header icons

El Padre John J. Hugo, el retiro en silencio de ocho días y Dorothy Day

Este es el octavo artículo en una serie sobre los filósofos, santos y guías espirituales que inspiraron a Dorothy Day y a Peter Maurin en fundar el movimiento y vivir su visión del Trabajador Católico. Este artículo presenta al Padre John Hugo, quien desarrolló el famoso retiro que se convirtió también en el retiro del Trabajador Católico.

El Padre John J. Hugo, un sacerdote de la Diócesis de Pittsburgh, Pennsylvania, dirigió el “famoso” retiro de ocho días en silencio al que asistía Dorothy Day durante toda su vida. El también era un amigo, consejero y guía espiritual de ella a través de sus muchas cartas y visitas a Dorothy.

El primer retiro que hizo Dorothy Day bajo la dirección del Padre Hugo fue una de las principales fuentes de energía espiritual para Dorothy por el resto de su vida, escribió William Miller en All is Grace (Todo es gracia). “Ella hizo su último retiro bajo la dirección del Padre Hugo en Pittsburgh en 1976.

Cuando el Padre Hugo fue ordenado en junio 14, 1936, ya era reconocido por sus compañeros y maestros en el seminario de la Abadía de San Vicente en Latrobe, Pennsylvania, como un brillante y extraordinario escolar. En 1938 él participó en un retiro de silencio bajo la dirección del Padre Onésimus Lacouture. Este retiro es ahora llamado “Encuentro con el silencio.” El después escribió que el retiro con el Padre Lacouture le había salvado de “mantener por toda su vida, la percepción mental del antiguo, y no regenerado Adán. Era un poco tarde–“Yo había sido sacerdote por dos años antes de darme cuenta de lo que significaba ser un cristiano. Pero vale más tarde que nunca.”

Desde su primer retiro, el Padre Hugo decidió “pasar el resto de sus días como sacerdote difundiendo la magnífica visión de la vida cristiana que yo había contemplado durante esos gloriosos ocho días.

El lo hizo con resonancia. El dirigió el retiro muchas veces (lo cual él dirigía durante su tiempo de vacaciones) siendo esto su enfoque principal al principio y fin de su vocación sacerdotal. El mensaje del retiro era simplemente el llamado del Evangelio a morir a sí mismo y a vivir hacia Cristo. A través de sus años como sacerdote
parroquial, él enseñó su mensaje en sus sermones, libros, artículos y folletos, y más importantemente, en su manera de vivir.

El mensaje se escucha con poder especial durante el retiro porque los ocho días de silencio preparan el alma a escuchar cuando Jesucristo nos llama más allá de la respetabilidad humana a la santidad. La selección del discípulo no es entre el pecado y el bien. Como cristianos debemos escoger el ir más allá aun de la bondad natural o la virtud, a la bondad supernatural o la santidad. Las bienaventuranzas demuestran mejor esta selección. Nuestro razonamiento natural o “pagano” no puede justificar el sufrimiento o llamar la pobreza, sufrimiento, muerte, persecución y lamento una bendición. Solamente una fe sobrenatural en la pobreza, sufrimiento, muerte y resurrectión propia de Cristo puede aceptar y vivir esta verdad.

“Para nosotros el retiro fue las buenas noticias,” escribió Dorothy Day de los primeros retiros en La larga soledad (The Long Loneliness). Ella tenía que hacer el retiro, decía, porque “yo también tengo hambre y sed del pan del fuerte.”

Aunque sin duda el Padre Hugo desarrolló un papel importante en el movimiento del Trabajador Católico, su más profunda contribución a la Iglesia puede ser extraordinaria transformación espiritual que él engendró en muchos individuos al igual que a Dorothy. Ella no fue la única que al escucharlo enseñar recibiera por la primera vez “una nueva sensibilidad a lo que ella percibió como la verdad penetrante de los Evangelios” (Dorothy Day por William Miller). Muchos otros estarían de acuerdo con ella de que el retiro era “como escuchar el Evangelio por la primera vez.”

Como un simple sacerdote parroquial que nunca salió en los noticieros o cuyas escrituras nunca llamaron la atención de la prensa religiosa, él cumplió lo que Dorothy misma percibía como una necesidad pre-eminente: “alimentar a las ovejas.” Una de las notas de Dorothy escritas a mano desde el retiro se queja del hecho de que la mayoría de los católicos no están escuchando el poder de los Evangelios. “Yo pienso, decía a sí misma con algo de amargura, que el hombre ordinario no escucha la palabra de Dios. Los pobres no tienen el Evangelio predicado para ellos. Nunca lo he escuchado como lo escucho ahora, cada año en el retiro y con la seguirdad que si es en realidad el Evangelio. Los pastores no están alimentando a sus ovejas” (Dorothy Day, por William Miller).

El Padre Hugo, sin embargo, estaba dedicado a predicar el Evangelio, “en la estación o fuera de la estación,” como un predicador callejero, un capellán de una carcel, párroco de una parroquia grande, un director de retiro para adultos y jovenes, y un escritor. Su pasión era convertir al ya cristianisado con el mensajo radical del Evangelio.

Su material escrito es en sí mismo prodigioso, tendiendo a lo heroíco. Mientras servía como un asistente o párroco, en su tiempo libre y sin patrocinio o financiamiento excepto de amistades y familia, el dirigió su propia publicación, a veces aun su imprenta, de libro tras libro.

El trataba vigorosamente de alimentar a sus ovejas también. Como escribió Dorothy en esa misma nota, los mismos pastores “no han sido alimentados.” El corregía al sacerdocio, llamandoles a regresar a la santidad. Algunos lo escuchaban, muchos se volteaban y lo atacaban, llamándole un “rigoroso.”

El estaba siempre muy contento cuando un sacerdote hacía el retiro, esperando que él también, empezara a enseñarlo. El escribió y publicó claves de homilia para otros sacerdotes. El y otros sacerdotes de la diócesis que dieron el retiro ponían el intrépido ejemplo de párrocos que prohibían que se usara el juego para recaudar fondos. Sin bingo y rifas, él pudo construir una iglesia.

Bajo la autorización del Papa Pio XII, él estaba a la vanguardia en cambios litúrgicos que permitían más participación de la congregación en la liturgia. En 1959, cuatro años antes del principio del Vaticano II, su parroquia tenía una completa participación litúrgica. Un estudiante de Virgil Michel, O.S.B., y otros liturgistas, el enfatizaba en su trabajo pastoral y en sus retiros que cada persona se debía ofercer a sí misma con el Santo Sacrificio de la Misa, y luego regresar al mundo a vivir ese sacrificio en servir a otros por amor de Dios. El más tarde fue nombrado director de la Comisión Litúrgica de la Diócesis de Pittsburgh, y luego como un colaborador para el catecismo para adultos, Las Enseñanzas de Cristo (The Teaching of Christ).

Siempre en todo su trabajo, él demostraba su profundo amor por la Escritura. Era este amor a la Escritura y de “los caminos de Dios,” no “nuestros caminos,” que conduce a tal respuesta de todos los que conocen su trabajo, ya sea Dorothy Day, Scott Hahn (un Evangélico Presbiteriano convertido al católicismo y escolar de las Escrituras) o el Cardenal Wright.

“Ninguno es un fracasado si vive para Dios,” escribió él. “Todo el que vive para cualquier otro fin es un fracasado.”

Trabajador Católico de Houston, Vol. XVI, No. 3, mayo-junio, 1996.