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MIS HERMANAS DESAPARECIDAS

En mayo de 1994 mi madre fue víctima de la terrible enfermedad del cancer, por la cual mi madre lloraba día y noche. Sus diez hijos tratábamos de hacer algo, pero todo fue imposible, debido a la pobreza que nos azotaba, careciendo todos hasta de un pedazo de pan. Al morir
mi madre, el 8 de febrero de 1995 con ayuda de la comunidad en mi pueblito hondureño pudimos hacer su funeral. Este fue el motivo por el cual me puse a pensar, ¿qué será de mi padre y mis hermanos si nadie se preocupa por ellos? Lo mismo pensó mi hermana María del Carmen, la cual salió de la casa en diciembre de 1995 con rumbo a Estados Unidos, la cual no ha regresado, ni sabemos nada de ella. El 19 de marzo decidí salir yo, Lorenzo, con mi hermana Maribel y mi prima Matilde. También fuimos víctimas de la policia guatemalteca, la cual nos dejó sin un centavo en el bolsillo. Tuvimos que caminar a pie varios días por montañas para entrar a otro país tan agitado como lo es México. Allí mi
hermana y mi prima, obligadas por el cansancio, se subieron a una camioneta sin saber adonde las llevarían los que conducían la camioneta. No me dejaron subir, por lo cual no se nada de ellas.

Esto sucedió en un pueblo del Estado de Oaxaca, México. Cuando tenía varios días de no comer, fui a una casa a pedir comida. La señora me echó los perros. Después, en un pueblo llamado Tonalá, me pusieron un revolver cuando fui a pedir comida.

Quedando yo solo, continué mi camino, llegando a Mazatlan, Sinaloa, donde fui brutalmente golpeado por la policia, dejándome tirado en un monte. Como pude, arrastrándome por el suelo, llegué a la estación del tren donde fui sorprendido por la migración, encerrándome cuatro días sin importarles mi estado de salud. Les dije lo que me había pasado, y solo me dijeron que no podían hacer nada.

Me tiraron a las fronteras nuevamente. Yo, maltratado por los golpes, el cansancio y el desvelo, pensaba regresar a Honduras. Pero pensando siempre que había alguién a manos abiertos esperando un pedazo de pan, decidí hacer nuevamente el esfuerzo. En el estado de Chiapas me despojaron de mi ropa y mis zapatos que era lo único que traía. Por
seis veces me regresaron.

A las siete veces llegué a Nuevo Laredo, donde uno que se dijo ser coyote y que me iba a pasar, me tuvo encerrado dos días sin comer. Tuve que buscar una salida y escapar. Al salir, encontré un templo donde se realizaba una misa y me dieron comida, ropa y zapatos. Al día siguiente crucé el Río Bravo, hiriéndome los pies en vidrios y piedras. Al cruzar el rio, fui sorprendido por la migración norteamericana. Me concedieron un permiso de 14 días con el cual pude llegar a Houston.

Al llegar fui muy bien recibido en Casa Juan Diego, gracias a Dios. Me siento y estoy en familia católica donde para mi es un gozo estar y servir a mi prójimo.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XVI, No. 5, sept.-oct. 1996.