En el capítulo 53 de su Regla, Benito habla de la recepción que se debe hacer a los huéspedes. Les recordaba a sus monjes que todos debían ser recibidos como Cristo, porque en el último día a cada monje se le diría: “Yo era un forastero y tú me acojiste” (Mateo 25:35). Debían recibir a todas personas, sin distinción, con toda cortesía, hasta compartiendo la mesa del abad y ofreciendo acomodo en los cuartos de huéspedes. La conciencia de la presencia de Cristo se leía a lo largo del capítulo como un refrán, con consideraciones especiales para el humilde:
“Gran cuidado e interés han de demostrar al recibir a la gente pobre y a los peregrinos, porque en ellos más particularmente se Cristo; nuestra mera admiración hacia los ricos les garantiza respeto especial” (Regla, 53.15).
El mandato de Benito sobre la hospitalidad, con su ejercicio de las obras de misericordia, perpetuaron una tradición conocida desde los primeros días de la Cristiandad, una tradición que más tarde fue fomentada por los Padres de la Iglesia, incluyendo a Basil (330-379), Jerónimo (342-420) y Augustín (354-430).
Dorothy Day, igual a Benito antes de ella, fue guiada por una sensibilidad completamente bíblica. Desde hace mucho tiempo había sido atraída a ejercer las obras de misericordia prescritas en Mateo 25: 31-46. Aunque Dorothy trataba de vivir según el manadato bíblico, incorporando todas las obras de misericordia como parte del programa del Trabajador Católico, tres de ellos se destacaban particularmente. Se pueden llamar las tres hermanas de la hospitalidad, es decir, el dar de comer al hambriento, el vestir al desnudo y el dar albergue al desamparado.
En las primeras ediciones del periódico Dorothy Day explicaba claramente el programa de las casas de hospitalidad de manera idealística que tenía sobretonos de la interpretación monástica de una vida de servicio. La posibilidad de una casa se presentaba y su propósito se explicaba de esta manera: “El propósito general de las Casas de Hospitalidad es formar un centro de acción católica en todos los areas, para buscar, enseñar y predicar la justicia social, para formar una fortaleza de espiritualidad verdadera, de educación seria y de trabajo vocacional, para dignificar y transformar la labor manual y para adquirir la gloria y el amor de Dios y su Iglesia.”
Más tarde, cuando algunos criticaban el programa del Trabajador Católico por perpetuar el orden presente, el Trabajador Católico respondió que la hospitalidad estaba profundamente basada en la tradición cristiana:
“Consideramos que las Obras de Misericordia espirituales y corporales y el seguir a Cristo son la mejor técnica revolucionaria y el mejor método para cambiar el orden social en lugar de perpetuarlo. ¿No cambiaron los miles de monasterios todo el patrón social de su día con su hospitalidad? No esperaron a que un estado paternal les ayudase ni se detuvieron para ver como la destitución precipitaría una revuelta sangrienta… Al no ser ni confinados por votos ni débiles, tratamos, tropezando, de hacer nuestra pequeña parte para expresar fe en la tradición hospitalaria.”
En 1968 Stanley Vishnewski recordó en una carta la duradera influencia que tuvo la carisma benedictina sobre el movimiento:
“La tradición benedictina ha tenido una gran influencia sobre el Trabajador Católico. Peter Maurin nos contaba en sus conferencias como los monjes benedictinos se extendieron por Europa después de la caída del Imperio Romano y como establecieron “Comunidades Agrícolas” que ayudaron a mantener el estudio a lo largo de la llamada época de la superstición y la ignorancia.
Estoy seguro que sin la influencia de los benedictinos habría muy poco en el movimiento del Trabajador Católico–puesto que los benedictinos nos dieron la idea de la Hospitalidad–Casas para huéspedes–Oración litúrgica. Quiten estos y quedará muy poco en el programa del Trabajador Católico.”
Trabajador Católico de Houston, Vol. XV, No. 4, mayo-junio 1995. (Tomado de Brigid O’Shea Merriman, O.S.F., Searching for Christ: The Spirituality of Dorothy Day, University of Notre Dame Press, 1994.)