Después de haber recibido la Comunión, yo le dije al Señor que parecía que El no estaba dispuesto a otorgarme la sublime gracia de oraison (oración contemplativa). La respuesta inmediata en mi alma fue la pregunta acerca del Cáliz: “¿Puedes tú beber el Caliz?” Yo no respondí, “yo puedo,–¡ay! yo siento mucho que no puedo. Estoy aterrorizada de las pruebas que dicen que uno tiene que pasar para alcanzar una gran unión con Dios. Mi alma está asustada y se pone triste: “¡Quare tristis es anima mea… Spero in Deo!” Si, mi alma espera en Dios. Le implora que le de un corazón generoso. Yo siento que Dios nos deja libres para escoger entre un amor medido y uno sin medida. Pero sería una desgracia muy grande el escoger espiritualidad mediocre–aun no existe nada sino esto o una total inmolación de uno mismo.
El amar al prójimo como a uno mismo. ¿Que ama uno más en si mismo? La propia voluntad. Para amar al prójimo como a uno mismo es desprenderse de si mismo y vivir en el prójimo como en uno mismo, en otras palabras hacer nuestra la voluntad de nuestro prójimo–amar y hacer todo según esa voluntad.
Dios es, en el más alto sentido, nuestro prójimo. Nuestro amor por El debería ser un éxtasis. Salir de nosotros mismos, debemos transportarnos en El, para que, no teniendo otra voluntad sino la voluntad de Dios, deberíamos amarlo siempre, cualquier cosa que esto haga con nosotros.
Esta gracia: tener ninguna otra voluntad sino la de Dios es lo único que podemos desear, demandar sin condición, buscar con diligencia–tener esperanza sin presunción.
Mientras vivamos capaces de desear algo mas obstinadamente, y de hacer de todo sea lo que sea, aunque fueran las más precisas gracias una clase de fin en si mismo por nuestros deseos–seremos imperfectos, presentuosos o tacaños. No estamos en una relación de corazón a corazón con Dios; de esto viene la gran parte de nuestras depresiones, nuestros temores y nuestros fracasos.
No, no me quiero cansar de pedirle a Dios que se cumpla Su voluntad–¡Hagase Tu voluntad! Con ese yo tendré todo el descanso, aun valor, aun generosidad–aun ese éxtasis de amor en el cual uno ya no vive su propia voluntad. Pero la paz que resultará de todo esto será tal vez, esa paz que, “sobrepasando toda comprensión,” deja nuestra naturaleza en pena, dolor, oscuridad, casi inquietud.
Me parece que ya no conozco lo que Dios quiere de mí y estoy asustada de lo que quiere. Todo lo que puedo hacer es gemir e implorar y esperar todo de una misericordia que es infinita. ¡Yo soy realmente muy pobre! suspendida entre el cielo y la tierra por la mediocridad de mis deseos. ¿Hará el Señor su voluntad para cambiar mi corazón débil a un corazón generosa que es unicamente Suyo? Hazlo, O Dios todopoderoso, para que halla un corazón más para amarte completamente.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XVI, No. 1, enero-febrero 1996. Tomado deRaissa’s Journal (Diario de Raissa), Magi Books, 1974.