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Un grito en el desierto

Marcos Antonio Hernández, Trabajador Católico en Casa Juan Diego, es licenciado de la universidad de Texas A&M.

Provengo de una familia de trabajadores inmigrantes. Mis abuelo viajaban desde la frontera de Tejas hasta Wisconsin, Montana y Wyoming durante los meses de verano  para trabajar en los campos. Mis padres también iban con ellos durante sus años de escuela preparatoria para ayudarles con el trabajo.

Estas historias siempre me intrigaron aunque me resultaba difícil entender  cómo fueron esas vivencias. Recuerdo que una vez quise trabajar en el campo para experimentar esa clase de trabajo, pero rápidamente esta idea se esfumó. Fui a la universidad, conseguí una educación y nunca volví a mirar atrás hacia las raíces de mi familia, varias genera-ciones de trabajadores que a menudo tenían que viajar para traer el pan de su familia a la mesa.

Crecí familiarizado con el concepto de la inmigración, pero era una idea alejada de la belleza de lo que este término realmente significa. No fue hasta mis primeros años como adulto cuando empecé a apreciar la belleza de mi herencia y a desear ahondar en ella hasta formar parte de mis orígenes.

Sentí el deseo creciendo en mi interior de dejar mi pequeña ciudad en la frontera y explorar un modo de vida apasionante y formar parte de una realidad mayor. De algún modo quería de verdad dejar el ambiente que nunca realmente conocí y valoré.

Creo que el descubrimiento de quien soy pasa por conocer en profundidad de donde vengo. El documental llamado “Conoce a los Patels” describe en primera persona las luchas y los retos para encontrar tu identidad dentro de una cultura diferente a la de tus orígenes. Una de las enseñanzas de este documental es que  no debemos dejar que nuestro pasado marque nuestro futuro pero si, una referencia para saber hacia dónde vamos.

Hace poco he empezado a descubrir mis raíces y cuando me di cuenta de la visita del Papa Francisco a Juárez, México, me sentí obligado de ser unos de los rostros presentes. En esa ocasión me sentí uno más de los muchos que estaban allí presentes y estaba alegre porque el Papa estuviera visitando mi hogar. Él se dirigía a los migrantes y emigrantes de hoy en día. Sentí el deseo de formar parte de su mensaje y entrar de lleno en mi yo mexicano americano.

Tuve el privilegio de asistir a la misa Papal con mi amigo y ser testigo de excelencia del mensaje del Papa a las comunidades fronterizas. En honor de la visita del papa bailamos y cantamos. Pu-dimos escuchar sus mensajes prisioneros y a los líderes de la comunidad. Cuando el Papa estaba a punto de llegar al Parque Chamizal, nuestras aclamaciones se hicieron más fuertes y comenzamos a entonar “se Ve, se Siente, el Papa está Presente”.

Cuando él paso delante nuestra, sentí como nuestras miradas coincidieron un segundo y di gracias a Dios porque su santo servidor nos estuviera visitando. Empecé a sentirme parte del mensaje del Papa cuando este dijo que debemos estar entre la gente para estar entre aquellos que forman la Iglesia. Creo que este Papa ha estado en lugares negativamente estigmatizados. El viene hasta la gente que no tendrían la oportunidad de viajar largas distancias para ver al Papa, y viene hasta ellos no para derribarlos sino para de-volverlos a la vida, recordarles sus maravillosos orígenes y hacerles respirar un nuevo espíritu de alegría, esperanza y amor.

La primera lectura en la misa habló sobre Jonás cuando fue enviado a predicar en la ciudad que se estaba destruyendo y el Evangelio nos contó Jesús diciéndole a la gente que no tendría otra señal más que la de Jonás. Cuando en su homilía el Papa habló a la gente, sentí como si estuviese retransmitiendo este mismo mensaje a los mexicanos y al mundo. El dijo que los pecadores más grandes se pueden convertir en los mejores profetas. Se identificaba con las personas y familias en la congragación con el corazón roto de dolor, expresó su compasión por la gente cuando dijo que sentía todo el dolor y la pena de la gente que quería llorar. Muchos entre los que asistieron lloraron cuando el Papa habló del dolor de las personas y sobre que estábamos empezando a ser insensibles. Insensibles con la violencia, insensibles por nuestra forma de vida. Pidió a la gente amar y meditar sobre el rostro de Jesús llorándole a Dios y él comenzó a derramar lágrimas de verdad  por nuestros seres queridos y por nuestra nación. Mencionó la belleza de las lágrimas y como son esenciales para la curación de México a través del amor al Padre.

El Papa nos dejó con un sentimiento de poder, un ansia de llorar por nuestros seres queridos, un deseo intenso de comprender los sufrimientos y dolores de muchas familias, incluyendo la mía, causados por la violencia del mundo de la droga y la cultura del poder y el deseo de vivir el estilo de vida que ven en los principales medios de comunicación. Estos estilos de vida no están vistos para lo que realmente son, son seductoras y han engañado a muchos jóvenes siendo motivo de división y insensibilidad.

Rezo para que el mensaje del Papa traiga esperanza y que la violencia que está presente en muchas partes del mundo sea eclipsada por la gracia de la conversión.

Durante la cuaresma caminamos a través del desierto sedientos de esa paz que parece estar muy lejana. Tengo fe en que las palabras del Papa llorando en el desierto de Juárez, invitándonos personalmente a encontrarnos con Jesucristo. Un encuentro que impregne todos nuestros perjuicios, creencias y nociones preconcebidos, un encuentro que nos permita ser como niños delante de Dios, para verlo y ser testigos de su gran amor por cada uno de nosotros.

Creo que el Papa Francisco inició el año de gracia de la Iglesia retándonos a salir de nuestra zona de comodidad. En su peregrinación a México nos dio un ejemplo, un testimonio de cómo no quedarnos dentro de nuestras limitaciones e ir hacia aquellos más necesitados de la palabra de Dios, incluso si esto significa dejar atrás a nuestra familia y a nuestro hogar. Tratar de no ocultar un pasado del que nos podamos sentir avergonzados y conocer nuestras debilidades, para rendirnos y salir de nuestra comodidad. Comodidad de aferrarnos a lo que creemos que es correcto y cierto para que Dios moldee nuestras creencias y nos rete e incluso nos rompa durante la cuaresma.

, marzo-mayo 2016, Vol. XXXV, No. 2.