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Nicolás Berdyaev, profeta para el Trabajadór Católico: Materialismo destruye al espíritu eterno

La civilización es por su naturaleza “burguesa” en el más profundo sentido de la palabra. “Burgués” es sinónimo precisamente con el reino civilizado de este mundo y de la voluntad civilizada hacia el poder organizado y el placer de la vida. El espíritu de la civilización es el de las clases medias, está adherido y se aferra a las cosas corruptas y transitorias y teme a la eternidad. El ser burgués es entonces el ser un esclavo a la materia y un enemigo de la eternidad. Las civilizaciones europeas y estadoudinenses perfeccionadas dieron ascenso al sistema industrial-capitalista, que representa no solo un poderoso desarrollo ecónomico sino el fenómeno espiritual de aniquilación de la espiritualidad. El capitalismo industrial de la civilización demostró ser el destructor del espíritu eterno y de las tradiciones sagradas. La civilización moderna capitalista es esencialmente atea y hostil a la idea de Dios. El crimen de la muerte de Cristo debe ser colocada a su puerta en lugar de la del socialismo revolucionario, que solamente se adaptó al espíritu “burgués” civilizado y aceptó su herencia negativa.

La civilización industrial-capitalista, es cierto, no repudió la religión totalmente: estaba preparada a admitir su utilidad y necesidad pragmática. Así que la religión, que halló un expresión simbólica en la cultura, se volvió pragmática en la organización y fomentación de la vida. La civilización es por su naturaleza pragmática. La popularidad del pragmatismo en Estados Unidos, la tierra clásica de la civilización, no debe causar sorpresa. El socialismo, por el contrario, repudiaba la religión pragmática; pero pragmaticamente defiende el ateísmo como más útil para el desarrollo de las fuerzas de vida y la satisfacción mundana de las más grandes masas de la humanidad. Pero el pragmático y utilitario acercamiento del capitalismo ha sido el principio real del ateísmo y bancarrota espiritual. El utilitario y practicamente efectivo dios del capitalismo no puede ser el verdadero Dios. Puede ser desenmascarado facilmente. El socialismo es negativamente correcto. El Dios de las revelaciónes religiosas y cúltura símbolica había desaparecido desde hace mucho tiempo de la civilización capitalista, así como esta se ha retirado de El.

El sistema capitalitsta está sembrando las semillas de su propia destrucción al minar el fundamento espiritual de la vida ecónomica del hombre. El trabajo pierde todo propósito y justificación espiritual y, como un resultado, causa una acusación contra el sistema entero.

La civilización está imponente para realizar su sueño de engrandecimiento perpetuo. La torre de Babilonia quedará incompleta.

La sociedad tecnológica

El advenimiento triunfante de la máquina abrió una nueva era en la cual la vida pierde su carácter orgánico y ritmo natural; el hombre se separa de la naturaleza por un ambiente artificial de máquinas, por los mismos instrumentos de su intención de dominar la naturaleza. Como una reacción contra su ideal ascético de la edad media, el hombre hace a un lado la resignación y contemplación, y trata de dominar la naturaleza, organizar la vida y aumentar sus fuerzas productivas. Esto, sin embargo, no le ayuda a acercarse más a la vida interior y el alma de la naturaleza. Por el contrario, al dominarla tecnicamente y organizar sus fuerzas, el hombre queda más lejos de ella. La organización resulta ser la muerte del organismo. La vida se convierte más en una cuestión de técnica. La máquina pone su sello sobre el espíritu humano y todas sus manifestaciones. Es así que la civilización no tiene ni un fundamento natural ni espiritual, sino un fundamento mecánico. Esto representa el triunfo par excellence de la técnica sobre el espiritu y el organismo.

La máquina y la técnica son el producto del desarrollo mental y descubrimientos de la cultura; pero mina sus fundaciones orgánicas y mata su espíritu. La cultura, habiendo perdido su alma, se convierte en la civilización. Las cuestiones espirituales se descontinúan, la cantidad reemplaza la calidad. La afirmación de la voluntad hacia vida, poder, organización y felicidad terrestre, causó la decadencia espiritual de la humanidad; porque la vida espiritual más alta está basada sobre el ascetismo y resignación. Esa es la tragedia y fatalidad de los destino históricos.

La civilización como opuesto a la cultura, que se ha rendido a la contemplación de la eternidad, tiende a ser futurista. La maquinaria y técnica son mayormente responsables por la aceleración de la vida y su aspiración exclusiva hacia el futuro. La vida orgánica es más lenta, menos impetuosa, y más interesada en esenciales, mientras la vida civilizada es superficial y accidental; porque pone los medios e instrumentos de vida ante los fines cuyo significado se pierde. El conocimiento interior del hombre civilizado está concentrado exclusivamente sobre los medios y técnica de vida considerada como la única realidad, mientras sus designios son vistos como ilusorios.

Técnica, organización y procesos productivos son una realidad mientras la cultura espiritual es imaginario, solamente un instrumento de técnica. La relación entre el fin y los medios son lo opuesto y pervertido.

La pérdida de cualquier sentido de visión es la muerte de una cultura.

El único camino verdadero a la cultura es a través de la transformación religiosa.

El Sentido de la Historia

No es una exageración decir que para mucha gente la doctrina de progreso era una religión, que la religión del progreso en el siglo diez y nueve era profesada por muchos que se habían retirado de la cristiandad. Un análisis de esta idea de progreso, con referencia a sus pretensiones religiosas, revelará la contradicción fundamental que esto implica.

La doctrina de progreso es primeramente una deificación ilegítima del futuro a expensas del pasado y presente, de una manera que no tiene ni la más mínima justificación científica, filosófica o moral. La doctrina de progreso está destinada a ser una fe religiosa, ya que no puede haber una ciencia positiva de progreso.

Las doctrinas positivistas de progreso del siglo diez y nueve deliberadamente sofocaron y suprimieron el elemento religioso en esta creencia y esperanza. Los teóricos de progreso se oponían a su fe y expectaciones a este tipo religioso de estas disposiciones. ¿Pero que queda de la idea de progreso, una vez que se ha vaciado de su contenido religioso? ¿Como puede tal mutilada idea ser aceptada interiormente?

A la luz de la doctrina positivista de progreso, cada generación humana, cada individuo, cada época de historia, son nada mas los medios e instrumentos a una última meta de perfección, esta última humanidad perfecta y ese poder y felicidad que se niega a la presente generación. De los puntos de vista religiosos y éticos esta concepción positivista de progreso es inadmisible, porque por su misma naturaleza excluye una solución a los tormentos, conflictos y contradicciones trágicos de vida válida para toda la humanidad, para aquellos generaciones que han vivido y sufrido. Porque deliberadamente afirma que nada sino la muerte y la tumba le espera a la vasta mayoría de la humanidad y la eterna sucesión de generaciones humanas a través de los siglos, porque ellos han vivido en un estado imperfecto de tortura separados por contradicciones.

Pero en alguna parte en las cimas del destino histórico, sobre las ruinas de las generaciones anteriores, aparecerá la raza afortunada de hombres reservados para la felicidad y perfección de vida íntegra. Todas las generaciones anteriores son solamente los medios para esta vida bendita, para esta generación bienaventurada de los elegidos que aún no han nacido. Así entonces la religión de progreso considera a todas las generaciones y épocas que han estado vacías de valor esencial, propósito o significado, como solo los medios e instrumentos para la última meta.

Es esta fundamental contradicción moral que anula la doctrina de progreso, convirtiéndola en una religión de muerte en lugar de resurrección y vida eterna. No hay razón válida para degradar a estas generaciones cuya suerte ha sido lanzada entre dolor e imperfección bajo aquello cuya preeminencia ha sido ordenada en santidad y júbilo.

Ninguna perfección puede expiar los sufrimientos de las pasadas generaciones. Semejante sacrificio de todos los destinos humanos a la consumación mesiánica de la raza favorecida solo puede sublevar la consciencia moral y religiosa del hombre. Una religión de progreso basada en esta deificación de una futura generación afortunada es sin compasión para un presente o pasado; se dirige con infinito optimismo hacia el futuro, con infitito pesimismo hacia el pasado. Es profundamente hostil a la expectación cristiana de la resurrección para toda la humanidad, para todos los muertos, padres y antepasados. Esta idea cristiana se apoya en la esperanza de un fin a la tragedia histórica y contradicción válida para todas las generaciones humanas, y de resurrección en vida eterna para todos los que siempre han vivido.

Una de las más óbvias objeciones a la teoría de progreso es el descubrimiento de una gran cultura como la de Babilonia, que floreció tres mil años antes de Cristo y alcanzó una cumbre de perfección, en muchos respetos, superior a cualquier cosa de que es capaz el siglo veinte. Aún así, esta murió y desapareció casi sin dejar una huella.

Nuestro hábito de separar el tiempo en el pasado, presente y futuro no nos permite dotar al último con más realidad que el primero. Desde la vista del presente, el futuro no es más rico en realidad que el pasado, y nuestros esfuerzos deben ser con referencia, no al futuro, sino hacia aquel presente eterno del cual el futuro y el pasado son uno.

En algún sentido aún se podrá alegar que el pasado es más real que el futuro, que aquellos que ya se han ido de nosotros son más reales que aquellos que aún no han nacido.

La historia es en realidad el camino hacia otro mundo. Es en este sentido que su contenido es religioso. Pero el estado perfecto es imposible dentro de la historia misma; solamente se podrá realizar fuera de su armazón. Esta es la conclusión fundamental de la metafísica de la historia y el secreto del proceso histórico mismo. En su perpetua transición de una época a otra, la humanidad lucha en vano para resolver su destino dentro de la historia. Frustrada en sus esperanzas, sintiéndose aprisionada dentro del círculo de la historia, se da cuenta que su problema no se puede resolver dentro del proceso de la historia misma, sino solamente en un plan trascendental. El problema de historia se determina por la naturaleza del tiempo. Para resolverlo se necesita una inversión entera de perspectiva histórica, un traspaso de atención de consideraciones históricas a la urgencia de la historia hacia la super-historia. Nosotros debemos admitir dentro del círculo eremítico de la historia de energía super-histórica, la irrupción dentro de las relaciones del fenómeno terrestre de el nóumeno celestial–la futura Venida de Cristo.

De historia celestial:Dios y hombre

Antes de desarrollar nuestra metafísica de la historia más adelante, debemos hacer una pausa para considerar el principal drama y misterio que están tomando lugar en lo más profundo del ser. ¿Que es la naturaleza de este drama? Es el de la mutua relación entre Dios y hombre. ¿Pero en que forma debemos de concebirlo? Yo creo que este primer drama y misterio de la cristiandad consiste del principio de Dios en el hombre y del hombre en Dios. Este misterio, es, en hecho, implícito en los fundamentos de la cristiandad. El destino histórico revela más particularmente el génesis de Dios en el hombre. Pero existe un no menos profundo misterio, el de génesis del hombre en Dios, efectuado en lo más profundo de la vida divina. Porque si existe tal cosa como el anhelo humano para Dios y una respuesta a ello, entonces también debe haber un anhelo divino para el hombre, el génesis de Dios en el hombre; un deseo por el amor y el amar libremente y, en correspondencia a ello, el génesis del hombre en Dios. Un movimiento divino que efectúa el génesis del hombre en Dios implica el movimiento correspondiente del hombre hacia Dios, por el cual el es generado y revelado. Esto constituye el misterio primordial del espíritu y del ser, y al mismo tiempo de cristiandad, que en el hecho central en la Persona de Cristo, el Hijo de Dios, une dos misterios. En la Imá_en de Cristo se produce el génesis de Dios en el hombre y del hombre en Dios y se manifiesta la perfección de los dos. Así por primera vez, en respuesta al movimiento y anhelo de Dios, un hombre perfecto se revela a El. Este procedimiento misterioso ocurre en las profundidades interiores de la realidad divina que se refleja en lo entero de la historia exterior de la humanidad. La historia es, de hecho, no solamente una revelación de Dios, sino también la revelación recíproca del hombre en Dios.

La entera complexidad del procedimiento histórico se puede explicar por la interdependencia interior de estas dos revelaciones. Porque la historia no es solamente el plan de la revelación divina. Es también la recíproca revelación del hombre mismo; y esto hace a la historia una tragedia tan terrible y complexa. La historia no sería trágica si fuera solamente la revelación de Dios y su gradual aprehensión. Su drama y tragedia no son solamente determinadas en la divina vida misma, sino también por el hecho de que estos están basados en el misterio de libertad, que no es solamente una divina, sino una humana revelación–esa deseada por Dios en las profundidades de la vida divina. El origen del mundo brota de la libertad por la voluntad de Dios en el principio. Sin su voluntad o deseo por la libertad ningún procedimiento sería posible. En su lugar habría un estático y preeminentemente perfecto Reino de Dios como una esencial y predeterminada harmonía. El proceso del mundo, por el contrario, implica una terrible tragedia, y la historia una sucesión de calamidades, al centro de lo cual está la crucifixion, la cruz en la cual el Hijo de Dios mismo fue crucificado, porque Dios ha deseado libertad y porque el primordial drama y misterio del mundo son aquellos de las relaciones entre Dios y su otro ser, a quien El ama y por el cual El desea ser amado. Y solamente la libertad dota este amor con algún significado.

Esta libertad, que es absolutamente irracional e incomprensible de razonar, ofrece una solución a la tragedia de la historia del mundo. Esto cumple no solamente la revelación de Dios en el hombre, sino también la del hombre en Dios; porque esto es la fuente y origen del movimiento, del procedimiento, del conflicto interior y de internamente vividas contradicciones. Existe una indisoluble unión por eso entre la libertad y las metafísicas de la historia. El concepto de libertad aclara la vida divina como un destino trágico. No habría historia sin libertad. Esta es la base metafísica de la historia. La revelación de la historia puede ser comprendida solamente a través de Cristo como hombre perfecto y Dios, como una unión perfecta, como el génesis de Dios en el hombre y del hombre en Dios, y, finalmente, como la revelación de Dios en el hombre y la recíproca revelación del hombre en Dios. Cristo, el Hombre Perfecto, el Hijo de Dios y hombre, permanece en el centro de la historia celestial y terrestre. El es la unión interior espiritual entre estos dos destinos. Sin su ayuda la unión entre el mundo y Dios, entre lo plural y el único, entre lo humano y la absoluta realidad, no podrían existir. De hecho, la historia debe su existencia enteramente a la presencia de Cristo en su verdadero centro. El representa el más profundo místico y metafísico fundamento y origen de la historia y de su trágico destino. La divina y la human energía manan hacia El y se alejan de El.

Todas las tendencias históricas que han luchado para crear harmonía, para vencer la tenebrosa premisa, para subyugar la turbulencia de la libertad e invadirla por el obligatorio y necesario bien, están interesados solamente con los signos del único y primordial misterio de la divina libertad. Estas tendencias tienen amplia aceptación, pero deben de ser desenmascaradas en la luz de la conciencia cristiana como una tentación siempre acosando al destino humano. Uno de los más grandes misterios cristianos, el de gracia, que es el fundamento de la Iglesia, simboliza la trascendente reconciliación y resolución de conflicto fatal entre la libertad y la necesidad. Esto obtiene una victoria sobre la fatalidad de la libertad y la necesidad, aunque la palabra “fatal” aquí es solo un símbolo imperfecto. Es el acto de gracia lo que realiza la comunión entre Dios y hombre y ofrece una solución del problema presentado por el divino drama. Nosotros debemos, por esto, notar que el principio de divina gracia está activa en la historia y destino del mundo y del hombre junto con el de la necesidad natural. Y sin ella ni este destino ni el misterio serían cumplidos.

ORIGENES

Nicholas Berdyaev, The Bourgeois Mind (La mente burguesa).
Nicholas Berdyaev, The Meaning of History (El sentido de la historia).
Matthew Spinka, Nicolas Berdyaev: Captive of Freedom (Nicolas Berdyaev: Cautivo de libertad).

Trabajador Católico de Houston, Vol. XV, No. 5. julio-agosto 1995.