Empezamos esta serie sobre las raices del movimiento Trabajador Católico con Emmanuel Mounier (1905-1950), que articuló las ideas del personalismo, de los seres humanos creados en la imagen y semejanza de Dios y renovados en Cristo, personas cuya responsabilidad es la de adoptar una función activa en la historia, aunque la última meta vaya más allá de lo temporal y más allá de la historia humana.
En 1932 Mounier fundó una revista llamada Esprit en Francia donde él como editor, lanzó los principios del personalismo y donde los escritores de las siguientes décadas publicaron sus ideas sobre este tema.
La visión de Mounier influyó fuertemente a Dorothy Day y a Peter Maurin.
A Mounier le debemos el énfasis del Trabajador Católico en la responsabilidad personal en la historia (el no retirarse del mundo) integrado por Dorothy Day en su práctica diaria de las Obras de Misericordia.
William Miller, en Un duro y terrible amor (A Harsh and Dreadful Love, Image Books, 1974) describe este personalismo como central al pensamiento y acción del Trabajador Católico:
“El tema de la idea del personalismo sostenida comunmente por Mounier, Maritain y el Trabajador Católico era que la primacía del amor cristiano debe salir de su posición en limbo en lo que concierne los asuntos humanos y debe ser infundido al proceso de la historia. El hecho central de la existencia no debe ser el procedimiento, con el hombre aferrándose a cualquier lugar que encuentre más tolerable; el amor debe redimir al procedimiento mismo.”
Lo que sigue son extractos de las obras de Mounier.
Satisfacción personal, progreso humano
La cristiandad le da al hombre su estatura entera y más que su estatura entera. Le llama a que sea un dios y le llama en libertad. Esto, para el cristiano, es el significado final y supremo del progreso en la historia. ¿Porqué no creó Dios al hombre y la naturaleza en un estado de perfección instantanea? ¿Porqué la evolución? ¿Porqué la indecisa marcha de la historia?
La cristiandad responde: Dios es el Padre, pero El no es paternalista. El desea que la liberación del hombre sea el fruto de su esfuerzo, el genio y el sufrimiento del hombre, para que él pueda saborear un día el pleno fruto de esta labor, estos esfuerzos y este amor, y no recibirlo como un predominante regalo del Cielo. Humanidad fara da se, lentamente, progresivamente. ¿Cómo podría la humanidad, beatificada, compartir como quiera que sea de imperfecta asociación en la astética de Dios si no ha contribuido a su triunfo con la labor de sus propias manos? El progreso siempre se concibe como un movimiento hacia adelante, pero también es una espera, una dilación. Todo llega a su debido tiempo.
El lado contrario de la duración solamente tiene significado si el tiempo es a la vez la paciencia de Dios y la gloria de la libertad. Uno puede estar de acuerdo que esta perspectiva añade más a la gloria de un Dios benévolo que a una imagen de un Dios que se burla de nuestra impotencia y regocija en nuestro cautiverio.
A algunas personas, cuando se habla del progreso y de la liberación de la humanidad, les gusta hablar de la arrogancia del hombre sin Dios. Supongamos que hablásemos un poco de la arrogancia del hombre con Dios. Es igual de importante. Es cierto que aquellos que extraen toda tragedia de la historia, extraen toda la Cristianidad. Pero esto es sólo otra manera igualmente arrogante de liquidar la cristiandad para olvidar la promesa de la Resurrección dentro de la desesperación del Viernes Santo. Ayer el optimismo era la filosofía de los satisfechos. Entonces la Cristianidad necesitaba sus Kierkegaards, sus Pascals y sus Bloys.
Pero nuestros paises, devastados por el cansancio, ahora necesitan constructores de esperanzas y obligaciones. Yo he desarrollado el tema de una historia triunfante porque esto es la visión cristiana de la historia, no para que los cristianos pletóricos se sientan más cómodos que los caballeros de anátema y desprecio. Quizás mañana seamos invadidos por algo peor que bárbaros, por Babbits, con crucifijos de oro, dientes de oro y corazones de oro, viniendo a predicar sus nuevas teologías de manera altisonante: optimismo, buen temperamento y filantropía que se pueden ejecutar mucho más facilmente, lo sabemos, usando la mejor pasta de dientes, fundaciones bien ajustadas y una pluma Parker, que a través de la palabra de Dios. Entonces una vez más necesitaremos esas grandes voces sombrias.
Optimismo trágico
Yo he preferido nombrar esta perspectiva una de optimismo trágico, como una mejor expresión de la paradoja antinominal en sus raices que el término pesimismo activo que se usa a veces. Esta expresión implica que si la historia en el último instante progresa, no progresa en obvias etapas. Uno debe añadir para poder describir la actitud cristiana entera que toda la serie de cumbres existe oculta de nosotros en la impenetrable obscuridad de la historia. Solamente sabemos que el movimiento es hacia adelante y algunas veces podemos verlo en lo principal. Pero no podemos predecir sus caminos, paradas y rodeos. Existe entonces una relación obvia entre el optimismo cristiano y el optimismo humanista que hoy en día tiene que defenderse contra el concepto de un mundo insensato. Pero existe un golfo impasable entre el optimismo de la historia que piensa en términos del progreso lineal…y el optimismo trágico del cristiano, para quien el significado del progreso nunca es completamente definible, ciertamente no fuera de la paradoja de la Crucifixión, y que nunca puede, incluso en el fin, excluir la posibilidad de catástrofe demoniaca.
Puesto que nadie puede decifrar los secretos de la historia hasta su último fin, cualquier hipótesis que nosotros podamos formular de estas vicisitudes puede ser más o menos calmada o sombria. Nos olvidamos cuanto nuestras propias disposiciones nos ayudan a colorear nuestras desconsideradas reflexiones en el mundo.
Pero es importante que no transformemos nuestros sentimientos y desaliento en visiones proféticas y aparentemos aceptar al Dios de Amor como el Suministrador de catástrofes. Si lo hacemos, tal vez ya no podamos percibir sus triunfos silenciosos en la jornada diaria de Jerusalén a Emmaús.
El personalismo opuesto al individualismo
La naturaleza fundamental de la persona no es ni la originalidad ni el conocimiento propio ni la afirmación individual. Reside no en separación sino en comunicación.
Para un expectador del drama humano que no está ciego a sus propias reacciones, esta verdad está muy lejos de ser auto-evidente. Desde los principios de la historia hasta ahora, han existido muchos más días de guerra que de paz. La vida de las sociedades es una guerrilla perpetua y donde se termina la hospitalidad, la indiferencia sobreviene.
Todos los esfuerzos del compañerismo, de la amistad y del amor parecen ser en vano contra los enormes obstáculos a la hermandad humana. Heidegger y Sartre concluyen mucho de esto en su filosofía. Para ellos la necesidad de poseer y de sobreponerse siempre obstruye la comunicación. El hombre asociado es necesariamente o tirano o esclavo. La misma mirada de uno roba algo de mi universo, su presencia limita mi libertad, su ascenso mi descenso. En cuanto al amor, es una enfermedad mutual, un infierno.
Es vano protestar contra esta percepción. También es dificil negar la importancia del aspecto de las relaciones humanas que sugiere. El mundo de otro no es un jardín de placer: es una provocación perpetua para el menosprecio o el agrandamiento de uno mismo. Continuamente reimpone el riesgo y el sufrimiento al instante que parece que adquirimos la paz. El mismo hecho de no reconocer esto sale del instinto de la auto-defensa. Algunos, tratando de olvidarlo, disminuyen todos sus contactos sociales. Otros se convierten en los objetos flexibles y útiles de aquellos que los rodean–se convierten en los pobres de los filántropos, los inferiores de este hombre o los sirvientes de aquello, mientras los egoístas se escapan de todo altruismo como ilusión. Otro, aún, puede limitar su círculo de personas a los que consienten actuar como su propio espejo. Una clase de instinto trabaja continuamente dentro de nosotros para negar o disminuir la humanidad de aquellos que nos rodean.
El individualismo es un sistema de moralidad, sentimientos, ideas e instituciones en las cuales los individuos se pueden organizar por su mutuo aislamiento y defensa. Esta era la ideología y estructura prevaleciente de la sociedad burguesa occidental de los siglos XVIII y XIX. El hombre, en lo abstracto, disociado de cualquier comunidad natural, soberano señor de una libertad sin límites y sin dirección, volviendo hacia otros con desconfianza primitiva, calculación y vindicación propia; instituciones limitadas a la seguridad de que estos egoísmos no deberían imponerse el uno sobre otro, o a su mejoramiento como una asociación puramente de ganancias–tal es el modelo de civilización que se está disolviendo ante nuestros ojos, uno de los mas estériles de la historia conocida. Esto es la antítesis del personalismo y su mas significante enemigo.
La civilización burguesa e individualista
La civilización burguesa e individualista, que ha sido suprema en nuestro mundo durante muchos años, está aún firmemente al mando. Está encadenada en las raices de una cristiandad a la que ha contribuido tanto para desalojar.
La concepción burguesa es el resultado de un período de civilización que se ha venido desarrollando desde el Renacimiento hasta nuestro propio día. Brotó de la rebelión del individuo contra un sistema social que se había vuelto sobre-pesado y de un sistema espititual que se había vuelto inflexible. Esta rebelión no era del todo desordenada ni anárquica. Vibraba con legítimas aspiraciones de la persona humana. Pero se volvió pronto a una concepción tan estrecha del individuo que desde el principio engendró en si misma el germen de su decadencia.
Al extender sus campos de conquista a través de cinco continentes, el capitalismo industrial abrió a los capitanes de industria y a algunos aventureros en finanza grandes posibilidades de aventura. Pero al descubrir la fecundidad automática del dinero, el capitalismo financiero al mismo tiempo les ofreció un mundo facil de conquistar, en el cual todas las tensiones vitales desaparecieron.
El ritmo natural de las cosas, su resistencia y duración, se deshicieron bajo la influencia de un poder sin límites, que venía no como tarea aplicada en una manera ordenada a las fuerzas naturales, pero de la especulación. Esta especulación, en la cual la ganancia se obtiene sin rendir servicio, era lo ideal hacia cual todo esfuerzo capitalista tiende.
Así que la pasión de aventura gradualmente cedió como motivo al suave placer de la comodidad, del confort, la pasión de conquista al ideal del mecanismo impersonal, del distribuidor automático de placeres sin riesgo o exceso, regulares y constantes, derivados de la máquina y del ingreso fijo. Una vez que una civilización se haya acostumbrada a la manera de esta comodidad inhumana, ya no produce para engendrar nuevas creaciones, pero las mismas creaciones producen aún mayor silencio e inercia.
Así que la substitución de ganancia especulativa por la ganancia industrial y de los valores de comodidad por los valores de creación ha gradualmente destronado el ideal individualístico y ha abierto el camino al espíritu que llamamos burgués por su origen y lo que nos parece ser la exacta antítesis de la espiritualidad. Se apoderó primero de las clases altas pero gradualmente descendió a todas las clases, aún las más humildes.
Porque el dinero separa. El dinero separa al hombre de la lucha con las fuerzas naturales porque nivela toda resistencia. Separa a los hombres el uno del otro porque ha comercializado todo cambio y ha falsificado ambos el habla y la conducta. Toma al hombre moderno que no aguanta más que el espectáculo de su propia seguridad y lo encierra, alejado del reproche viviente de la pobreza, en su propia sección residencial, en su propias escuelas, su propio hábito, sus automóbiles, sus relaciones, su religión–en todo lo que él se ve a si mismo y a sus ideas reflejados cien veces.
Estamos realmente lejos del héroe. El mismo hombre rico del periódo clásico está desapareciendo rápidamente. En el altar de este triste mundo existe solamente un dios, sonriente y repugnante: el Burgués. Ha perdido el verdadero sentido de ser, se mueve solamente entre cosas y cosas que son prácticas y que han sido despojadas de su misterio. El es un hombre sin amor, un cristiano sin conciencia, un incrédulo sin pasión. El ha desviado el universo de virtudes de su curso, supuestamente sin sentido, hacia lo infinito, y lo ha hecho centrarse alrededor de un sistema mezquino de tranquilidad social y psicológica. Para él sólo existe la prosperidad, la salud, el sentido común, el equilibrio, la dulzura de la vida, la comodidad. La comodidad es para el mundo burgués lo que el heroísmo era para el Renacimiento y la santidad para la cristiandad de la Edad Media–el último valor, el último motivo de toda acción.
Principios de una civilización personalista
Una civilización personalista es una cuya estructura y espíritu están dirigidos hacia el desarrollo como personas de todos los individuos que la componen. Tienen como su último fin el de posibilitar que cada individuo viva como una persona, es decir, que ejerza al máximo su iniciativa, responsabilidad y vida espiritual.
Personalismo
El personalismo requiere una afirmación de valor, viz., la afirmación del absoluto valor de la persona humana. No estamos insistiendo que la persona humana es un absoluto, aunque para el creyente cristiano lo Absoluto es de hecho la persona, y en estricta terminología, lo espiritual no existe sino como lo personal. Pero sí proponemos que la persona humana, como nosotros lo definimos, es un absoluto comparado con cualquier otra realidad material o social y con otra persona humana. Nunca se puede considerar simplemente como parte de un todo, ya sea de familia, clase social, estado, nación o incluso de la humanidad. Dios mismo, en las doctrinas de la cristiandad, respeta la libertad de la persona, aún cuando está vivificándola desde su interior. Todo el misterio teológico de la voluntad propia y el pecado original está basado en la dignidad de libre elección conferida al hombre. El cristiano lo acepta porque él cree que el hombre fue, en su propia naturaleza, creado según la imagen de Dios, y que es llamado a perfeccionar esa imagen a través de una siempre creciente participación en la suprema libertad de los hijos de Dios.
Cualquier discusión sobre el personalismo debe comenzar en las raices básicas de toda existencia humana. Si nuestros esfuerzos se limitaran exclusivamente a la defensa de las libertades públicas del hombre o de otros derechos sin base más profunda, entonces ciertamente nuestra postura sería debil; porque entonces existiría el peligro de defender solamente los privilegios individuales.
Lo espiritual en el corazón de la realidad humana
Es común en todas las doctrinas que hemos rechazado el considerar lo espiritual en cualquiera de sus esenciales formas como una acción privada de moralidad individual. Esta concepción es característica del idealismo burgués que rinde la sociedad a la edad de hierro; es característica del realismo fascista que niega que exista incluso en la vida privada cualquier autoridad espiritual más que el estado; es característica del materialismo marxista, según la cual las psudo-realidades espirituales y personales no ejercen ninguna iniciativa primaria en los asuntos humanos.
Como contraste, el personalismo que hemos delineado impone un valor espiritual, i.e., la persona, el receptáculo y la raiz de todos otros valores, en el mismo corazón y centro de toda realidad humana.
No podemos enfatizar demasiado el hecho que el personalismo no está fundamentalmente centrado en la acción política, sino que es un esfuerzo total para comprender y sobrecrecer la crisis entera del hombre del siglo XX.
Espíritu encarnado
El cuerpo y materia no se perciben como un fondo neutral que no está ni bendecido ni maldecido, un esclavo pasivo ya sea al bien o al mal. Se han incorporado interiormente en el crecimiento viviente del Reino de Dios. Si la Encarnación es completa y la Resurrección total, el hombre nuevo es entonces llamado a construir una nueva tierra, y al mundo del cuerpo se le pide que use su esfuerzo, no solamente para declarar la gloria de Dios sino también para crearlo.
Progreso técnico
El progreso técnico le sirve al hombre colectivamente de la misma manera que el hábito sirve al individuo. Es para el hombre un medio de liberación siempre que él lo domine.
De lo que entonces reprochamos a nuestra civilización técnica no es de que sea inhumana en si misma, sino de que no se haya humanizado aún y de que hasta ahora haya servido un sistema inhumano.
La parábola de la cizaña y el trigo es el mejor símbolo de la visión cristiana de la historia. Cuando una cosecha maldecida brota a través de los años, vuelve a todas las utopias humanas inefectuales y destroza el sueño de un mundo que se convertirá en inocente desde el momento en que así se decrete: tal es el papel del “pesimismo cristiano.” Pero creciendo sin descanso entre estos sembrados profanos está el reino de Dios, con nombre y sin nombre, con lenta fuerza irresistible.
Uno no libera a un hombre desatándolo de las cadenas que lo paralizan; uno libera a un hombre ligándolo a su destino.
El desear la vida a todo costo es, algún día, comprar la vida al precio de toda razón de vivir. No tenemos existencia auténtica hasta que tengamos una fortaleza interior de valores o de devoción contra la cual no creemos que el temor a la misma muerte pueda prevalecer.
Orígenes
Eileen Cantin, Mounier: a Personalist View of History. Paulist Press, 1973.
Emmanuel Mounier, Be Not Afraid: Studies in Personalist Sociology. Harper, 1954.
______Personalism. University of Notre Dame Press, 1952.
______A Personalist Manifesto. Longmans, Green and Co., 1938.
Trabajador Católico de Houston, Vol. XV, No. 3, abril 1995.