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Los Trabajadores Católicos querían ser como San Francisco de Asís

Este es el cuarto artículo en la serie sobre santos, filósofos y guías espirituales que influenciaron a Dorothy Day y Peter Maurin en su fundación y visión del movimiento Trabajador Católico.

Dorothy y Peter fueron inspirados por las vidas de los santos, por aquellos discípulos de Jesús que son modelos para la vida cristiana–modelos de fe y valor, de oración, de visión, de liderazgo para transformar la sociedad, grandes mujeres y hombres que participaron en la voluntad y plan de Dios para sus vidas y sus tiempos.

San Francisco fue uno de los más importantes modelos para el movimiento Trabajador Católico por su dedicación radical al Evangelio. El corazón del movimiento del Trabajador expresado en amor y servicio a los pobres, personalismo, pobreza voluntaria, pacifismo, y participación en trabajo manual lo había traído al mundo en una manera dramática y única San Francisco.

Dorothy y Peter y los primeros Trabajadores estudiaron, especialmente, la biografía de San Francisco por Johannes Jorgensen y la encíclica Rito Expiatis acerca de él.

¡San Francisco es realmente el santo para todas las estaciones!

El es una de las más influyentes figuras de la historia por su preocupación personal por los pobres y los oprimidos, su desarmantemente simple acercamiento en su trato con la Iglesia y con autoridades civiles y porque los muchos miles que acudían a él llevaban su visión a los confines de la tierra.

Francisco escribió el libro sobre reforma y revolución.

El cambió la faz de Europa sin tirar un solo tiro. La suya era un gran reforma y como Atila el Huno, el dicidió no saquear a Roma para efectuarlo.

Francisco cambió totalmente por su encuentro con el Jesús de los Evangelios y el Jesús de los pobres. Se convirtió en un evangelista militante en lugar de un militante político.

Habiendo besado al leproso, él nunca fue el mismo.

Francisco descubrió que el Evangelio debe convertirse en carne donde el Señor se convirtió en carne, entre los pobres. Francisco fue primero a Cristo y a través de El, a los pobres: luego los pobres lo acercaron hacia El con ellos.

Francisco sabía que no eran los pobres los que tienen las palabras de vida eterna, sino el único Señor que anuncia la Buena Nueva a los pobres.

Irónicamente, escribimos esto mientras pensamos en un número de personas en Casa Juan Diego que no tienen ojos ni oídos ni labios que hablan.

“Francisco llevaba a Jesús en su corazón, en sus labios, en sus oídos, en sus manos, Jesús dondequiera.” (Tomás de Celano, primer biógrafo de Francisco).

El mundo acudió a este Francisco.

En medio de la corrupción de la iglesia y del estado, pequeños hermanos y hermanas surgieron como flores que brotan fuera de muladares, brotando dondequiera, sobreponiéndose a las malas yerbas del poder y corrupción.

Los pequeños hermanos y hermanas abandonaron toda búsqueda de poder–Francisco implacablemente los buscaba si no lo hacían–para convertirse en la gente más poderosa en la tierra. Ellos no necesitaban armas (de hecho, Francisco les prohibía ser soldados).

El fuego de reforma ardía tan fuertemente en Francisco que la gente pensaba que la Iglesia se esfumaría en humo. El Hermano Leo se lo advertía, “Apágate Hermano Francisco. Apágate antes de que quemes al mundo.”

Pero Francisco quería salvar la Iglesia, no destruirla.

El sabía que la Iglesia existía para hacer Santos para que la Iglesia estuviese presente en la sociedad. La gente necesita ver el esplendor de su Redentor en las caras de los Santos y sus obras.

Don Divo Barsotti, confesor de Papas recientes, dice:

“Se necesitan testigos para estar seguros que exista una realidad viviente, la realidad viviente creada por los santos.

Sin los santos la Iglesia se vuelve un poder déspótico (yo digo esto con escalofrío), como en la espantosa imagen ‘El Gran Inquisidor’ de Dostoevsky. Solamente la santidad justificaba la enseñanza de la Iglesia; de otra manera aun todos los documentos y pronunciamientos del Curia se convierten en palabras vanas. Existen hombres y mujeres que son evidentes signos de una realidad que no es de este mundo. Su diferencia acomete a uno; es como encontrarse frente a un milagro. Esto no es porque ellos no estén sujetos a la naturaleza (ellos son desdichados, como todos los demás); pero la naturaleza no puede explicar esto.

La salvación no es un asenso al código moral genérico, o a los valores de paz o humanismo, sino a la persona de Cristo y a uno personalmente. Es un amor apasionado por Cristo que afecta a la gente que conoce a los Santos.”

San Francisco es uno de esos Santos que habla a la gente de todas las edades y siglos. Su vida fue una adherencia radical al Evangelio y es un continuo reto para el movimiento del Trabajador Católico y a todos los cristianos.

Trabajador Católico de Houston, Vol. XV, No. 6, sept.-oct 1995.