header icons

REFLEXIONES DE UN EXPECTADOR CULPABLE

Justin Vorbach fue un maestro en Seattle por dos años antes de venir a vivir en Casa Juan Diego en agosto como un Trabajador Católico.

Vine a trabajar en Casa Juan Diego en agosto. Estos meses pasados han sido desafiantes pero al final muy gratificantes. Una experiencia muy interesante ha sido estudiar historia de Estados Unidos con Jacobo, un Salvadoreño de dieciseis años. Su padre ya no puede trabajar porque sufrió un accidente que lo dejó paralizado. Jacobo manda casi todo el
dinero que él gana a sus padres y cuatro hermanos más chicos. A pesar de sus días largos de trabajo manual, él está ansioso de aprender cuando nos reunimos las tardes del jueves. Hemos estado estudiando un texto llamado Voces de libertad: Inglés para historia, gobierno y ciudadanía de los Estados Unidos. Es una guía de estudio para el Examen de Ciudadanía de Estados Unidos.

El libro contiene las tradiciones básicas de la historia de Estados Unidos incluyendo el compromiso filosófico a los derechos humanos. En la página 24 leemos: “La Declaración de Independencia es un documento muy importante en la historia de E.E.U.U. Dice que todos los hombres son creados iguales. Esta es la creencia básica de la Declaración de Independencia. Dice que todas las personas tienen derechos que nadie les puede quitar. Estos derechos son vida, libertad, y busca de bienestar.

Unos cuantos capítulos después, se presentan las palabras famosas de Lincoln en Gettysburg: “Ochenta y siete años pasados nuestros padres forjaron en este continente una nueva nación, concebida en libertad y dedicada a la proposición de que todos los hombres están creados iguales.

Cerca del final del libro, el discurso de Martín Lutero King en la marcha a Washington en 1963 se describe: “Yo les digo a ustedes mis amigos, hoy, que a pesar de las dificultades y frustraciones del momento yo aun tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño Americano. Tengo un sueño de que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: ‘Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres están creados iguales.'”

Estudiando con Jacobo me recuerda del esfuerzo de los de Estados Unidos de llevar a cabo su compromiso a los derechos humanos como se proclama en la Declaración de Independencia.

Las palabras de Jefferson en la Declaración denotan un punto de continuación filosófica desde la Edad Media Judía-Cristiana a la vista del mundo moderno secular. La idea bíblica–el alma individual creada en la imagen de Dios y dotada con derechos sagrados inalienables no era rechazada sino más bien prestada y mantenida viva por el humanismo moderno. Así, un compromiso a los derechos humanos es fundamental a ser cristiano y a ser un ciudadano de los Estados Unidos.

Consideren la cuestion de los derechos humanos que desafiaban a los cristianos de Estados Unidos por décadas: esclavitud. Yo me pregunto que hubiera hecho yo si hubiera vivido en E.E.U.U. en los 1850’s. ¿Me hubiera dado cuenta de la contradicción entre la esclavitud y la
declaración de Jefferson de que “todos los hombres son creados iguales?”

¿Habría yo aceptado las condiciones en que trabajaban los esclavos como necesario a la salud de la economía y la continuación del modo de vivir de Estados Unidos? ¿Hubiera ayudado a los esclavos que arriesgaban sus vidas a escapar o los hubiera considerado como criminales? ¿Me hubiera yo esforzado a poner fin a la esclavitud sin recurrir a la violencia? ¿Hubiera mi manera de vivir reflejado una solidaridad con aquellos luchando bajo el yugo de la opresión? En resumen, ¿hubiera yo vivido con mis ideales cristianos de E.E.U.U.?

Durante mi tiempo en Casa Juan Diego me he dado cuenta que tales preguntas no necesitan ser hipotéticas. En 1996 yo puedo hacer las mismas preguntas. ¿Me doy yo cuenta de la contradicción entre la opresión del tercer mundo y el ideal judío-cristiano de Jefferson que
todos están creados iguales y dotados por su creador con ciertos derechos inalienables? ¿Apruebo yo las condiciones de trabajo del tercer mundo como necesarias a la salud de la economía mundial y la continuación de la manera de vivir del primer mundo? ¿Ayudo yo a
aquellos, como Jacobo, que arriesgan sus vidas para escapar las condiciones inhumanas o los veo como criminales? ¿Estoy yo comprometido a traer la realización de justicia sin recurrir a la violencia? ¿Refleja mi manera de vivir la solidaridad con los millones que luchan bajo el yugo de la opresión?

Jacobo y yo los dos hemos encontrado que al estudiar la historia de Estados Unidos, se requiere que uno responda a preguntas difíciles.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XVI, No. 3, mayo-junio 1996