza de milagros y conversión interior que solamente puede venir del Padre, del Hijo, y del Espíritu
Santo.

¡Gracias Luisa y Marcos, Susi y Emilia! Gracias a Dios por Casa Juan Diego.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XVI, No. 7, diciembre 1996.