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Una familia en Honduras se escapa de Huracán Mitch

Esta es la triste historia de una de tantas familias que fueron azotadas por el Huracán Mitch, la terrible situación que pasó a mí junto con mi esposo e hijo desde el comienzo del Huracan.

Recuerdo que era un día jueves cuando empezó a lloviznar. En ese momento escuchamos por la radio y la televisión que se acercaba un huracán muy fuerte. Los medios de comunicación alertaban a la gente para refugiarse en los albergues destinados provisionalmente, pero desgraciadamente no le tomamos mucha importancia, porque nunca imaginamos la magnitud del desastre que iba a causar dicho huracán. Cuando el huracán agarró más fuerza, sentimos temor. Sin embargo, ya era demasiado tarde para ir a refugiarnos a los albergues, porque el agua ya nos llegaba hasta el cuello y la fuerza del viento arrasaba con árboles, casas, carros y todo lo que encontraba a su paso.

Con lágrimas en mis ojos y con un nudo en mi garganta, recuerdo que cuando tratábamos en nuestra desperación de salir de la casa para ponernos a salvo, vimos como una lámina arrancada del techo de una casa degollaba a otra señora que había salido en medio del agua.

En ese momento salimos de la casa. Mi esposo logró alcanzar un tronco que venía flotando en el agua. De este modo nos aferramos al tronco y dejamos que la corriente nos arrastrara. Más abajo miramos un árbol muy alto. A mi esposo se le ocurrió que podíamos subir a él para salvarnos. Con mucho trabajo lo logramos, amarrando al niño para que no cayera en el agua. Anochecía. El frio tremendo que hacía temblar nuestros cuerpos, con la ropa mojada pegada al cuerpo y sin cobija alguna para cubrirnos del pesado frio, nos hacía pensar que moriríamos.

De este modo pasamos cuatro largo días y sin probar bocado. Sobrevivimos solamente con el agua sucia que yo lograba atrapar con un sueter que sumergía en el agua y lo exprimía en nuestras bocas para no morir de sed. Y aunque esto podría acarrearnos alguna infección ya que la corriente arrastraba cadaveres, basura, lodo y animales muertos, yo sabía que era la única manera de sobrevivir.

Encomiéndonos a Dios, llegó el cuarto día, y agotados y hambrientos descubrimos un helícoptero de rescate de Belize. Al verlo, mi esposo empezó a hacerles señas hasta que nos vieran y así nos rescataron. Cuando regresamos a tierra vimos puro lodo y tantos cadáveres-más muertos que vivos. Cuando llegó ayuda que mandó la Reina de Inglaterra por medio de Belize, los soldadosque estaban ayudando vieron que con tantos muertos o podrían trabajar, e iba a ver mucha enfermedad. Excavaron una tumba grande, juntaron los cadáveres y los pusieron debajo de la tierra.

Llegamos a un albergue y ahí tratamos de localizar a nuestros familiares sin ningún éxito, y al vernos totalmente solos y sin casa, ni nada de nuestras pertenencias para poder vivir, decidimos emigrar a los Estados Unidos.

Sin un solo centavo en la bolsa y solo con la ayuda de Dios, llegamos con un aventón hasta Belize. Ahí mi esposo trabajó una semana. Con ese poco dinero y como pudimos, llegamos hasta la capital de México.

Ahí mi esposo fue a trabajar una semana más, pero enfermo. Yo fui a trabajar dos semanas. La Señora, al verme tan desvalida y al enterarse de nuestra situación, se condolió de mí y nos regaló el pasaje para mí y para mi hijo. Dinero con el cual junto con lo que habíamos ganado pudimos llegar hasta Matamoros.

Volvimos a quedarnos sin dinero y ví la necesidad de pedir dinero en el puento para poder comer. Sin embargo, Dios estaba con nosotros, porque ahí en Matamoros conocimos a una Señora de nombre Carmen quien nos dio alojamiento por quince días. Era una persona buena, noble, que nos ayudó mucho. Por este motive decidimos dejar con ella a nuestro hijo, porque la Migra nos había ya regresado varias veces y el niño tenía mucho miedo después de estar en el huracán. Además de que el pequeño padece de asma. No lo quisimos arriesgar al cruzar el río porque podría enfermarse más, incluso hasta ahogarse. Mientras tanto nosotros hicimos un intento más por cruzar y esta vez lo logramos. Después, pudimos llegar hasta la terminal del bus y no nos quedó más que arriesgarnos y viajar en el bus. Durante el viaje subió la Migra y le hicieron varias preguntas a mi esposo. Como el sabe hablar inglés (vivía antes en Belize), esta vez nos dejaron pasar sin problemas. Pero todos los demás que estaban en el bus los bajaron y los llevaron la Migración. De este modo tan difícil y tan triste pudimos llegar aquí en Casa Juan Diego.

No tenemos un solo centavo, pero sí, muchas ganas de trabajar y salir adelante para poder regresar por nuestro hijo y al fin volver a estar juntos otra vez. Sin embago la experiencia vivida tal vez dure mucho tiempo, porque no fue nada facil sobrevivir a una tragedia como esta.

Registrado por Noe y Yolanda Ramirez

Trabajador Católico de Houston, Vol. XIX, No. 1, enero-febrero 1999.