Por consideración a los nuevos lectores, por consideración de los hombres que están en las filas esperando el pan, por los empleados y los desempleados, los trabajadores organizados y no organizados, y también por nosotros mismos, debemos reiterar una y otra vez lo que son nuestras intenciones y propósitos.
Junto con las obras de misericordia, alimentando, vistiendo y dando albergue a nuestros hermanos y hermanas, debemos adoctrinar. Debemos “dar una razón por la fe que hay en nosotros.” De otra manera seremos miembros desparramados del Cuerpo de Cristo, no somos “todos miembros el uno del otro.” Sino nuestra religión sería un opiato para nosotros solos, para nuestra comodidad o para nuestra seguridad individual o costumbre indiferente.
No podemos vivir solos. No podemos ir al cielo solos. De otra manera, como dijo Péguy, Dios nos dirá a nosotros: “¿Dónde están los otros?” Esto es en un sentido solamente que, de hecho, creemos que debemos ser lo que queremos que la otra persona sea. Debemos vernos a nosotros mismos, nuestras propias vidas primero).
Si no continuamos adoctrinando, perdemos la visión. Y si perdemos la visión, nos convertimos solamente en filántropos, repartiendo nuestros paliativos.
La visión es ésta: Estamos trabajando hacia “un nuevo cielo y una nueva tierra, donde exista la justicia.” Estamos trabajando por un orden social cristiano. Estamos tratando de decir con acción: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.”
Creemos que toda la gente son hermanos y hermanas en la Paternidad de Dios. Esta enseñanza, la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, implica hoy el caso de los sindicatos (donde la gente se habla el uno al otro de hermanos y hermanas); esto envuelve la cuestión racial, envuelve cooperativas, uniones de crédito, artesanías; envuelve Casas de Hospitalidad y Comunidades Agrícolas. Es con todos estos medios que podemos vivir como si creyéramos de hecho que todos somos miembros el uno del otro,sabiendo que cuando “la salud de uno de los miembros sufre, la salud del cuerpo entero disminuye.”
Esta obra nuestra hacia un nuevo cielo y una nueva tierra demuestra una correlación entre lo material y lo espiritual, y, por consiguiente, reconoce la primacía de lo espiritual. Alimento para el cuerpo no es suficiente. Debe haber alimento para el alma. Así pues, los líderes de
la obra, y tantos como podamos inducir a que se unan a nosotros, deben de asistir a Misa diaria, para recibir alimento para el alma. Y nuestras percepciones aceleran, y al rogar para que nuestra fe crezca, veremos a Cristo en cada uno de nosotros, y no perderemos la confianza en aquellos que nos rodean, no importa cuán escabroso sea su progreso. Es más fácil tener fe de que Dios apoyará cada Casa de Hospitalidad y Comunidades Agrícolas y abastecerá nuestras necesidades en la manera de alimento y dinero para pagar cuentas, que el mantener una fuerte, vigorosa, fe viviente en cada individuo a nuestro alrededor de ver a Cristo en él. Si perdemos la fe, si dejamos de trabajar en adoctrinar, estaremos en alguna manera negando a Cristo de nuevo.
Debemos practicar la presencia de Dios. El dijo que cuando dos o tres están reunidos juntos, allí está El en medio de ellos. El está con nosotros en nuestras cocinas, en nuestras mesas, en las líneas para el pan, con nuestros visitantes, en nuestros ranchos. Cuando pedimos por
nuestras necesidades materiales, nos arrima cerca de Su humanidad. El, también necesitó alimento y albergue. El, también calentaba Sus manos en un fuego y se acostaba en un banco a dormir.
Cuando tenemos lecturas espirituales a las horas de comer, cuando rezamos el rosario por la noche, cuando tenemos grupos de estudio, foros, cuando salimos a distribuir literatura en las reuniones, o la vendemos en las esquinas de las calles, Cristo está allí con nosotros. Lo que nosotros hacemos es muy poco. Pero es como el muchachito con unas cuantas barras de pan y pescados. Cristo tomó lo poquito y lo aumentó. El hará el resto. Lo que nosotros hacemos es tan poco, podrá parecer que nosotros estamos fallando constantemente. Pero solamente si la semilla cae dentro de la tierra y muere, habrá cosecha.
Y ¿por qué debemos de ver resultados? Nuestra labor es sembrar. Otra generación estará levantando la cosecha.
Cuando escribimos en estos términos, estamos escribiendo no solamente para nuestros compañeros de trabajo en treinta otras Casas, a otros grupos de Trabajadores Católicos que se están reuniendo para discusión, sino para todo lector de este periódico. Estamos con la misma opinión del lema de la Unión Marítima Nacional, que cada miembro es un organizador. Estamos sosteniendo el ideal de responsabilidad personal. Ustedes pueden trabajar mientras andan vagando por el país en trenes cargueros, si están trabajando en una fábrica o en un campo, construcción de buques o una gasolinera. No dependen ustedes de ninguna organización que significa solo números en papel, que significa solamente la labor de unos pocos. No estamos hablando de acción masiva, grupos de presión (temido potencial para el mal como para el bien). Nos estamos dirigiendo a cada lector individual de El Trabajador Católico.
El trabajo aumenta cada mes, la circulación aumenta, llegan cartas de todo el mundo, se escriben artículos acerca del movimiento en muchos países.
Estadistas observan el trabajo, los estudiantes lo estudian, los trabajadores sienten su atracción, aquellos que están necesitados vienen hacia nosotros y se quedan a participar. Es una manera nueva de vida. Pero aunque crecemos en números y lleguemos a lejanos rincones de la tierra, esencialmente el trabajo depende en cada uno de nosotros, en
nuestra manera de vivir, las pocas obras que hacemos.
“¿Dónde están los otros?” dirá Dios. No lo neguemos a El en aquellos a nuestro alrededor. Aún aquí, ahora mismo, nosotros podemos tener una nueva tierra, !donde habite la justicia!
Trabajador Catolico, Febrero 1940; Reimprimido en el Trabajador Catolico de Houston, Vol. XIV, No. 6, septiembre 1994.