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La Pasión del Cristo: Una película de no-violencia

Padre McCarthy es un sacerdote de los católicos del Este (Byzantino) de la Iglesia Católica. Antes un abogado y profesor en la universidad, el us el fundador y director original del Programa por el Estudio y la Práctica de la Resolución no-violenta de Conflictos en la Universidad de Notre Dame, también co-fundador de Pax Christi-USA. El Padre McCarthy está casado y el y su esposa, que recibió su doctorado de Boston College, tienen trece hijos. Padre McCarthy y su esposa han visitado a Casa Juan Diego.

La Pasión del Cristo, película producida y dirigida por Mel Gibson, es la mejor representación cinematográfica del Jesús no-violento de los Evangelios–de Su Camino de amor no-violento–que jamás haya sido expuesta a la conciencia de la humanidad. Tan pronto se haga pública en DVD la usaré para instruir a adultos en cursos de educación religiosa. Con sus imágenes llevaré el mensaje que el Nuevo Testamento enseña de un amor misericordioso y no-violento, divino y salvífico.

Comentarios que había leido en varios periódicos y escuchado por televisión antes de ver esta película me causaban pre-ocupación. Temía que en esta película se destacara cierta teoría de la expiación, esa que propone que la salvación se consigue con sufrir un dolor crudo. ¡Pero no fue así! La Pasión del Cristo es sobre el amor de Cristo; sobre el amor que Jesús de Nazaret, por mandato de Dios el Padre, reveló y dio a la humanidad. Es sobre la única clase de amor y de poder que puede conquistar al Mal, derrotar a la muerte, traer paz y llevar a cada uno de nosotros a la unión agraciada con Dios. Es sobre la omni-potencia del amor de Cristo y sobre el Dios omnipotente que es la fuente de amor (ágape).

El relato de la Pasión está al centro de cada uno de los cuatro Evangelios. Todos ellos giran en torno a este suceso. ¿Por qué? ¿Acaso son de poca cuantía o menor importancia otras his-torias sobre Jesús (por ejemplo, sus curaciones o sus enseñanzas)? Por supuesto que no. Pero la pasión, muerte y resurrección de Jesús manifiestan de la manera más vívida y poderosa la verdad de su vida y de su ministerio. Nada revela la verdad de una verdad tan bien como vivirla. Por ejemplo, Jesús enseña que sus seguidores han de ser “…compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6:36), que deberán amar a sus enemigos (Mt 5:44, Lc 6:27), que Él espera de ellos “misericordia, no sacrificio” (Mt 9:13), que han de volver sus espadas a su sitio (Mt 26:53), que la piedad es la vara de medir con que se nos juzgará al final de los tiempos (Mt 25:31-46). La Pasión resume, proclama e ilumina hasta el enésimo grado todas estas enseñanzas.

Demuestra esta película una violencia feroz. El proceso romano de crucifixión infligía sufrimiento indecible a los que se condenaba a padecerla. Para completar ese cuadro de lo que es la muerte por crucifixión, habría que ver el documental Cómo murió Jesús: sus últimas 18 horas (1994, Películas Trinity). En ese documental, historiadores, arqueólogos y patólogos forenses con impe-cables credenciales académicas exponen sin rodeos los terribles mecanismos y efectos de la crucifixión. Gibson eligió ser parco en cuanto a ellos. Pero, decir que “En esta película se exagera la violencia” es ya frase trillada en boca de los críticos de La Pasión del Cristo. Quizá sea exagerada para los que prefieren que sus guerras, abortos o ejecuciones de reos de muerte se mantengan tras bastidores o por lo menos a distancia abstracta de buen gusto. Ahora bien, para los que quieren saber, conceptual y emocionalmente, lo que de verdad es la violencia contra seres humanos; para los que quieren saber por qué Jesús la rechaza, en cumplimiento de la voluntad del Padre, esta película da un paso significativo en el camino hacia la concienciación -en el camino que, desde el “entendimiento ingenuo” al “entendimiento crítico” trans-forma las conciencias y desemboca en el imperativo del amor no-violento.

Si se le examina cuidadosa-mente, La Pasión del Cristo–se verá–es poderoso manifiesto sobre por qué Jesús inequí-vocamente renuncia a la violencia. Contrario a esas pelí-culas que hacen de la violencia algo heroico y glorioso, o que la validan haciendo suponer que es un método para resolver con-flictos, La Pasión del Cristo demuestra, conforme a lo que de hecho fue la pasión de Jesús, que el espíritu de la violencia es atroz. Legal o ilegal, romántica o vil, justificada o injustificada, marxista o capitalista, al servicio de Yahvé, Jesús, Alá o Vishna, del estado-nación, de este o aquel grupo étnico, o sencilla-mente en aras del propio interés (personal o de grupo), la vio-lencia repugna moralmente.

¿Exagera, pues, en cuanto a la violencia, esta película? No si se trata de precisión histórica y física. ¿Es reveladora? Sí lo es. A los habitantes de lo que llaman Primer Mundo se nos ha saturado la mente con el engaño de que la violencia es aceptable, romántica y hasta santa (engaño que los medios de comunicación propagan). Una de las buenas cualidades de esta película es que le quita la máscara a tal engaño. Al dejar esa mentira al desnudo, La Pasión del Cristo nos da a comprender por qué Jesús rechazaba la violencia de manera absoluta.

Felicítese a Mel Gipson por incluir y hasta dar énfasis a las enseñanzas contraculturales de Jesús. De hecho, en escenas retrospectivas acentúa artística-mente la sección “Amad a vuestros enemigos” del Sermón de la Montaña y la del nuevo mandamiento, “Que os améis los unos a los otros… como yo os he amado” (Jn 13:34), en la sección sobre la Última Cena. También llama nuestra atención a ciertas en-señanzas contra-culturales claves de Jesús -esas que se hallan en escenas tales como la cortada y cura de la oreja de Malco, el siervo del Sumo Sacerdote que fue con una cuadrilla a prenderle; cuando ordena a Pedro que suspenda inmediatamente el combate letal que ha emprendido en su defensa; cuando una y otra vez, hasta su último suspiro, se esfuerza por interceder con el Padre para que perdone a los que le destruyen. A quienes objetan a esta película porque alegadamente concentra en la pasión de Cristo mientras desatiende sus enseñanzas, a esos les digo, “Véanla otra vez”.

De otro período histórico es la película ¿Quo Vadis?, cuyo protagonista también es Cristo. La inspiró una novela del mismo nombre, escrita por Henri Sienkiewicz, Premio Nobel de Literatura, traducido en 40 idomas.. En esta novela habla San Pedro a un grupo de cristianos que pronto iría a morir en el Circo Máximo, y les dice lo siguiente:

No basta amar sencillamente a cualquiera por la sola razón que esa otra persona se nos parece; Dios sufrió muerte como hom-bre en la cruz, derramó su sangre por toda la humanidad, y hasta los paganos se tornan hacia Él ahora… Y tampoco basta con amar únicamente a los que nos aman y nos tratan bien. Cristo perdonó a sus verdugos. Extirpó la culpa de los judíos que le entregaron a la justicia romana para que se le crucifi-case y de los soldados romanos que le clavaron a la cruz… “Solamente el amor puede más que el odio”, dijo el maestro sencillamente. “Solamente el amor puede limpiar al mundo del mal”.

Sin que lo sepan San Pedro y los cristianos que le escuchan (en esta obra ¿Quo Vadis?), Vinicio, un funcionario romano y pagano, se oculta entre ellos. El discurso de Pedro le deja perplejo. Y se dice lo siguiente:

Estas ideas eran una mirada al mundo completamente nueva. Reajustaban totalmente todo lo que se daba como verdad hasta entonces. Sintió que, de seguir aquellas enseñanzas, tendría que quemar, como ofrenda, todo cuanto le había hecho hombre; tendría que destruir su manera de pensar; estrujar todas sus percepciones; extirpar cada costumbre, cada hábito, cada tradición; borrar todo su carácter ya formado y lo que aguijoneaba su modo de ser –tendría que hacer ceniza de todo, echarlo a los vientos y llenar el vacío resultante con un alma enteramente diferente, y vivir su vida en un plano completamente distinto. Una filosofía que enseñaba amor por partos, sirios, griegos, egipcios, galos y bretones por igual parecía locura; amor por los enemigos, y su perdón, más bondad en lugar de venganza -eso era demencia, sencilla y llanamente… Lo que oyó le pareció totalmente desvinculado de la realidad que entendía, no obstante hacer de tal realidad algo tan insignificante que ni siquiera merecía fugaces pensamientos.

Así también sucede con lo que La Pasión del Cristo transmite a los que tienen “ojos para ver y una mente para entender”. Pues allí, en La Pasión del Cristo, está el Evangelio -el Jesús no-violento que vive un amor no-violento por amigos y enemigos, y que entrega su vida fiándose, obediente, a la Voluntad del amante “Padre de todos” (Ef 4:6), el “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5:45), que es “rico en misericordia” (Ef 2:4) y que perdona infinitamente al pecador más empedernido de entre sus hijos (Lc 15:11-32). Admitámoslo, un Mesías a la manera del Siervo Doliente de Isaías (Is 42:1ff) es, para la mayoría de la gente, algo absurdo -no es Buena Nueva. Aceptar el llamado, “Seguidme”, de tal Mesías es risible. Intentar una comunidad que se centre en lealtad a esta especie de Mesías y su Camino, como si algo de lo divino encarnase en tal fidelidad, no parece realista sino que suena como desperdicio de vida y de tiempo. Y, sin embargo, el Camino Mesiánico de amor no-violento y sufriente por amigos y enemigos, según la Pasión de Jesús lo revela, tiene una inefable cualidad de trascendencia.

Casi todo lo que los seres humanos sabemos inicia con el sentido de la visión. “Ver” a Jesús dar interminablemente su amor no-violento tanto a quien le ama como a quien le odia, trae al alma algo evocador de un entendimiento que nos dice:

“¡Es esto! Esto es bondad. Esto es la verdad de lo Absoluto. Éste es el Camino. Esto es lo que yo quisiera verdaderamente ser, si tan sólo fuese capaz de serlo. Aquí mora nuestra única esperanza. Esto es poder. Esto es sabiduría. Éste es el Dios que anhelo en los recintos más recónditos de mi ser. ¡Este es el Dios que es! ¡Sí, lo sé!”

De este conocimiento nuevo que Dios nos regala brotará gratitud. Eucaristía, “acción de gracias”, llena el alma:

“Dios, te doy gracias por hacer que te ‘conozca’, a ti y a tu amor salvífico por mí y por todo el mundo. Gracias, Jesús, por haber pagado el precio que se requería para revelarme esto, que se requería para ofrecer esta gracia y este regalo al mundo. Porque si no hubieses sido “levantado de la tierra” (Jn 12:32), ni yo ni el mundo hubiésemos sabido la verdad y lo profundo del misterio del magnético amor que Dios nos proporciona. No hubiésemos podido vivir conscientemente en ese amor y canalizarlo hacia otros -especialmente hacia quienes más lo necesitan. Deo gratias! ¡Aleluya! Amén”.

Las películas que Mel Gipson había filmado antes apenas merecen consideración si se les mide con la vara de los Evangelios. Pero esta otra película suya, La Pasión del Cristo, es de Dios. Se arraiga en el Camino y en la Verdad y en la Vida de El que es Eternamente Santo. Entre los fenómenos de Hollywood, como obra cinematográfica, La Pasión del Cristo es el más raro de todos porque, en lo positivo, podría tener eterno significado.

 

Trabajador Católico de Houston, Vol. XXIV, No. 5, septiembre-octubre 2004.